EL PUERTO DE ALEJANDRÍA EN TIEMPOS MEDIEVALES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

29.01.2021 10:56

               

                En la Edad Media, Alejandría fue una de las grandes ciudades de la cuenca mediterránea. Pasó por ser su puerto el más importante puerto del Mediterráneo oriental entre los siglos XII y XV, pues afluyeron hasta el mismo las cotizadas especies de Oriente, las sedas y la porcelana china. Desde Allí, salieron tales productos con dirección a Venecia, Florencia, Pisa, Génova o Barcelona.

                La herencia helenística era entonces todavía visible, en particular en el área del dique de siete estadios, el Heptaestadio, donde fondeaban las naves. Ptolomeo I, que gobernó Egipto del 323 al 283 antes de Jesucristo, había ordenado su construcción. Unía el tal dique la tierra firme con la isla de Pharos, formando un verdadero istmo. El gran faro de Alejandría se emplazaba precisamente en tal isla, prolongándose su actividad hasta bien entrado el siglo XIV. En 1349, el incasable Ibn Battuta indicó que el faro se encontraba en ruinas.

                El puerto se encontraba enlazado con el gran zoco de las especies de Al-Attarin a través de la gran puerta del mar. La ciudad misma tenía fama de contar con más alhóndigas que cualquier otra, según ciertos testimonios.

                De notable actividad, Alejandría se comunicaba con El Cairo a través del canal que enlazaba el puerto con el Nilo, abierto a comienzos del siglo XI. Su mantenimiento exigió constantes trabajos de mantenimiento.

                La ciudad despertó una gran admiración. Así la describió el gran viajero Ibn Yubayr, nacido en Valencia en el 1145 y fallecido en la misma Alejandría en el 1217 a sus setenta y dos años:

                “En primer lugar (destaca) el hermoso sitio y la vasta extensión de sus construcciones, hasta tal punto que nosotros no hemos visto una ciudad de tan amplias vías, ni de más altos edificios, ni más excelente, ni de mayores multitudes que ésta. También sus mercados están extremadamente animados.

                “(Una) de las maravillas de su situación es que sus construcciones bajo tierra sean (tantas) como las construcciones que están encima de ella, y más bellas y más sólidas; pues el agua del Nilo pasa, bajo tierra, por todas sus casas y callejas. Los pozos están contiguos unos de otros y se comunican entre sí.

                (…)

                “Entre sus maravillas, una de las más grandiosas  que hayamos visto es el faro que Dios, poderoso y grande –por obra de quienes se sirvió para eso-, puso como “señal para los observadores” y como punto de correcta referencia para los viajeros. Sin él no encontrarían en el mar la buena dirección hacia la tierra de Alejandría.

                “Es visible a más de setenta millas y su construcción, que es de extremada hermosura y solidez a lo largo y a lo ancho, compite con el cielo en altura y elevación. La descripción resulta insuficiente para (dar cuenta de) él y la mirada renuncia a abarcarlo.

                (…)

                “En su cúspide hay un oratorio renombrado por la baraka, en el que las gentes se procuran bendiciones mediante la oración ritual.

                (…)

                “Entre los méritos y los títulos de honor de esta ciudad, que corresponden en realidad al sultán, están las madaris y maharis que han sido fundadas en ella para las gentes de estudios y de estudios y de piedad, que vienen desde países lejanos. Cada uno se encuentra (allí) una morada en la que albergarse, un maestro que le enseñe la disciplina que quiera aprender y una pensión que le baste en todas sus necesidades. La solicitud del sultán se acrecienta para con esos extranjeros venidos de lejos, hasta tal punto de ordenar la instalación de baños para que bañen en ellos cuando lo precisen, y de fundarles un hospital para el cuidado de quien de entre ellos esté enfermo. Les ha procurado médicos que examinen su estado (de salud) y, bajo sus órdenes, criados a los que encargan la inspección del tratamiento y del alimento que por el bien de aquéllos prescriben.

                (…)

                “Las gentes de su ciudad están en el colmo del bienestar y en situación desahogada: no están en absoluto sujetos a impuesto, ni hay provecho (alguno) para el sultán en esta ciudad, fuera de los legados píos, el tributo de capitación de los judíos y de los cristianos, y lo que en particular le toca del azaque de los metales preciosos; no quedándose de (todo) ello sino tres octavos, en tanto que los cinco octavos están destinados a los mencionados fines.”

                Fuentes.

                Ibn Yubayr, A través del Oriente (Rihla). Edición de Felipe Maíllo, Madrid, 2007, pp. 73-77.