EL REINO DE LEÓN EN DIFICULTADES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.07.2025 12:11

               A mediados del siglo X, el reino de León mantenía un cierto equilibrio de fuerzas con el califato de Córdoba. Sin embargo, las circunstancias cambiaron. En septiembre del 956 murió el rey de León Ordoño III, siendo sucedido por su hermanastro Sancho I. Su fama como monarca fue pésima, recibiendo el sobrenombre del Craso por su obesidad. Enfrentado a la conspiración del conde Fernán González de Castilla, buscó la ayuda de su abuela Toda de Pamplona en el 958. Las discordias internas del reino de León favorecieron, por ende, la intervención del poder pamplonés, algo que no dejó indiferente al poderoso califato.

               Fernán González convenció a varios magnates a que escogieran un nuevo rey de León. El elegido fue Ordoño, el IV de tal nombre que pronto se enemistó con los mismos magnates, siendo denostado con el apelativo del Malo. Paralelamente, Toda de Pamplona concertó la alianza cordobesa para reponer a su nieto Sancho I. Las fuerzas andalusíes atacaron en el 959 por tierras de Zamora, refugiándose Ordoño IV en Asturias. Abandonado por todos, también terminó yéndose a Córdoba en busca de ayuda, pero allí fue sacrificado en el 962 a instancias de Sancho I. El califa de Córdoba, verdadero árbitro de la política hispana, buscaba de esta manera la sumisión de los reinos hispano-cristianos.

               Sin embargo, sus gobernantes no eran tan dúctiles como podía suponerse. Sancho I se coaligó con los pamploneses y los condes de Barcelona en el 963. En la alianza también entraron expresamente importantes magnates leoneses, lo que da buena idea de su peso en la vida política del reino. El proceso de fragmentación de la autoridad pública asociado a la feudalización avanzaba en León.

               Consciente de la amenaza, el califa Al-Hakam II se adelantó, atacando Gormaz y los dominios de Pamplona por Calahorra. Las cosas no mejoraron en León tras la derrota. Cuando iba a reunirse a fines del 966 con el rebelde conde Gonzalo, que había reunido una importante fuerza al Sur del Duero, Sancho I murió envenenado.

               Dejó un hijo de once años, Ramiro, bajo la regencia de su hermana la monja Elvira. Ante el desafío de los magnates, se consideró prudente acordar una tregua con el califato de Córdoba. De todos modos, pronto se abrió un nuevo frente para el reino, cuando los vikingos aparecieron por Galicia en el 966. Dirigidos por Gunrod, que había reñido con el duque de Normandía Ricardo I, entraron por la ría de Arosa y se dirigieron a Iría Flavia. Saquearon durante años las tierras gallegas, hasta ser vencidos en el 971.

               El califa de Córdoba exigió en el 973 la pleitesía de los gobernantes del atribulado León. Como un malentendido diplomático concluyó en ruptura, los leoneses volvieron a aliarse en el 975 con los pamploneses. Nuevamente fueron derrotados en Gormaz.

               A la muerte del califa Al-Hakam II en el 976, el ambicioso Al-Mansur escaló posiciones en la corte cordobesa. Adjunto del háyib o chambelán del califa, emprendió en el 977 una campaña contra las tierras recientemente repobladas del reino de León. Irrumpiendo por el área salmantina, asedió Los Baños y asoló el Sur de Béjar. No contento con ello, en el verano del mismo año atacó el castillo de La Mola junto al prestigioso general Gálib. Una vez tomó a su hija por esposa, se convirtió en háyib. Sus acciones iban a golpear duramente al reino de León en los siguientes años.

               Los musulmanes atacaron Zamora, donde Ramiro III pudo resistir en su ciudadela, y en el 981 se formó una nueva coalición cristiana, en la que entró el conde de Castilla García Fernández junto a los reyes de León y de Pamplona. En Rueda Al-Mansur los venció, asolando a continuación Simancas.

               Las derrotas en las fronteras favorecieron que los magnates de Galicia se inclinaran por un hijo ilegítimo de Ordoño III como rey, Vermudo, que sería conocido como el Gotoso. Ungido en Santiago de Compostela, Vermudo dominó la ciudad de León en el 984. Como se conformó con rendir pleitesía y tributar, Al-Mansur le devolvió el dominio del territorio de Zamora y le envió fuerzas para combatir a los magnates contrarios.

               Incomodado por el despliegue de las fuerzas califales, Vermudo II llevó a mal la sumisión. Al-Mansur atacó y devastó Coímbra en el 987, lo que alentó la rebelión de algunos magnates gallegos. Los condes de Saldaña y Luna llegaron unir sus tropas a las de Al-Mansur cuando marchó sobre León. Vermudo II llegó desde Zamora, pero ante el avance contrario tuvo que refugiarse en la agitada Galicia. Al-Mansur parecía tener a su merced el reino, pero las noticias de una conjura le determinaron a marchar a Córdoba.

               Los ataques musulmanes no cesaron, pues las campañas prestigiaban la autoridad de Al-Mansur. Si en el 996 tomó Astorga, en el 997 llevó a cabo una sonada incursión contra Santiago de Compostela, uniéndosele en Viseo varios magnates cristianos.

               En el 999 murió el desafortunado Vermudo II, siendo sucedido por su hijo Alfonso V. Se formó una nueva coalición contra los musulmanes, de la que participaron el conde de Saldaña y el de Castilla. Concentrados en Peña Cervera, a ochenta kilómetros del castillo de las águilas o Calatañazor, terminaron librando batalla. Por mucho que cierta tradición lo afirmara, Al-Mansur no fue vencido e irrumpió en tierras de Burgos y del reino de Pamplona. Antes de morir en Medinaceli, saqueó en el 1002 San Millán de la Cogolla.

               Los problemas para el reino de León no concluyeron con su muerte, pues su hijo Abd al-Malik prosiguió su política. Cuando en el 1004 el tío del joven Alfonso V, el conde castellano Sancho García, quiso apartar de la regencia a Menendo González, éste logró un arbitraje favorable del poder cordobés. Aun así, las incursiones prosiguieron. En el 1005 se atacó el castillo del Lunar, en los altos valles leoneses, y las tierras zamoranas. Clunia fue devastada en el 1007 ante una nueva alianza de leoneses y pamploneses.

               A la muerte de Abd al-Malik en el 1008, el califato de Córdoba entró en un tiempo de convulsiones que condujeron a su disolución. Mientras tanto, los reyes de León tuvieron que hacer frente a sus poderosos magnates, como los condes de Castilla, y a las ambiciones de la monarquía de Pamplona.

               Para saber más.

               Luis García de Valdeavellano, Historia de España antigua y medieval, Madrid, 1980.