EL REY NO PUEDE HACER SU SANTA VOLUNTAD EN EL REINO DE ARAGÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las conquistas de territorios andalusíes abrieron nuevos horizontes y ofrecieron notables oportunidades a los reinos hispano-cristianos, pero también alentaron problemas que venían de lejos. Dentro de la comunidad política, los monarcas pugnaron por acrecentar su autoridad y poder, con la recepción del Derecho Romano. Sin embargo, los magnates no se mostraron dispuestos a cederles la victoria, precisamente en un momento en el que sus servicios militares eran de singular valor. Los ricos-hombres, mesnaderos, caballeros e infanzones del reino de Aragón recelaron de sus monarcas, y en más de una ocasión expresaron su descontento. Algunos magnates habían perdido sus honores sobre ciudades y villas desde inicios del siglo XIII. La conquista de las tierras valencianas no había satisfecho sus expectativas de mayor extensión del Fuero de Aragón y de reparto de caballerías, al establecer Jaime I un nuevo reino con leyes propias. Cuando don Jaime requiriera su ayuda en la reconquista del reino de Murcia a los musulmanes sublevados contra su yerno Alfonso X, la nobleza aragonesa le mostró su malestar tanto en la reunión de Zaragoza de 1264 como en las Cortes de Ejea del año siguiente.
A la pugna con el autoritarismo real no se sumaron municipios como Daroca, Calatayud, Montalbán o Teruel, con importantes intereses ganaderos y comerciales en la Valencia en ciernes, pero sí la poderosa capital del reino de Aragón. La oligarquía de Zaragoza no contempló con buenos ojos la imposición de gravámenes como la quinta en 1279, ya bajo Pedro III.
Sería la política exterior de don Pedro la que terminaría conformando un frente común de gran parte de la nobleza aragonesa con la de algunas oligarquías urbanas, como la citada de Zaragoza y las del Alto Aragón, en las que la relación con gentes de la nobleza era a la sazón muy estrechas. Alrededor del dominio de Sicilia se había desatado una intensa pugna entre la casa de Aragón y de Anjou, respaldada por los reyes de Francia y el Papado. Pedro III llegó a ser excomulgado, poniéndolo en entredicho ante sus súbditos más críticos.
El rey de Aragón temía una acometida francesa por la frontera con Navarra, reino que entonces se encontraba en la órbita de Francia. Las relaciones entre navarros y aragoneses, que habían estado unidos bajo el mismo monarca en el pasado, eran intensas, y las disposiciones del Fuero General de Navarra (hacia el 1266) de control del poder real por los magnates u hombres de linaje no pasarían desapercibidas a los de Aragón.
Cuando en junio de 1283 se les convocó en Tarazona para servir militarmente en los lindes con Navarra, los nobles exigieron que previamente se les diera satisfacción a sus quejas. A Pedro III no le convino tal proceder. Dio prioridad a su exigencia. Los nobles, en lugar de acatar, se juramentaron o unieron para defender su postura, y el rey llegó a trasladar las Cortes a Zaragoza en septiembre. Pensaba que podía oponerles la fuerza de los municipios, llegando a dirigirse a unas setenta villas para que no abonaran a sus señores las sumas de sus caballerías.
La jugada no le salió bien al rey, al unir sus fuerzas nobles y varios procuradores de las urbes. Las Cortes de Zaragoza fueron de capitulación del monarca, no de reafirmación de su autoritarismo. Tuvo que confirmar fueros, usos y costumbres, resistiéndose sólo a la extensión del Fuero de Aragón por el reino de Valencia. A los nobles y a los procuradores se les debería de consultar todo movimiento exterior, algo que también debería de hacer el Justicia en sus litigios. Aragón, como cada reino de Pedro III, gozaría de sus jueces naturales. La imposición de la quinta se suprimía y se retornarían honores a sus antiguos señores. Surgía el Privilegio General, que el rey concedía para Aragón, Ribagorza, Teruel y Valencia, dado el establecimiento de nobles y gentes aragonesas allí. Aunque en manos de unos grupos aristocráticos, emergía un auténtico gobierno consensuado e incluso un nuevo espacio público, el de un reino que cada año debía celebrar Cortes en su capital. Aunque esto último distó de cumplirse, se abrió un nuevo camino, que posteriormente seguirían otros reinos de la casa de Aragón.
Para saber más.
Esteban Sarasa, Sociedad y conflictos sociales en Aragón. Siglos XIII-XV, Madrid, 1981.