EL RUINOSO MILITARISMO FASCISTA, GUADALAJARA. Por Gianfranco Bertoldi.

24.08.2016 15:31

                

                Mussolini tuvo elevadas ambiciones, más allá de la realidad cotidiana del pueblo italiano. Quiso convertir a la nación unificada con harto trabajo en 1870 y que había padecido la prueba de la Gran Guerra con enorme dificultad en un imperio mediterráneo, en el nuevo imperio romano del siglo XX. Acentuó la dominación italiana en Trípoli y Cirenaica, la Libia colonial, y se embarcó en la arriesgada empresa de la conquista de Abisinia, vieja cuenta pendiente de los imperialistas italianos, desafiando a la Sociedad de Naciones, que no estuvo a la altura de su misión pese a imponer sanciones económicas.

                La España de Alfonso XIII, bajo la dictadura de Primo de Rivera, se había fijado en el régimen fascista italiano, al que algunos ya tomaron como modelo. El hijo del dictador, José Antonio, fue uno de ellos. Con la proclamación de la II República, varios grupos contrarios al nuevo régimen como los tradicionalistas encontraron refugio en Italia y aliento para sus planes. Paradójicamente fue Franco desde el ministerio de la guerra republicano en 1935 el que alentó la fortificación de las Baleares frente a las ambiciones italianas, deseosas de controlar la ruta de Argel y el Mediterráneo Occidental. Meses más tarde sus enviados impetraron la ayuda de Mussolini.

                Franco y Mussolini, ahora aliados, tenían planes propios y el segundo llegó a soñar con establecer en el trono español un príncipe italiano de su gusto, una especie de Amadeo I con verdaderos apoyos militares. Mientras tanto Alfonso XIII vegetaba en Roma. El general Roatta condujo desde Nápoles a Cádiz en diciembre de 1936 a los primeros 3.000 soldados del Corpo di Truppe Volontarie, aunque los aviadores italianos ya habían combatido a los republicanos españoles en Mallorca y Madrid.

                Tras la caída de Málaga, Mussolini quiso que sus fuerzas destinadas en España participaran casi independientemente en una gran operación militar encaminada a la conquista de Madrid. Desde Guadalajara se tomaría Brihuega y se alcanzaría Alcalá de Henares. En Sigüenza se concentraron 35.000 hombres, 250 tanques, 400 camiones, 500 cañones y 132 aviones italianos.

                El 8 de marzo de 1937 rompieron la línea republicana por Trijueque. Frente a ellos se encontraron a las fuerzas del Ejército del Centro, entre las que figuraron unidades de las Brigadas Internacionales. La tromba de agua y la niebla atascó ese mismo día a los italianos. Sus aviones no pudieron actuar según lo esperado. Además, sus aeródromos se encontraban en Soria y en los alrededores de Zaragoza a distancia. Esta situación de atasco prosiguió en las dos jornadas siguientes, cuando las fuerzas españolas de Franco tomaron Brihuega.

                Su modesto avance del 11 fue frustrado por la contraofensiva republicana del día siguiente. Su maniobra envolvente tuvo éxito y sus aviones pudieron atacar a los italianos, a los que no solo bombardearon con explosivos sino también con octavillas en los que los incitaban a desertar de la causa del fascismo. Se les ofrecían salvoconductos y la paga de 50 pesetas, el doble si entregaban sus armas. Muchos de los soldados de Mussolini eran pobres campesinos del Mezzogiorno a los que se les había engañado diciéndoles que iban a América y no a combatir en España. Los mensajes radiados desde el campo republicano abundaron en el mismo sentido.

                Dentro de la Guerra Civil española, en esta batalla, hubo una pequeña guerra civil entre italianos, presagio de la que se desarrollaría a partir de 1943 a raíz de la invasión hitleriana. Los antifascistas del Batallón Garibaldi intervinieron en el asalto de las posiciones del Corpo. Muchos de sus soldados tuvieron una retirada desordenada, lo que sirvió para que se lanzaran agudas pullas sobre el valor de los italianos en el campo republicano y en el franquista, complacido por la cura de humildad de las unidades de Mussolini. Hoy en día se ha rebajado el carácter desordenado de la retirada, pues desde Brihuega se replegaron correctamente antes de padecer el cerco enemigo. El 23 de marzo los republicanos recuperaron sus anteriores líneas. Los italianos encajaron la muerte de 6.500 soldados y el apresamiento de otros 300. Su derrota se presentó como una de las primeras derrotas del fascismo a nivel mundial, lo que contribuyó mucho a su popularidad, y sus lecciones fueron bien aprendidas por los observadores alemanes para afinar lo que posteriormente se conocería como la Guerra Relámpago. Para los italianos de a pie fue otro penoso episodio, que no sería el último, de un ultranacionalismo empeñado en imposibles.