EL SIMBOLISMO DE LAS ARMAS DEL CABALLERO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.12.2014 06:58

 

                Ramón Llull en su Libro del orden de caballería, datado en 1276 por el padre Antoni R. Pasqual, nos brinda una bella simbología de las armas del caballero, idealizado como el campeón de la rectitud y de Dios.

                La espada representa la cruz en la que Jesucristo redimió con su sangre nuestros pecados, y entraña el sacrificio que todo hombre de bien debe hacer en pro de la justicia.

                Su lanza acredita la pretensión de verdad, con rectitud completa, y el fuerte acero de su punta el triunfo sobre todo engaño, siempre frágil ante la verdad.

                El casco indica el sentimiento de humildad del caballero que rinde cumplido tributo a los mandamientos de su orden. Ello le predispone a mirar con atención los problemas terrenales, sin escapar de la realidad y de su deber.

                Su fortaleza contra los vicios se hace patente en su cota de malla o ausberg a modo de castillo corporal.

                Las calzas de hierro, que le cubren piernas y pies, denotan la seguridad del camino que ha emprendido, bien provisto de sus armas.

                La diligencia en el cumplimiento de su elevada misión viene dada por las espuelas con las que anima a su corcel para la ocasión.

                La gorguera protectora del cuello acredita la fidelidad debida a su señor, prenda que mantiene al caballero dentro del orden.

                Su coraje es simbolizado por la maza, la daga conocida como misericordia su fe en Dios en los lances guerreros, y el escudo ni más ni menos que su papel protector entre el rey y su pueblo.

                El caballo, su fiel compañero, no se queda atrás en simbolismo. Ensillado como ejemplo de seguridad, denota nobleza, y es refrenado por las riendas que silencian toda mala palabra y difamación. Su protección de la cabeza o testera muestra que no entra en combate sin justo motivo. Sus adornos representan el tesoro que el caballero debe preservar y su coraza los peligros que debe afrontar.

                Los emblemas heráldicos sirven para recordar y alabar las buenas acciones del caballero, así como el estandarte real y señorial le sirve de acicate para cumplir su encumbrada misión, digna en cierta medida de un buen clérigo.

                El mallorquín Llull, nacido poco después de la conquista cristiana de la isla, precisó como pocos la aureola de la caballería, cuyos días de indómito desorden parecían lejanos tras la reformulación de San Bernardo de Claraval, tan influida por las Cruzadas. La realidad, de todos modos, resultó mucho más compleja y terrible que la bella estampa delineada por Llull.