EL TEMPERAMENTO HISTÓRICO DE ESTADOS UNIDOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

24.07.2022 10:42

               

                A comienzos del siglo XXI todavía los Estados Unidos son la potencia dominante del mundo, algo que quizá dejen de serlo en las próximas décadas para numerosos observadores. El coloso norteamericano tendrá que compartir la primacía con otros. A qué llevara tal tendencia, no lo sabemos exactamente, si a un reparto de áreas de influencia más o menos forzado o a un gran conflicto, aunque lo cierto es que muchos autores han coincidido en dotar a Estados Unidos de una morfología imperial, con sus momentos de juvenil empuje, madurez plena y declive en la cansada carrera de la edad. Al astro del Nuevo Mundo el destino le depara la pendiente hacia abajo, si creemos en las coincidencias históricas.

                De todos modos, siempre hay quien augura un siglo XXI americano, pues todavía cuenta con mucho territorio y considerables recursos frente a rivales menos dotados. Los augurios del oscuro porvenir, no obstante, no ponen en duda su posición dominante, y la combinación de admiración y envidia que suscitan a otros. En nuestro planeta global, sus modas se han extendido entre las gentes de países muy variopintos. Nadie podría imaginar la España del 2022 sin sus películas, series televisivas, música, tipos de ropa, comidas o bebidas. Toda Europa, la vieja Emily, se ha americanizado, por lo menos en apariencia, ya que las diferencias entre estadounidenses y europeos son importantes, por mucho que coincidan en distintos puntos derivados del gran movimiento de la Ilustración.

                Su particularidad, aquella que hace que los suyos se llenen de orgullo con la invocación de América, radica en su Historia, en su estructura histórica, nacida de una revolución y no fruto de una evolución más o menos accidentada. Una revolución que intelectualmente se fraguó en las intimidades del protestantismo de las islas Británicas, con su avasallador deseo de independencia y su determinada forma de ser. En el nuevo Edén, los hijos de Adán y Eva podían hacer algo mejor, sin estar determinado por las servidumbres del pasado. Podían legar al futuro una sociedad mejor, hija de la Libertad, los Estados Unidos. En aquel pueblo de pioneros, de gentes que buscaron su lugar bajo el sol, la ciencia ficción germinó en forma de epopeyas interestelares que a su modo escribían los capítulos de la Nueva Frontera de Kennedy. De sus pesadillas de la razón nacerían sus distopías, indicativas que la confianza en el porvenir de muchos se ha truncado irreversiblemente. Los zombis invasores son las horribles criaturas de los retablos de la América gótica.

                Curiosamente esta criatura revolucionaria ha alumbrado una verdadera religión, en su sentido más amplio y trascendente. Una religión civil que todavía abraza a tirios y troyanos, a republicanos y demócratas en lo esencial, a despecho de las tensiones actuales alrededor del asalto al Capitolio de 2021. El famoso consenso estadounidense no es fruto del pacto inteligente entre facciones condenadas a entenderse, sino del estallido de energía liberado durante la guerra de independencia. Tiene dos textos sagrados, su Declaración de Independencia y su Constitución.

                La primera es mucho más que una simple expresión de separarse. Es una afirmación de carácter, incompatible con otro. Los individuos son y deben de ser libres para procurarse la felicidad, por sí mismos, pues los problemas particulares no conciernen a los demás. La tenencia de armas por los ciudadanos brota de ahí, en una sociedad que aspira a ser una confederación de propiedades individuales, separadas a conveniente distancia de las vecinas. Cada uno se labra su porvenir, cuyo fracaso o éxito refleja en grado sumo el carácter de cada persona. En el hogar de los valientes cada cual se hace a sí mismo, es el forjador de su futuro, algo que imprime a los Estados Unidos su temperamento competitivo e insolidario, a ojos de otras sensibilidades, siempre peleón y presto a no dejarse abatir por las derrotas.

                En esta compleja comunidad donde los titanes se baten en duelo, con pasión de fuertes, la Constitución representa el punto de equilibrio entre grupos, con contrapesadas instituciones que impidan el monopolio del poder, por mucho que algunos hayan intentado alzarse con la hegemonía desde los negocios o la política. Sus enmiendas han ido poniendo al día la Carta Magna escrita más duradera hasta la fecha de la Historia.

                En defensa de este legado se emprendió la guerra de Secesión, la prueba de fuego de la nación, en la que triunfó su voluntad de permanecer. En el panteón estadounidense, Lincoln aparece majestuosamente sentado en el trono desde el que se contempla el corazón de Washington.

                Entre el terror a la autoridad de los chinos y el escepticismo de los europeos se ubica la adhesión de los estadounidenses a sus esencias políticas, que no han conocido una sucesión de constituciones como españoles o franceses en los últimos doscientos años.

                Claro que los Estados Unidos no han escapado ni escapan del infierno de las contradicciones. Apelan a los derechos individuales, a la felicidad humana, y apelan con vigor a Dios, en unos términos enérgicos que recuerdan a los padres peregrinos. La felicidad propia se quiere conjugar con la libertad en general. Quizá sean contradicciones compartidas por otros países. Otras son más peculiares.

                Aunque nacidos de un movimiento anticolonial, los Estados Unidos no dejan de ser un poder imperial, por mucho que su imperio no sea como el romano o el español. El paladín de la libertad deseó crear un imperio en la América del Norte, lo que comportó la eliminación del poder español y la aniquilación de numerosos pueblos amerindios. Su victoria en la II Guerra Mundial liberó a Europa de la dominación del III Reich, pero impuso su hegemonía en buena parte del continente. El Hemisferio Occidental ha sido un espacio de libertad y de dominio, como Estados Unidos una amalgama de gentes y una jerarquía racial.

                En su interior han venido chocando las rutilantes Babilonias y los Cinturones de la Biblia desde sus primeros tiempos, nueva demostración de su particular conformación histórica.