EL TENAZ ADVERSARIO DE CARLOMAGNO. Por Remedios Sala Galcerán.

16.11.2016 11:18

 

                A principios del siglo VIII los pueblos sajones se distribuían entre el mar del Norte, el Elba y las montañas del Harz. Se alzaban frente a los francos, que en la misma centuria vivirían una intensa reorganización. La inseguridad de la frontera entre francos y sajones era notoria. Menudeaban las incursiones y los robos de ganado. Los sajones a veces aplacaban a los francos pagándoles ciertos tributos en señal de obediencia, en forma de rebaños, pero todo ello resultó muy frágil. Pronto chocaron ambos.

                Hacia el 775 los sajones se dieron un comandante supremo, Widukindo, que se lanzó contra las posiciones de Colonia y Coblenza. Se había roto todo acuerdo formal de sometimiento, según los francos, y Carlos el Grande tuvo que retornar de su empresa en Hispania para enfrentar el problema. Los francos le dieron un claro matiz religioso a su guerra contra los paganos sajones, a los que pretendieron convertir al cristianismo, empleado aquí como modo de subordinación.

                Carlomagno logró hacer retroceder a los sajones entre el 779 y el 780. Widukindo se acogió a la protección de los daneses, que años más tarde tanto darían que hacer a los francos. Fortalecido, volvió en el 782 y obtuvo una resonante victoria en Sundtal. La causa sajona no estaba perdida.

                El monarca de los francos reaccionó con violencia y ordenó la ejecución de muchos sajones, en unas acciones que acreditaron una clara brutalidad y que le han sido muy reprochadas por los historiadores. Ante una guerra de emboscadas y encuentros sorpresivos aplicó la política de la tierra quemada. Se cifran en 4.500 las personas que cayeron por su mandato en un solo día.

                Los frisones, bravos navegantes, no dejaron de auxiliar al jefe sajón, que en el 784 volvió a encararse con las fuerzas francas. Obligado a retroceder al mar del Norte y abandonado de sus aliados, Widukindo se reunió con su pueblo y el indómito comandante no tuvo más remedio que aceptar el bautismo de sus enemigos en Attigny, donde el propio Carlomagno fue su padrino. Con el tiempo se convirtió en un símbolo del patriotismo alemán.