EL ÚLTIMO ESFUERZO ALEMÁN PARA GANAR LA GRAN GUERRA.

11.11.2018 10:53

                En recuerdo de todos los caídos en la I Guerra Mundial a cien años del Armisticio.

                En 1917 la Gran Guerra imponía sus férreas condiciones a todos los pueblos beligerantes. Su resultado parecía incierto, pues el hundimiento del imperio de la Rusia de los zares abría enormes posibilidades a los Imperios Centrales. Su frente oriental se disiparía a fines de aquel año y podrían servirse de los recursos de los territorios conquistados, enfrentándose con mayor éxito a las condiciones del bloqueo aliado.

                Sin embargo, las relaciones entre Alemania y Estados Unidos habían ido empeorando desde 1914, mientras se habían intensificado las económicas de los norteamericanos con británicos y franceses. La campaña submarina desplegada por los alemanes perjudicó la navegación de los neutrales y el 3 de febrero de 1917 Washington rompió relaciones con el II Reich. Más tarde, el 3 de abril, el presidente Wilson solicitó al Congreso que declarara la guerra a los Imperios Centrales.

                Todos los expertos coinciden en señalar la entrada en la conflagración de Estados Unidos como crucial, pues sus enormes recursos todavía se encontraban frescos. Es cierto que parte de su ejército se encontraba comprometido en México y que deberían de formar mayores unidades de combate, a trasladar al continente europeo, pero su peso demográfico y económico era muy considerable.

                Los estrategas alemanes eran conscientes del peligro. La victoria se les podía escapar rápidamente de las manos si no actuaban con energía. Por entonces el general Ludendorff había conseguido una enorme influencia en la vida pública del Reich. Conquistador de la fortificada plaza de Lieja a comienzos de las hostilidades, auxiliar de Hindenburg en el frente oriental (donde cosechó sonadas victorias) y tipo autoritario, era partidario de la llamada guerra totalitaria o forma de combatir en la que todos los recursos nacionales se encontraban subordinados al objetivo último de la victoria militar. Gozó de la asesoría del jefe de Estado Mayor Hoffman. Su círculo llegó a la conclusión que deberían de atacar a británicos y franceses cuanto antes, sin tiempo a que los estadounidenses los reforzaran.

                Los submarinos alemanes se desplegaron amenazantes más si cabe para entorpecer la navegación aliada en el Atlántico. Por tierra, las fuerzas de infantería adoptarían las tácticas que tan buenos resultados habían dispensado en el frente oriental, menos firme que el atrincherado occidental, el de las tropas de asalto. Consistían en formaciones abiertas capaces de desplegarse con agilidad, evitando el fuego a discreción contra las tropas en orden cerrado. Bien provistas de material, eran capaces de asaltar las defensas enemigas y sus responsables, en consonancia, gozaban de una gran autonomía en relación a otras unidades coetáneas.

                Con semejantes mimbres se inició el 21 de marzo de 1918 la Operación Michael. El general estadounidense Pershing había llegado al frente de las primeras unidades expedicionarias y, aunque el mariscal francés Foch ostentaba el alto mando militar aliado, conservaron su independencia. Británicos y franceses dispensaron material en los primeros momentos a los recién llegados. Las espadas estaban en alto.

                Arras fue el punto escogido para presionar por los alemanes. Allí se abriría la brecha que rompería el frente aliado para después girar y atacarlo por la espalda. Se bombardeó la ciudad con explosivos y gases venenosos para que pudiera tomarla con mayor facilidad el XVII ejército alemán.

                Mientras tanto el ejército XVIII actuaba por su flanco meridional. Se encontraba en el plan de operaciones subordinado al que atacaba Arras. Sin embargo, avanzó más de lo previsto y estuvo en condiciones de romper la línea aliada en una nueva dinámica de guerra de movimientos. A 9 de abril las cosas podían haberse encaminado mejor para la causa alemana.

                Con todo, Lundendorff ordenó detenerse al XVIIIº. Fue un error que no parece muy explicable. Se ha sostenido que la ausencia del asesor Hoffman en el desarrollo de las operaciones fue un grave problema para aquél.

                Lo cierto es que Arras resistió y el XVIIº no la conquistó. Entonces el XVIIIº avanzó hasta Amiens. Algunas unidades llegaron a bombardear París, aunque su efectividad resultó escasa. Mucho más grave fue la masacre por la artillería alemana del VI ejército francés, que imprudentemente se lanzó al ataque.

                Los alemanes habían emprendido un gran esfuerzo y los aliados consiguieron organizar la defensa alrededor de la línea del Marne. Con el paso de las semanas afirmaron su superioridad material, especialmente con la llegada de nuevas unidades estadounidenses. Pudieron congregar una fuerza de unos 456 tanques, y el 8 de agosto de 1918 pasaría a la Historia como un día negro para las fuerzas armadas alemanas, según los propios coetáneos.

                Los aliados avanzaron y aunque quedaron obstaculizados por los embarrados campos flamencos, Alemania se encontraba al borde del colapso. Las penosas condiciones de vida agitaron la revolución. El káiser no encontró el apoyo del ejército para refrenarla y abdicó. Los alemanes iban sondeando un cese de hostilidades o armisticio. Después de varios giros, entró en vigor a las 11.00 horas oficiales del 11 de noviembre de 1918, ahora hace cien años. Los que vivieron aquel momento pudieron considerarse dichosos, después de una guerra sangrienta y espantosa.

                Fuentes.

                Mccluskey, Alistar, Amiens 1918: The Black Day of the German Army, Osprey, 2008.

                Víctor Manuel Galán Tendero.