EL VALLE DEL EBRO Y LAS PRETENSIONES CASTELLANAS.

21.01.2018 10:28

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                Surgida hacia el año 800 alrededor del valle del Mena, al Norte de la actual provincia de Burgos (si aceptamos ciertos documentos del monasterio de San Emeterio), Castilla no solo colisionó con el rey de León, sino también con el vecino reino de Pamplona por el dominio de áreas de la cuenca del Ebro, como La Rioja. Entre 1065 y 1067 Sancho II de Castilla, aprovechando el descontento de algunos, quiso ocupar La Bureba y la Rioja Alta, pero su primo Sancho Garcés IV de Pamplona contó con la ayuda de Sancho Ramírez de Aragón para repeler tales pretensiones. Sancho II solo logró La Bureba, los montes de Oca y Pancorbo. A la muerte del pamplonés Sancho Garcés IV (1076), Alfonso VI de León y Castilla aprovechó las circunstancias difíciles por las que pasaba el reino para hacerse con el dominio de territorios riojanos. El señor de Nájera lo reconoció como rey.

                En el 926 Logroño había sido entregada al monasterio de San Millán, pero en el 1095 Alfonso VI optó por otorgar carta de población a los hispanos y francos que acudieran allí, liberados de vivir en servidumbre. Así se lo había recomendado el propio conde don García, encargado de aquella mandación, con la clara intención de captar la vitalidad que discurría por un Camino de Santiago en pleno auge. Entre algunas de las disposiciones, se establecía que ningún sayón podía irrumpir violentamente en las casas de los vecinos, el potestad debía comportarse con igual contención, y se rechazaba el fuero de hacer batalla probatoria, hierro o calda. De todos modos, el señor de la localidad todavía ponía sus autoridades, aunque solo debía exigir a cada vecino dos sueldos y hornada por Pentecostés.

                Alfonso VI había pretendido años antes ampliar su dominio en la cuenca del Ebro. En el 1086 había asediado Zaragoza y había prometido a sus habitantes respetar los usos de los musulmanes como estrategia. La irrupción almorávide en la Península dio al traste con este intento, pero la apetencia de dominar el territorio zaragozano no fue desechada por los monarcas castellanos.

                Alfonso el Batallador, una vez roto su matrimonio con Urraca de León y Castilla, retuvo zonas como las riojanas y se aplicó a la conquista de los territorios andalusíes del valle del Ebro. A finales de 1118 tomó Zaragoza y posteriormente otras localidades. A su muerte en el 1134, los zaragozanos le rindieron homenaje a su hijastro Alfonso VII, interesado en expansionar su dominio en la Península. En lugar de incorporar el Regnum Caesaraugustanum a sus territorios al modo de Toledo, Castilla o León, lo empleó como pieza de su diplomacia feudal para fortalecer su imperio. En el 1135 el rey navarro García Ramírez, el Restaurador, le rindió pleitesía en Nájera por Zaragoza, que gobernó en 1136. Sin embargo, Alfonso VII la concedió más tarde al aragonés Ramiro el Monje y después a su yerno y continuador Ramón Berenguer IV, lo que fundamentó la alianza entre León-Castilla y Aragón frente a Navarra. La ayuda prestada por el aragonés Alfonso II al castellano Alfonso VIII en la conquista de Cuenca (1177) sirvió para cancelar el vasallaje por el dominio zaragozano.

                Alfonso VIII, el rey chico que resultó vencido en Alarcos y vencedor en las Navas de Tolosa, tuvo que batallar duramente con otros monarcas de la Cristiandad hispana. En el 1162 Sancho VI de Navarra tomó Logroño, pero en el 1177 tuvo que retornarla por el arbitraje del rey de Inglaterra Enrique II, señor de los ducados de Gascuña y Aquitania. En años posteriores, las principales hostilidades en la frontera entre Castilla y Navarra fueron por territorios como el guipuzcoano.

                Ya en el siglo XIV, durante la llamada guerra de los Dos Pedros, el rey de Castilla Pedro I invadió el territorio aragonés, aunque al final no consiguió incorporar ninguna plaza del valle del Ebro ante el fuerte enfrentamiento desatado en Castilla por la entrada de su hermanastro Enrique de Trastámara. La guerra civil castellana entre los partidarios de don Pedro y de don Enrique dio pie a distintos ofrecimientos al rey de Navarra Carlos II en solicitud de su ayuda. Si Pedro, entre otras cosas, le ofreció Guipúzcoa y Álava, le prometió Enrique Logroño. Al final, la cosa quedó en agua de borrajas.

                Con independencia de los combates políticos, las relaciones entre los castellanos, navarros y aragoneses de la ribera del Ebro fueron estrechas, tanto en lo humano como en lo económico, acreditando que la vecindad estuvo muchas veces por encima de otras consideraciones.

                Víctor Manuel Galán Tendero.