ENTRE EL ESCLAVISMO Y LA SERVIDUMBRE, LA HISPANIA VISIGODA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

31.07.2015 00:09

                La esclavitud tal y como había sido concebida bajo la Roma republicana no aseguraba la prosperidad y el mantenimiento del Imperio en el siglo III. La consecución de esclavos cada vez era más costosa y su trabajo poco eficiente. La manumisión garantizaba unos lazos de dependencia más provechosos para los antiguos amos.

                    

                Ni la aceptación del cristianismo ni las invasiones germanas terminaron con la esclavitud para dar paso a un nuevo tipo de relaciones. Al contrario. Tanto la Iglesia católica como los nuevos poderes germanos mantuvieron la esclavitud y auspiciaron el desarrollo de los vínculos de patronazgo.

                Este período de transición entre el esclavismo y el feudalismo ha sido muy debatido en los últimos cincuenta años, pues la palabra latina servus podía denominar entre los siglos V y X en algunas regiones europeas tanto un esclavo como un siervo.

                        

                Antes de la conquista musulmana, que puso en marcha otras dinámicas sociales, la Hispania visigoda se encaró con este panorama de transformaciones, que conocemos a través de los cánones de los Concilios de Toledo, las encumbradas asambleas eclesiásticas que llegaron a tener una gran importancia política para todo el reino.

                En el 633, cuando se celebró el IV Concilio, la promoción de los esclavos dentro de la Iglesia católica, que le había ganado finalmente la partida a la arriana, se limitó. Podían ser sacerdotes y diáconos, pero no obispos o dirigentes de una comunidad. Cuál era la situación legal exacta de tales esclavos no se sabe a ciencia cierta.

                                        

                La Iglesia, al igual que los grandes propietarios de su tiempo, consideró a sus esclavos parte de su patrimonio y limitó su manumisión, especialmente por eclesiásticos de origen humilde que no le aportaron bienes al ingresar. Se intuye una contradicción entre su base popular y su cúspide aristocrática. La otra contradicción entre prohibir esclavizar por delito y la esclavización de las compañeras de los sacerdotes se explicaría por razones morales.

                                    

                Consciente del problema esclavo, la Iglesia proclamó eternos sus derechos de patronazgo, como el de obsequio, al ser también ella eterna. Al final la alta jerarquía eclesiástica se confundió con el resto de la aristocracia del reino, fuera de origen hispanorromano o visigodo, y dispuso de comitivas de servidores integradas por encomendados, libertos y esclavos, que tanto protagonismo tuvieron que ver en las luchas que desgarraron el reino.

                El número de sus integrantes sería variable, aunque no pequeño, pues en el XVI Concilio toledano (693) se estipuló que la iglesia de un presbítero al menos tenía que tener diez esclavos. El mantenimiento económico y la reputación volvían a significarse como esenciales en aquella hora de cambio histórico.