ESPERANDO EL FINAL DEL MUNDO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.12.2025 12:36

              

               La civilización de la Europa medieval creyó en el final de los tiempos y en la terrible figura del Anticristo. Tales planteamientos fueron antecedidos por la fusión de las ideas dualistas con las apocalípticas judías entre los siglos III al I antes de Jesucristo. Varios capítulos del libro del profeta Daniel, la segunda carta de San Pablo a las gentes de Tesalónica, el Apocalipsis Sinóptico y el de Juan, y pasajes de Ezequiel o de Isaías les sirvieron de obligada referencia.

               Ya Ireneo de Lyon, del siglo II, sostuvo el origen judío del Anticristo, durando su reinado tres años y medio. En el siglo siguiente, Hipólito de Roma le dedicó un libro fundamental sobre su identidad, con gran repercusión en la Edad Media. Hijo de Satanás, nacería en Babilonia y sus cuatro cuernos simbolizarían sus poderes persuasivos, mágicos, seductores y atormentadores. Simularía ser un santo para alejar a las gentes de la fe y conducirlos al pecado. Los enviados celestes Elías y Enoch predicarían en su contra. Al cumplir los treinta años, comenzaría su reinado. Curiosamente, Cristo o el arcángel San Miguel lo auspiciarían. De cuarenta a cuarenta y cinco días distintas señales anunciarían el fin del mundo, del estilo del ascenso y descenso de las aguas, terremotos, sudor de sangre de los árboles, lloro y habla de las aves o resurrección de los muertos. En este atribulado tiempo los pecadores deberían convertirse, pues al finalizar el mundo se incendiaría y se celebraría el Juicio Final.

               Entre los escritos apocalípticos medievales descolló el del famoso Beato de Liébana, comentarista del Apocalipsis de Juan hacia el 776.  Desde el 940 proliferaron los sermones sobre el fin del mundo, anunciándolo San Odón para el año 1000. Por ello, el conde de Carcasona Arnaud hizo una donación en el 944 a la abadía de Lézat ante la supuesta cercanía de tal acontecimiento. En el 948 se fundó el priorato de Muret invocando tal motivo. De estos años son las primeras menciones a las peregrinaciones a Santiago de Compostela.

                En el 954 Adso de Montier escribió una vida del Anticristo en forma de epístola a la reina franca Gerberga. Defendió que mientras existiera el imperio romano, el de los francos carolingios, no acaecería el final de los tiempos. Sin embargo, el imperio de Carlomagno ya se encontraba divido y sus continuadores acuciados por graves problemas. Así pues, el eremita Bernardo de Turingia anunció en el 960 a una asamblea de clérigos la proximidad del último día. Sostuvo asimismo Abdon de Fleury que tal hecho acontecería en el 992, cuando el Viernes Santo coincidiera con la Anunciación. Otros predicadores, por el contrario, se inclinaron por el año 1000, el del milenio del Nacimiento de Jesús.

                Fue en tal año cuando Leotardo encabezó un movimiento que pisaba los crucifijos, renegaba de la castidad y rechazaba el pago del diezmo eclesiástico. Por entonces, sin embargo, se pospuso el final del mundo para el 1033, coincidiendo con los mil años de la Pasión de Cristo.

                Mientras tanto, los avisos no dejaron de darse. En el 1003 Raul de Glaber dejó constancia de la aparición de una ballena misteriosa, precedente y anunciadora de los combates entre los reyes. Ademar de Chabannes informó en el 1014 de un cometa que atravesaba los cielos y de la propagación de espantosos incendios. En un eclipse de sol en el 1023 se dijo haber visto un combate en los cielos. Otro eclipse, el de 1033, se interpretó de forma apocalíptica, coincidiendo con una terrible hambre.

                El 1033 pasó a los anales de la historia y el mundo no concluyó, pero las apocalípticas ideas milenaristas no fenecieron. Con motivo de la Primera Cruzada, la Jerusalén celeste profetizada en el capítulo vigésimo primero del Apocalipsis estuvo muy presente en las fuerzas populares de Pedro el Ermitaño en el 1096. Más tarde, el célebre Joaquín de Fiore sostuvo que el tiempo se ordenaba en tres edades. Supuso que hacia el 1260 un Anticristo haría de las suyas antes de la tercera, la del Espíritu, unos mil años de paz y amor en el que Dios residiría en el corazón de las personas. Al finalizar tal edad aparecería el último Anticristo, con el ocaso del mundo y el Juicio Final.  De la popularidad de tales planteamientos da idea que San Vicente Ferrer anunció al Papa Benedicto XIII que el Anticristo había nacido en el 1403, con lo que el mundo, ardería en 1433. Las creencias milenaristas, a despecho de todas las evidencias, acreditaron ser bastante resistentes.

              Para saber más.

                Paul Johnson, Historia del cristianismo, Barcelona, 2007.