EUROPA DEL ESTE, DE LAS REVOLUCIONES POPULARES AL NUEVO INTERVENCIONISMO RUSO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Polonia ha sido sobresaltada por los drones rusos, y desde la Unión Europea se endurece el tono hacia la Rusia de Putin. Nada sucede por azar en la Historia, y es bueno recordar que a doscientos años del inicio de la Revolución francesa se produjeron movimientos revolucionarios en el Este de Europa, bajo dominio soviético, que modificaron muchas cosas.
La dominación soviética había promovido un modelo de economía centralizada, que primaba el desarrollo industrial en las ciudades. Se fortalecieron los grupos de técnicos y de trabajadores industriales en varios países.
Tales cambios no fueron acompañados por una mayor democratización o respeto por sus identidades históricas. Naciones de la relevancia de Bohemia, Hungría o Polonia fueron relegadas a la condición de satélites de la Unión Soviética. Mientras tanto, Alemania Occidental servía de escaparate de lo que disponían otros pueblos de Europa.
Aunque los regímenes comunistas emplearon la fuerza y la represión en numerosas ocasiones desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de protesta no recurrieron a la lucha armada o al terrorismo, a pesar de ciertos intentos como los promovidos infructuosamente por la CIA en Ucrania entre los años cuarenta y cincuenta.
Estos movimientos contaron con la ayuda de las iglesias, mal vistas por el comunismo, y llegaron a movilizar en sus momentos más álgidos a miles de personas en las calles. Su recurso a la no violencia activa fue muy similar a la del movimiento de los Derechos Civiles de Estados Unidos en los sesenta.
El primer gran movimiento de este tipo resultó ser el de Polonia, alrededor del movimiento Solidaridad. Contó con la ayuda del Vaticano del también polaco Juan Pablo II, logrando forzar unas elecciones libres en junio de 1989.
Su triunfo dio bríos a la oposición en la República Democrática Alemana, donde muchas personas trataban de saltar el Muro de Berlín. Aunque sus autoridades pretendieron aplicar la dureza del comunismo chino contra los estudiantes en junio del 89, manifestaciones multitudinarias como las de Leipzig las desbordaron. La caída del Muro acentuó la crisis del bloque soviético.
Un Gorbachov comprometido con la distensión internacional y las reformas no se vio con corazón para aplicar los remedios militares del pasado. Las protestas se extendieron a Checoslovaquia y a otros países de la esfera soviética. En Rumanía se derribó el régimen dictatorial con la ejecución de sus altos dirigentes a fines del 89.
Mientras el malestar crecía en la cúpula soviética, descontenta de Gorbachov, las protestas comenzaron a extenderse en el seno de la propia URSS. Lituania le echó un pulso en 1990 a un Gorbachov que consideró emplear soluciones más expeditivas.
El golpe de Estado soviético de agosto de 1991 fracasó en gran parte por una verdadera movilización popular en ciudades rusas tan importantes como Moscú. El espíritu revolucionario iniciado en Polonia había alcanzado el corazón imperial.
En diciembre de 1991 los dirigentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia decidieron apear a Gorbachov del poder supremo, proclamando la independencia de sus respectivas repúblicas. La URSS se disolvió, apareciendo en el mapa de Eurasia nuevos Estados. La posesión de armas nucleares de Kazajistán preocupó sobremanera a los Estados Unidos.
Mientras tanto, la disolución de Yugoslavia no se llevó a cabo pacíficamente, sino a lo largo de una serie de cruentas guerras.
La nueva Rusia no conoció ni la democracia ni el bienestar, sino un estado de crimen organizado y de dominio oligárquico que relegó a muchas personas a la pobreza. Algunos en Estados Unidos han reconocido que resultó ser un craso error no ayudarla a evitarlo. Al mismo tiempo, los rusos se enfrascaron en el corrosivo conflicto de Chechenia.
Antiguo agente de los servicios secretos soviéticos, Putin lamentó la caída de la URSS como un desastre, ocasionado por la debilidad de políticos como Gorbachov. Mientras la lucha contra el terrorismo checheno le brindó popularidad, su pugna con los oligarcas de los noventa le proporcionó un enorme poder. La oposición contra su persona sería implacablemente perseguida antes de sus enfrentamientos con Ucrania.
Putin ha considerado Ucrania parte de Rusia y ha tratado de dominarla por varios medios. Sus intentos de hacerlo desde dentro ocasionaron la respuesta popular de la Revolución Naranja y de la plaza de la Independencia. Más tarde vino la ocupación de Crimea y el intento de conquista de Ucrania.
Si la nueva Guerra Fría, con todas sus diferencias, nace del corazón de la anterior, la actual resistencia ucraniana encarnada por Zelenski entrona con la determinación de los movimientos populares que se opusieron al sistema soviético.
¿Podía haber sido distinta la Historia de la URSS a fines del siglo XX? Es difícil asegurarlo, por mucho que la China comunista haya sobrevivido como una dictadura productivista, ya que su complejidad social y nacional, por no hablar de su posición a la cabeza de un mosaico imperial, era muy distinta de la soviética. Aplastar a los estudiantes fue mucho más sencillo que acallar a las multitudes europeas, particularmente cuando los excesos de la Revolución Cultural todavía eran recordados.
Lo cierto es que la gente cambió el mundo a fines del siglo XX, dejando su complejo legado al XXI.
Para saber más.
Ian Kershaw, Ascenso y crisis. Europa 1950-2017: un camino incierto, Barcelona, 2019.
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