FRANCIA AMENAZA EL EXTREMO ORIENTE ESPAÑOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

10.01.2023 15:44

 

                La Francia de Luis XIV quiso imponer su dominio en Europa Occidental a la fuerza frente a España, las Provincias Unidas, Inglaterra o los Habsburgo de Viena. Algunos historiadores del siglo XIX, de tendencia nacionalista, le reprocharon que centrara en exceso sus esfuerzos en los Países Bajos, dejando a un lado las empresas de ultramar, lo que permitiría el ascenso inglés del XVIII.

                Es verdad que Luis XIV no siempre prestó atención a los consejos de Colbert y de otros, pero Francia no se desentendió bajo su reinado de la expansión más allá de Europa. En 1664 se fundó la Compañía francesa de las Indias Orientales, y la guerra iniciada en 1672 contra las Provincias Unidas serviría para impulsar sus ambiciones.

                Los franceses habían puesto sus ojos en el dominio de la isla de San Lorenzo, frente a la costa de Mozambique, y en 1673 ya habían conseguido el control de la plaza de Santo Tomé, en el litoral de Coromandel, desde donde sondearon las posibilidades de extenderse hacia Extremo Oriente.

                Se preocuparon por recabar información del estado de fuerzas de Manila y del Galeón que anualmente llegaba desde Acapulco. La misma Compañía, en 1674, mandó una flota a Asia, que contó además con la colaboración de veintitrés navíos ingleses, aliados contra los holandeses.

                No descuidaron los franceses otras vías de entrada, como la de ganarse a los potentados musulmanes del archipiélago filipino o a los pueblos pampangos. En sus tratos con las cortes de los reinos indochinos, como el de Siam, difundieron sus gacetas, donde presumieron con orgullo de sus triunfos sobre los holandeses y los españoles, desde los Países Bajos a Cataluña. Deseaban, pues, aparecer ante los asiáticos como el reino más poderoso de la Cristiandad.

                En consecuencia, los españoles de Filipinas los temieron, pues incluso consideraron que deseaban hacerse con la disputada Formosa. No bajaron la guardia ni ante la llegada de sacerdotes franceses con destino a China y otros puntos, pues lo juzgaron como otro medio más de expansión de Luis XIV.

                Los misioneros franceses fueron acusados por los españoles de no ser buenos católicos, sino hugonotes encubiertos, que no asistían a misa y comían carne en Jueves Santo. Llegaban a ordenar como presbíteros a asiáticos que, en su criterio, no estaban al tanto de la doctrina católica. Se les acusó de difundir imágenes en las que Calvino indicaba a un monarca como aplastar al Papa y a otros poderes católicos.

                Se dijo que algunos de los obispos franceses se habían llegado a convertir en auténticos mandarines del rey de Siam. Fue particularmente comentada la conducta del clérigo Gabriel Boucher, que había sido capitán de caballería en Flandes con las fuerzas del príncipe de Condé. Montado a caballo (con botas, espuelas y carabinas), enseñaba en Tonkín el manejo de las armas de fuego y la manera de formar batallones.

                La arribada en un patache del obispo François Phallú a Manila en 1675 hizo subir más las alarmas. Preocupó sobremanera que manejara mucho oro y plata para comprar voluntades, y que su estada sirviera a los franceses para explorar las defensas filipinas. Hubo viva preocupación por las órdenes que pudiera recibir una fuerza de 14.000 infantes en Santo Tomé. En vista de ello, los tripulantes del patache fueron a parar al castillo de Santiago, y los jesuitas nacidos en Amberes ayudaron a la Audiencia de Manila a sonsacar las verdaderas intenciones de la misión de Phallú.

                Al final, los franceses no se hicieron con ningún punto de las Filipinas, pero no dejarían de pensar en utilizar el archipiélago en sus empresas de conquista hasta el siglo XIX.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.

                Filipinas, 305, R. 1, N. 2.