¿FUE TAN NOVEDOSO EL SIGLO XVIII EN EUROPA Y ESPAÑA? Por Daniel Sánchez Jiménez.

03.10.2014 17:40

    En el siglo XVIII cambió la mentalidad en nombre de la Ilustración, mejoró la producción agraria, la artesanía avanzó hacia la industrialización, y se saneó la administración pública y tributaria en España y otros países europeos.

    Tantos cambios, sin embargo, no se originaron en tal siglo, ni fueron tan radicales como a veces se ha sostenido. Más bien resultaron de la proyección de las novedades de los siglos XVI y XVII. Así pues, el Siglo de las Luces transformó la recomendación del cambio en una necesidad apoyada en el deseo de muchos. Las minorías selectas ilustradas divulgaron la idea de la novedad racionalizadora, descollando La Enciclopedia (1751-72) promovida por Diderot y d´Alembert.

    La Ilustración nació en Francia, pero admiró profundamente los logros del parlamentarismo inglés, emanados de las sangrientas guerras civiles del XVII. El poder absoluto del rey se cuestionó como egoísmo incapaz de atender a la felicidad del común de las gentes. La crítica y las dudas sobre lo heredado fueron de la mano, y el uso de la inteligencia se ofreció como la tabla salvadora de una Humanidad cada vez menos confiada en Dios. La ciencia, en consonancia, se liberó de ataduras, y los médicos trataron las enfermedades con mayor realismo, huyendo de supersticiones. Se impugnó entre algunos la idea del castigo divino o de la maldición, al tiempo que los historiadores abordaron con mayor objetividad el relato del pasado, apoyándose en evidencias documentales. Bajo la Ilustración fructificó la semilla del humanismo, de la curiosidad geográfica de los grandes navegantes y de la revolución científica del XVII.

    Entre las grandes figuras de la Ilustración encontramos al ocurrente Voltaire (1694- 1778), cuyas opiniones gozaron de popularidad en su tiempo; Montesquieu (1689-1775), el noble que aquilató el sistema de los contrapesos de los tres poderes con el fin de evitar el despotismo; y Rousseau (1712-1778), el enunciador de la soberanía popular. En la América del Norte el debate ideológico ayudó al nacimiento de los Estados Unidos, herederos del espíritu de la revolución inglesa del XVII.

    Algunos ilustrados defendieron la fisiocracia o mejora de la economía a través de la agricultura, notablemente incentivada con la introducción de los cultivos americanos como el maíz o la patata. Se hicieron vivas recomendaciones de mejora, que en el caso valenciano quedaron contenidas en Els usos i costums del bon llaurador, muy valorado por los emprendedores de la época.

    La producción artesanal fue mejorada por los empresarios de las ciudades, capaces de aprovechar la pobreza de los campesinos, proporcionándoles materias primas para su confección a cambio de avances de dinero. Los empresarios conseguían a bajo precio grandes cantidades de productos que vendían a un precio cada vez más asequible, interesándose en las mejoras técnicas del proceso. Residentes en las ciudades, exhibieron en sus palacios y residencias urbanas su éxito, labrado a costa de los aldeanos de los alrededores en muchos casos. En los arrabales ciudadanos creció una población cada vez más variopinta, emplazándose nuevos establecimientos fabriles. La protoindustrialización o paso de la artesanía aldeana al sistema fabril fue un larguísimo proceso que arrancó en el siglo XV en algunas comarcas europeas, no siendo coronado por el éxito en numerosas ocasiones.

                                

    En la España del XVIII los cambios no fueron tan notables como en Inglaterra, por ejemplo, pero no resultaron ser tan modestos como a veces se ha dicho. Ya a finales de la centuria anterior se había reformado la moneda en Castilla, se había hecho visible el progreso comercial de las áreas litorales y los novatores habían puesto los cimientos de una nueva actitud cultural. La monarquía borbónica, preocupada por el mantenimiento de sus fuerzas armadas, introdujo nuevos impuestos en la Corona de Aragón aprovechando la guerra de Sucesión, como el equivalente valenciano o el catalán catastro, de gran importancia económica y social. Desde las intendencias se administrarían sus fondos con destino a las necesidades de la monarquía. Sin embargo, en la Corona de Castilla fue imposible instaurar la única contribución ante las presiones de los privilegiados, que dejaron bien claros sus puntos de vista y su poder. Las autoridades no quisieron exponerse a sus iras, máxime cuando la pasada guerra de Sucesión había tenido un acusado componente de enfrentamiento social. En Valencia no pocas comunidades campesinas abrazaron la causa austracista contra sus señores borbónicos, que intentaron acrecentar sus rentas y enjugar sus deudas tras la expulsión en 1609 de los moriscos. Los labradores cristianos no se resignaron a convertirse en unos nuevos tributarios, y su resistencia e ímpetus empresariales hicieron posible la transformación agraria de Valencia, en cuya Historia 1609 pesa más que 1707 a la hora de entender el cambio social.

    La sociedad no siempre cambió a la velocidad y en el sentido deseado por algunos ilustrados en España, pero las Sociedades Económicas de Amigos del País intentaron promover la novedad dentro de un orden. Las sociedades vascongadas fueron pioneras y la matritense muy destacada. Figuras como el polígrafo Mayans, el científico Jorge Juan o el hombre de Estado Jovellanos aportaron su granito de arena a la labor.

    El deseo de cambio no estalló en 1789 en España como en Francia, pero a partir de 1808 las transformaciones largamente maduradas salieron a la luz. El siglo XVIII, en consecuencia, anunció un nuevo mundo, el nuestro, en el que vamos a vueltas con el cumplimiento de los Derechos Humanos.