GIBRALTAR POR ORÁN.

13.01.2019 11:49

               

                La guerra de Sucesión entrañó la pérdida de los dominios italianos y de los Países Bajos por la Monarquía española. Durante décadas, se había abogado por la conservación de la complicada Flandes, casi al modo de un mayorazgo asociado al rey, además de estimarla necesaria para la protección de la misma España, que así esquivaba los golpes más duros. La defensa de la fe católica había sido otro argumento esgrimido al respecto. Los españoles no siempre se habían mostrado conformes con tal política, prefiriendo dirigir sus golpes hacia objetivos como Argel, aunque la historiografía recientemente ha destacado los lazos hispano-flamencos más allá de la figura del monarca: comercio, enlaces de la nobleza e intercambio cultural.

                En 1713 surgió en el círculo de la casa de Osuna un curioso proyecto de expansión en el Norte de África. Por entonces el sexto duque de Osuna desempeñaba la embajada para la negociación del tratado de Utrecht. Desde 1694 era caballero de Calatrava y capitán general del mar Océano y costas de Andalucía desde 1706.

                La fortuna no había sonreído a las armas borbónicas en los Países Bajos, pero sí en la península Ibérica. Las victorias contra las fuerzas de Carlos de Austria dieron pábulo a un cierto optimismo, de recuperación del poder español, en el que se ensalzó la gloria de Castilla. Tal espíritu se vertió en el memorial de 1713.

                A aquellas alturas de la Historia, Gibraltar y Menorca habían pasado a manos británicas. Para recuperarlas, se propuso intercambiarlas por Orán y el puerto de Mazalquivir. Orán se había perdido en 1708 y no se recuperaría de manos otomanas hasta 1732, pero se consideraba parte de los dominios de la Monarquía española. En tal trato, Gran Bretaña gozaría de su dominio útil y del eminente Felipe V, al modo del emperador sobre las plazas de seguridad de los Países Bajos, como Ypres, confiadas a los holandeses. De esta manera, los británicos dispondrían de un buen punto de apoyo para sus armadas en el Mediterráneo. No sería la última vez que desde España se propusiera intercambiar una plaza en el Norte de África por Gibraltar.

                Al mismo tiempo, se ensalzó la figura de Fernando III el Santo, que acarició la idea de llevar la expansión castellana al África septentrional, con las órdenes militares como avanzadas. La orden de Santiago, según este proyecto, se asentaría en Bugía, en Trípoli las de Alcántara y Calatrava, y la de Montesa en la recuperada Menorca. Tampoco se descuidaría el fomento del corso contra los enemigos de Salé y Argel con el concurso de vizcaínos, catalanes y mallorquines. Por estos medios se pensaba abatir a los enemigos musulmanes de España y recuperar los días de gloria de Carlos V, según una perspectiva ciertamente idealista.

                Por si fuera poco, así también se podría atraer a la empresa a los separados dominios italianos. Córcega, Cerdeña y Sicilia aportarían a las huestes sus cereales. Los corceles de la caballería ligera y de los dragones se podrían tomar de Cerdeña y África, lo que evitaría los costes de transporte de los caballos de Andalucía. En tan magna empresa los caudales eclesiásticos podían ser bien aprovechados.

                Semejantes propuestas, que parecían mirarse en el espejo de la orden de San Juan asentada en Malta, demuestran que el llamado irredentismo mediterráneo de Felipe V tuvo que ver con algo más que los simples afanes de Isabel de Farnesio, su segunda esposa, por entronizar a sus hijos. La pérdida de los dominios del Norte sería sentida como una llamada para fortalecer la posición en el Mare Nostrum. Ya el duque de Lerma pretendió compensar la sensación de fracaso de la tregua de los Doce Años con los holandeses con una política mediterránea más activa, que incluyó la expulsión de los moriscos. Desde este punto de vista, el reinado de Felipe V no sería tan novedoso como se presentaba hace unas décadas.

                El proyecto no se llevó a cabo, pero años más tarde fue retomado con mentalidad arbitrista, una vez reconquistada Orán en 1732. Sus justificaciones religiosas fueron sustituidas por otras más mundanas, dentro del pensamiento de restablecimiento de las fuerzas interiores de España, cuya fertilidad la había hecho apetecible a todas las naciones a lo largo de la Historia.

                Su decadencia se remontaba según el anónimo autor al reinado de Felipe III por la expulsión de gentes por su credo, los descubrimientos de las Indias y las guerras de religión, cuyas consecuencias fueron la despoblación y el abatimiento de la economía. Lo cierto es que aquellos factores también se dieron en los reinados de los Austrias Mayores.

                Para remediarlo se postulaba la solución médica, tan cara al arbitrismo, de la curación por contrario. La conquista del Norte de África fortalecería la flota y fomentaría la comunicación comercial entre el Mediterráneo y el Atlántico. Se tomó como modelo Gran Bretaña, cuya potencia naval se databa desde 1546 y se consideraba reforzada con el dinero tomado de las Indias españolas y del Asiento de esclavos. A su modo, el proyecto mezcló elementos de distintos tiempos. La propuesta de expansión norteafricana simbolizó el carácter históricamente complejo del reinado de Felipe V.

                Fuentes.

                Archivo Histórico de la Nobleza. Ducado de Gandía, Osuna, C. 571, D. 13-16.

                Víctor Manuel Galán Tendero.

                La flota española parte a la conquista de Orán desde Alicante en 1732. Oleo de Sani.