GOLPE DE ESTADO EN EL JAPÓN IMPERIAL. Por Víctor Manuel Galán.

28.04.2021 11:39

               

                En la agitada década de 1930, el Japón imperial se embarcó en una vehemente política de conquistas en China, entonces en una delicada situación política, e instauró un gobierno títere en Manchuria. Aquella expansión parecía la culminación de la emprendida a finales del siglo XIX, y se presentaba como un éxito contundente de los modernizados nipones.

                Sin embargo, las rivalidades y las tensiones carcomían al grupo dirigente del Japón, en el que tanta importancia tenían los militares. Se enfrentaron dos grandes facciones, la Kodo-Ha y la Toseiha.

                La primera era de un acentuado ultranacionalismo y muy contraria a todo atisbo de liberalismo. En su sentir, los honrados militares debían tomar el poder y depurar el Estado de toda corrupción política y económica. Sus postulados han sido comparados con los del fascismo, figurando entre sus más conspicuos representantes los generales Araki y Mazaki.

                Sus oponentes de la más contemporizadora facción Toseiha, de la Escuela del Control, hacían mayor hincapié en las virtudes de la preparación y de la movilización militar de cara a una futura guerra con las potencias occidentales, más hacia el Sur y el Pacífico. Descollaba entre sus figuras el general Nagata. En 1935 contaban con las simpatías del gobierno.

                A mediados de aquel año estalló abiertamente el conflicto entre ambas. El general Hayashi, el ministro de la Guerra, destituyó al general Mazaki de la dirección de la inspección de la formación militar. Los seguidores de la Kodo-Ha lo tomaron como una grave ofensa. El 12 de agosto del 35 asesinaron al general Nagata.

                La gravedad del hecho no condujo a adoptar una actitud contundente contra los homicidas, y los de la Kodo-Ha llegaron a tramar un golpe de Estado, que determinara al emperador a ponerse decididamente a su favor. Contaron con el apoyo moral y financiero de políticos y hombres de negocios muy conservadores, además de con importantes simpatías en las fuerzas destinadas a Manchuria, como la Primera División.

                Antes de partir ésta a su destino, se dio el golpe de Estado del 26 de febrero de 1936. Los insurrectos pensaban ejecutar a los políticos del gobierno, algo que consiguieron muy parcialmente. Presionaron al ministro de la Guerra a sumarse a su causa, mientras sus partidarios dentro del Estado Mayor pedían contemporizar con ellos.

                La actitud del emperador Hirohito resultó entonces crucial. No perdonó a los que mataron a sus consejeros, y ordenó la ejecución de sus homicidas, mientras movilizaba las fuerzas de los distritos más alejados de la capital.

                Sin el emperador, el golpe fracasó, aunque los generales Araki y Mazaki solamente fueron enviados a la reserva. Lo cierto era que el ejército se había convertido en un elemento medular de la política de un Japón embarcado en una política que conduciría a los horrores de la guerra mundial.

                Para saber más.

                Mikiso Hane, Breve historia de Japón, Madrid, 2006.