GUICHARD, EL HISTORIADOR DE AL-ÁNDALUS QUE NOS FASCINÓ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.04.2021 11:44

               

                Ha fallecido una gran figura de la historiografía contemporánea, Pierre Guichard. La noticia nos ha llegado a través de los caminos de Facebook que surcan nuestra aldea global, nuestro Beniplaneta, y no podemos dejar de lamentarla.

                Para los que nos gusta la historia de la Edad Media, Guichard ha sido una presencia obligada. Sus libros, artículos y colaboraciones en obras más generales alimentaron nuestra curiosidad e interés desde los años setenta, que ahora se antojan lejanos, pues abordó como pocos el estudio del fascinante Al-Ándalus.

                Recordamos que mantuvo intensos debates intelectuales con otras importantes figuras de nuestro panorama intelectual, que se plasmaron en sus escritos, pues sus planteamientos no dejaron indiferentes a nadie. La razón es que cambió nuestra visión de los andalusíes con contundencia.

                A finales de los sesenta, los españoles con gusto por la historia teníamos unos conocimientos y unas ideas sobre Al-Ándalus muy arraigados, muy queridos incluso. Los andalusíes eran, ni más ni menos, que la versión española del mundo islámico, y todos nosotros teníamos algo de moros, especialmente los valencianos, murcianos y andaluces. Alguna célebre criminóloga, de trayectoria intachable, atribuía a la sangre mora la proliferación de crímenes pasionales en el Levante. Si había alguna duda, pronto se disipaba ante alguna bella palabra de origen árabe que todavía pronunciábamos o por el airoso paso de las filaes de los Moros y Cristianos.

                A las seducciones de la cultura popular de una España abierta al turismo y al espectáculo se unían los estudios de los sabios eruditos, que destacaban la asimilación temperamental de la minoría islámica conquistadora en un mar hispano. Generalmente, los arabistas centraban su atención en la opulenta Córdoba, y otros territorios andalusíes quedaban prácticamente al margen.

                Los estudios de Guichard fueron un verdadero ariete que derribó numerosos muros. La estructura familiar de los andalusíes era distinta a la de los hispanocristianos, propia del mundo musulmán y no del occidental, según se reflejaba en la toponimia de territorios como el valenciano. La continuidad temperamental de nuestra Historia se impugnaba al emerger la de Al-Ándalus con toda su singularidad. Si la conquista musulmana fue una auténtica ruptura, también lo fue la conquista cristiana de Al-Ándalus, según reflejó en sus trabajos sobre los cambios en los castillos y en la trayectoria de los mudéjares, nada idílica por cierto.

                Era todo un cambio de paradigma, impulsado desde el estudio de una realidad hasta entonces periférica, la del Sharq Al-Ándalus, la del Este andalusí, particularmente de las tierras hoy valencianas. Algunos aficionados alicantinos recordamos su cortante y provocadora colaboración, nada complaciente, en la voluminosa Historia de la provincia de Alicante de 1985 o su atrayente estudio acerca del rais de Crevillente. Algunos de nosotros teníamos entonces la sensación de aparecer por vez primera en la gran historia, de la que con frecuencia estábamos ausentes por muchas historietas que nos contaran personas entrañables.

                Su visión de la sociedad andalusí, muy influida por la cultura francesa coetánea, incidía en la fortaleza de las comunidades rurales y en la relativa debilidad del Estado para captar su excedente a través de tributos, una visión con puntos en común con la del mítico modo de producción asiático. Según se desprendía de tales planteamientos, los andalusíes no conformarían un grupo de guerreros como el de la sociedad feudal, que terminaría imponiéndose en los campos de batalla. Tampoco practicarían los andalusíes, a diferencia de los musulmanes del Oriente Próximo, la yihad individualmente, sino como deber comunitario.

                Estos planteamientos levantaron una gran polvareda, y la investigación posterior (con el auxilio de la arqueología) los ha ido matizando y ajustando en diversa medida. A Guichard corresponde el mérito de haber iniciado un debate fructífero.

                Más allá de lo académico, sus estudios nos acercan con toda su complejidad a un tema muy actual, el de las relaciones entre civilizaciones, cuando una parte de la ciudadanía de la Unión Europea y de otros países occidentales profesa el Islam. Cuando Guichard comenzó a publicar sus trabajos, el mudejarismo era una simple curiosidad erudita. Sin embargo, ahora es un elemento que puede ayudarnos a conseguir una mayor cohesión social, evitando sus errores y tomando sus aciertos. Quizá la mejor lección del gran Pierre Guichard sea la de la humanidad de toda historia, la de poder acercarnos a otras personas por medio de la antropología científica, alejando prejuicios. Entender a los demás es algo muy importante, y por ello Guichard nunca será para nosotros como la palmera evocada por Abd al-Rahman I, extranjera en Occidente, alejada de su patria, sino nuestro querido maestro.