LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS DEL BOSCO. Por Carmen Pastor Sirvent.

14.06.2016 10:17

                

                El tríptico de La Adoración de los Reyes Magos del Prado ejemplifica el arte de uno de los genios de la pintura universal, el Bosco justamente homenajeado en el Museo del Prado.

                En su postigo izquierdo aparece representado el donante arrodillado bajo la égida de San Pedro y en el izquierdo su esposa bajo la de Santa Inés.  El matrimonio formaba parte de los linajes Bronckhorst y Bosshuyse.

                En la parte central figura la adoración, en la que Jesús aparece entronizado en el regazo de una María de solemne actitud. El establo se ha convertido en un verdadero baldaquino ante el que rinden pleitesía los Reyes. Melchor, ataviado con un fastuoso manto carmesí, se arrodilla ante el Rey de Reyes y Gaspar y Baltasar, ya representado como un africano, aparecen erguidos. Varios autores han apuntado que el Bosco quiso establecer un paralelismo ente la adoración y la santa misa.

                Tratándose de un pintor tan singular, en esta obra encontramos además otros aspectos no menos estimulantes. Alrededor del establo se arremolinan una serie de rústicos que no adoptan la misma postura solemne y a su entrada aparecen una serie de personajes poco complacientes. Uno de ellos, con camisa y manto rojo, lleva un turbante en la cabeza, lo que ha sido interpretado como la representación de Herodes y sus sicarios, de la ruina de la Sinagoga por el nacimiento del redentor e incluso con el mismo Anticristo.

                La obra del Salvador amenaza a las fuerzas del Mal, según nos quiere hacer ver el Bosco. En la tabla izquierda los demonios rondan el portal en ruinas, donde San José se guarece al lado del fuego. Los muros aledaños representan el Templo de Salomón, cerca del cual tuvo lugar el Nacimiento según ciertas creencias. Más allá un grupo de campesinos danza a los sones de una sensual gaita. En la derecha prosiguen las alegorías y unos lobos atacan a un pobre hombre y a una pobre mujer. Detrás del establo-baldaquino de la parte central dos de los séquitos de los Reyes se aprestan a la lucha como dos ejércitos contrarios, mientras un tercero les observa detrás de las dunas su oportunidad para dominar la situación. La Jerusalén representada al fondo superior también se plasma como una ciudad demoníaca.

                Su mundo era el de los reformistas religiosos del tránsito de los siglos XV al XVI, inquietos espiritualmente y anunciadores de importantes cambios.