LA BATALLA DE CHÂTEAU GAILLARD (1203-04). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.11.2014 16:05

                En el ocaso del siglo XII se perfeccionaron los arcos y las catapultas de los principales ejércitos de la Cristiandad, y las otrora inexpugnables fortalezas comenzaron a ser vulnerables. El reto, de todos modos, no quedó sin respuesta.

                Los grandes constructores fueron capaces de alzar murallas más grandes y de aumentar sus recintos. La elevación de la torre del homenaje perdió relevancia en medio de esta renovación poliorcética.

                En 1198 Ricardo Corazón de León acertó a completar Château Gaillard, la poderosa fortaleza que protegía sus dominios normandos. Se emplazaba a noventa metros de altura sobre el río Sena, magnífico foso de protección natural, y disponía de tres recintos (separados entre sí por fosos) en sentido descendente para proteger su acceso principal. Su torre del homenaje se emplazaba en el recinto superior, en la altura del escarpe del río.

                La torre adoptaba forma de V hacia el patio interior para desviar los proyectiles que se le arrojaran. Un plinto protegía contra toda zapa. Se abrían en las murallas (dotadas de dos hileras de almenas) matacanes para arrojar pez y flechas a los que acarreaban arietes de ataque. Torres circulares reforzaban la parte exterior de los recintos exteriores, y una ondulación hacía lo propio con la interior.

                El hermano de Corazón de León, el rey Juan (futuro sin tierra) podía estar tan seguro como orgulloso de su dominio, pero no contó con la determinación de Felipe Augusto de Francia, que aspiraba a extender sus dominios. A finales del verano de 1203 inició el asedio de Château Gaillard.

                                                            

                Los franceses cavaron dos trincheras para impedir el acceso de los sitiados al río, disponiendo regularmente torres de madera. Durante meses se prolongó este género de asedio. El alcaide Roger de Lacy obligó a salir a cuatrocientas personas entre mujeres, niños y enfermos, que el rey Felipe no acogió. Aquellos desdichados terminaron devorando a los perros y a los propios críos entre los dos ejércitos, cuando los rigores invernales se desataron.

                Harto de aguardar, el monarca francés ordenó asaltar el Château en la primavera de 1204. Sus catapultas arrojaron proyectiles y una torre de sitio se aproximó a las posiciones enemigas. Desde la fortaleza se le replicó con otra lluvia de piedras y flechas.

                Entonces los franceses abrieron una mina en la torre saliente del recinto exterior. Llegaron al recinto de en medio, en cuya muralla meridional había un edificio con letrinas abajo y una capilla encima.

                Los atacantes inspeccionaron el foso, y uno de ellos descubrió el desagüe de las letrinas, consiguiendo reptar hasta debajo de una de las ventanas de la capilla. Lanzó una cuerda por la ventana, y un grupo de franceses irrumpió allí. Ante sus gritos los debilitados defensores se retiraron al último recinto.

                Los atacantes comenzaron a minar su muralla, y los defensores replicaron con una contramina, que desalojó a aquéllos del túnel cavado. Tras tanta actividad la muralla se encontraba muy quebrantada por sus cimientos. Las catapultas francesas arrojaron su temible carga. Se abrió una brecha por donde irrumpieron los triunfantes atacantes. El rey de Inglaterra había perdido Château Gaillard.