LA BATALLA DE TORO, LA DEL DESTINO DE CASTILLA.

10.04.2018 15:55

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                A la muerte del desdichado Enrique IV un 11 de diciembre de 1474 en Madrid, Castilla volvió a dividirse, volvió a padecer la guerra civil. Los partidarios de su hermanastra Isabel y los de su hija Juana, tildada de ilegítima, cruzaron armas. Los esposos de ambas, don Fernando de Aragón y Alfonso V de Portugal respectivamente, tomaron parte activa en los combates. La lucha por el trono castellano se convirtió en una disputa internacional, pues Francia se posicionó a favor del bando de doña Juana al estar en pugna con Juan II de Aragón.

                A comienzos de 1475 no estaba nada claro el triunfo de doña Isabel, la que sería conocida como la reina católica. Dados poderes de gobernación y garantías sucesorias a su hijo don Juan, Alfonso V de Portugal entró en Castilla con un fuerte ejército (de 5.600 caballeros y 14.000 peones según el cronista Ruy de Pina). Contó con la ayuda de poderosos aliados como el arzobispo de Toledo Alonso Carrillo o el marqués de Villena. Al principio, se posesionó de plazas como Zamora y Toro, y aspiró a convertirse por medio de su matrimonio con doña Juana, en Plasencia el 25 de mayo de 1475, en rey de Castilla y de León.

                En la primera don Fernando logró entrar con la aceptación de muchos de sus habitantes, pero su fortaleza permaneció en manos de los partidarios del rey de Portugal. Ordenó aquél traer más piezas de artillería, y Alfonso V pensó en marchar sobre Zamora al creer que contaba su oponente con pocas fuerzas.

                Salió de Toro el rey de Portugal en orden de batalla e instó a don Fernando a alzar el asedio de la fortaleza zamorana, además de renunciar a sus derechos al trono castellano junto con su esposa doña Isabel. Los capitanes más jóvenes animaron al aragonés a la batalla, por considerar desordenada a la infantería portuguesa, pero el experimentado conde de Alba de Liste le recomendó proseguir el asedio.

                El portugués retornó entonces a Toro. Conocedora de la situación, doña Isabel le enviaría a su esposo las fuerzas del cardenal de España desde Valladolid. También acudieron nobles gallegos como el conde de Monterrey. Muchos desearon entonces entablar combate con el rey de Portugal, como no pocos zamoranos.

                Ahora partió don Fernando hacia Toro con sus fuerzas formadas, pero esta vez Alfonso V no aceptó la batalla. Las tropas de don Fernando mermaron por la deserción ante la falta de dinero, y para ponerle coto le prestaron su vajilla de plata el cardenal y el de Alba de Liste.

                El de Portugal, no obstante, se encontraba abatido por la pérdida de Zamora y del castillo de Burgos, y decidió relanzar su causa. Llamó a su hijo el príncipe don Juan, que acudió a Toro con 20.000 hombres. El duque de Arévalo no lo secundó, dolido por la pérdida de la fortaleza burgalesa.

                Al alba llegó el ejército de Alfonso V a Zamora desde Toro, y se aposentó en el monasterio de San Francisco, próximo al puente, donde dispuso piezas de artillería a su entrada. Tal real no cortaba el suministro de Zamora por el río ni podía auxiliar a la fortaleza, pero impedía la salida por el puente. Quiso anunciar el rey portugués su empresa a sus aliados castellanos, al rey de Francia y al Papa.

                Entre ambos contendientes había poca diferencia de fuerzas de caballería. Se emprendieron distintas escaramuzas para poder salir de la plaza los de don Fernando. Doña Isabel mandó desde Tordesillas otra fuerza a Fuente el Sauco para hostigar a Alfonso V.

                Don Fernando y Alfonso V se intentaron entrevistar para alcanzar algún tipo de acuerdo, pero las circunstancias no prodigaron ningún entendimiento. Según el cronista, Fernando del Pulgar se pensó en ofrecer dinero al rey de Portugal y a su esposa doña Juana, pero Dios evitó hacer tributaria a Castilla, en orgullosa aseveración del mismo.

                Alfonso V pensó en levantar su real, ante el poco provecho de sus movimientos. Llegó a proponer una tregua a don Fernando, pero el cardenal de España la desaconsejó. Se marchó Alfonso V hacia Toro, y envió por delante su impedimenta el viernes 1 de marzo de 1476.

                Don Fernando salió en pos de sus rivales. Encomendó al capitán Diego de Cáceres que con doscientos caballeros y distintas gentes, en orden militar, acometieran a los portugueses, mientras él ordenaba el resto de sus huestes.

                En la batalla o división de don Fernando formaron las huestes de Galicia y de los municipios de Salamanca, Zamora, Ciudad Rodrigo, Medina del Campo, Valladolid, Olmedo, etc. Enrique Enríquez iba en guarda de la persona del rey, en la posición de reserva. A su derecha, por la parte del puente y de las cuestas, formaban otra batalla las seis escuadras de don Álvaro de Mendoza (conde de Castrogeriz), del obispo de Ávila y del señor de Coca, del caballero don Pedro de Guzmán, del capitán Bernal Francés, del capitán Pedro de Velasco y del capitán Vasco de Vivero, abundando los jinetes. A su izquierda, por la parte del río, las escuadras de caballería acorazada del cardenal de España, del duque de Alba, del marqués de Astorga y del almirante don Alfonso Enríquez, entre otros. Los peones se distribuyeron entre las tres batallas

                A medio camino entre Zamora y Toro, en un portillo entre las cuestas y el río, decidió don Fernando detener la marcha, pues se sostenía que el honor ya estaba salvado. Resueltas las vacilaciones, el cardenal fue el que pasó el portillo, coincidiendo con el deseo de librar batalla de don Fernando.

                El portugués aceptó el combate ahora. Se dispuso en el centro con su guardia mayor, sus nobles y caballeros castellanos. A su izquierda, su hijo el príncipe don Juan desplegó sus fuerzas de ballesteros, espingarderos y sus piezas de artillería, además de las del obispo de Évora. A su derecha, las escuadras del conde de Faro, el arzobispo de Toledo y otros se desplegaron. Los peones se dividieron en cuatro formaciones, hacia la parte del río.

                Comenzó la batalla de una vez por todas. Las seis escuadras castellanas de la derecha fueron derrotadas por el ala izquierda portuguesa. Las unidades del príncipe don Juan de Portugal habían acreditado su reciedumbre.

                El centro y la izquierda de don Fernando acometieron a sus rivales. En el fragor del combate, los adversarios pasaron de las lanzas a las espadas, en un buen número de duelos caballerescos. Tras una hora de dura lucha, las fuerzas de Alfonso V terminaron cediendo. Algunos caballeros y peones se lanzaron al Duero en la retirada, y sus cuerpos llegaron a Zamora.

                El rey de Portugal dejó el camino de Toro e hizo noche en Castronuño, cuyo alcaide lo recibió con deferencia. Su estandarte, caído en manos de las fuerzas rivales, pudo ser recuperado. Se ha sostenido que la actuación de su hijo el príncipe don Juan le salvó de caer en manos enemigas. Lo cierto es que el futuro Juan II de Portugal agrupó a las fuerzas restantes.

                Aunque algunos partidarios de doña Isabel y de don Fernando consideraron la batalla como el desquite castellano de Aljubarrota, la dura batalla se interrumpió por la lluvia del anochecer. Varios especialistas la juzgan un empate técnico. El cardenal de España instó a no matar a los que huían, algo que mancillaría la imagen de la causa isabelina, y la guerra oficialmente se alargó hasta el tratado de Alcáçovas de 1479. El reino de Portugal había acometido un duro esfuerzo de movilización de tropas y de defensa ante las incursiones enemigas entre 1475 y 1478, según Humberto Carlos Baquero.

                Todavía se libraron duros combates, pues, en la tierra y en el mar, pero la batalla de Toro favoreció al partido de doña Isabel y don Fernando. Se conquistó la fortaleza de Zamora, otorgando su tenencia a don Sancho de Castilla, y la mayor parte de las fuerzas portuguesas se retiraron de Castilla, aunque más tarde aparecieran por Extremadura. La plaza de Toro fue tomada por los capitanes comandados por el obispo de Ávila gracias a las indicaciones de acceso dadas por un pastor. Los nobles partidarios de doña Juana fueron cediendo, y aquella batalla se convirtió finalmente en clave para el futuro castellano e hispánico.

                Desde el siglo XIX los historiadores la han considerado una encrucijada de la Historia de la península Ibérica, en la que la inclinación de Castilla se decantó por Aragón en lugar de por Portugal. Algunos autores han sostenido que la unión de Castilla y Portugal bajo unos mismos reyes no hubiera sido factible en aquella época, pues ambas coronas eran competidoras en el Atlántico. En cambio, Juan II de Aragón, el padre de don Fernando, necesitaba la alianza castellana para frenar a los franceses tras la guerra civil catalana de 1462-72. Lo cierto es que Alfonso V podía haber ganado sin ambages la batalla de Toro y convertirse junto con su esposa doña Juana en reyes de Castilla. Doña Isabel y don Fernando tuvieron que emplearse a fondo, hasta 1480 al menos, en las negociaciones con los nobles que no acataron al principio su autoridad.

                Víctor Manuel Galán Tendero.