LA BRAVA MAR MEDITERRÁNEA EN EL SIGLO XVIII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

02.07.2014 18:46

    España en el Norte de África modificó su política de encastillamiento de finales del siglo XVII por otra más dinámica en la centuria siguiente, precursora de la francesa en el XIX, cuando se impuso el dominio europeo sobre Argel. Los gabinetes de Carlos III tuvieron las ideas, al menos, muy claras, superando el mero afán de reintegración territorial que caracterizó la empresa de Orán (1732), cuando Felipe V llamó a la recuperación de sus dominios, dispersos tras la Guerra de Sucesión, reinstaurando la Ley de Dios.

    El Mediterráneo Occidental protegía a España de agresiones enemigas. La guerra contra los feroces británicos reforzó tal designio, cuyos puntos más destacados pasaron por evitar que Marruecos se erigiera en una base para atacar la Península, acabar con la piratería de toda laya, alentar el comercio y la pesca (tan notable en nuestro litoral dieciochesco), difundir las normas de Derecho Internacional, y ganar un merecido prestigio en el concierto de las naciones europeas, movidas por la idea de equilibrio de fuerzas sobre el papel.

    Los métodos escogidos alternaron las negociaciones diplomáticas (como el Tratado con Marruecos que brindara a Cadalso su famoso Gazel) con las acciones militares de fortuna variable. Se fracasó penosamente ante la temida Argel (¡una vez más!) en 1775, bombardeándose infructuosamente años después. Se pretendió más influir y conseguir que conquistar y colonizar al estilo del que mucho más tarde adoptaría el movimiento imperialista. Si Cartagena fue la gran base militar, amén de Cádiz a la embocadura del Mare Nostrum, Alicante, Barcelona, Valencia y Málaga fueron los principales puntos comerciales.

    Las buenas intenciones quedaron al final en poco. En 1792 se pierde definitivamente Orán, y cuando retornen los españoles al equivalente alicantino en la costa magrebí lo harán como intrépidos soldados y pioneros de los franceses, conformando aquellos cosacos del Norte de África llamados pieds-noirs, que tanto desprecio inspiraron con el correr del tiempo al altivo Charles De Gaulle. Mientras nuestro Imperio naufragaba en numerosas costas del mundo, se inició una nueva lucha en el bravo Mediterráneo, esta vez entre Gran Bretaña, Francia e incluso Rusia. Trafalgar fue nuestro adiós a la política brava, que ya contemplamos desde la distancia durante la Guerra de Crimea. Sebastopol con todo su tráfico no fue Orán con todo su ajetreo.