LA CABALGADA DE LOS SUEVOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

28.06.2018 08:43

           

            La formación de los pueblos germanos o etnogénesis a partir del estudio de las fuentes clásicas no resulta fácil de seguir. Se ha considerado que los suevos se forjaron a partir de distintos componentes, que terminaron aceptando un mismo mando y reconociendo un mismo nombre. Se emplazaron a orillas del Báltico las gentes consideradas suevas, desde el Elba hasta el Vístula. Las transformaciones del mundo germánico de los siglos I al IV de nuestra Era alcanzaron estas tierras, tales como la formación de unos poderes principescos deseosos de participar de los beneficios de la civilización romana de una forma más diáfana.

            En diciembre del 406 encontramos a los suevos en el cruce del Rin junto a otros pueblos como los vándalos y los alanos. Algunos autores los han considerado dentro de una confederación de circunstancias, que más tarde se dividiría siguiendo los impulsos particulares de cada uno de sus componentes. Por entonces el imperio romano se enfrentaba a severos problemas políticos y económicos, distanciándose cada vez más su parte Occidental de la Oriental.

            Hispania no logró mantenerse a salvo de semejante panorama en líneas generales, y en el 409 los suevos la alcanzaron, además de otros pueblos con los que rivalizaron. Hidacio llegó a describir horribles escenas de canibalismo allí, con madres que llegaban a desenterrar los cadáveres de sus pequeños. Este panorama fue aprovechado por los conquistadores para ir extendiendo su dominio.

            Con centro en Braga, los suevos extendieron su área de control, su reino, frente a los hispano-romanos, vándalos y visigodos. Ejercieron su poder sobre las gentes de la Galaecia y parte de Lusitania, estableciéndose como un grupo guerrero que vivía de las punciones tributarias y de los botines arrancados en el combate.

            Alcanzaron los suevos su cénit bajo el monarca Requila, del 438 al 448. En sus campañas conquistó ciudades como Mérida y Sevilla. Mantuvo una agria relación con la Iglesia Católica y trató de sostener una más cordial con el clero priscilianista. También se las vio con los bagaudas y con las autoridades romanas.

             Años más tarde, los suevos acercarían posiciones con los católicos, pero al final su reino sería conquistado por los visigodos, convirtiéndose en otro Estado germánico que no conseguiría sobrevivir a las luchas de su tiempo.