LA COMPAÑÍA HOLANDESA DE LAS INDIAS ORIENTALES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.05.2014 17:02

    Los Países Bajos han sido uno de los grandes núcleos comerciales de Europa. Tras la separación de la Monarquía hispánica las gentes de las Provincias Unidas, cuyo principal núcleo ya era Holanda, prosiguieron su vocación comercial con fuerza singular.

    Enfrentados al poderoso imperio de Felipe II, que disponía de los dilatados dominios portugueses, emprendieron viajes a Indonesia en busca de las cotizadas especias. La Compañía van Verre financió una expedición a Java (1595-96), que no consiguió grandes beneficios pero demostró la posibilidad de negociar en tan lejanas tierras.

    Pronto surgieron varias compañías, que se hicieron la guerra entre sí. Para evitar semejante insensatez el gran político Juan de Oldenbarnevelt alentó la formación de una sola compañía. El 20 de marzo de 1602 nació la OJC, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Entre sus accionistas estuvieron labradores, tenderos y viudas junto a acaudalados hombres de negocios. Se organizó en seis cámaras territoriales que escogían un directorio, que a su vez nombró a 17 jefes, de los que 8 fueron de la poderosa metrópoli de Amsterdam. En principio tuvieron permiso del gobierno de las Provincias Unidas de comerciar en régimen de monopolio durante 21 años al Este del cabo de Buena Esperanza.

    El comercio y la guerra anduvieron de la mano. En 1615 tomaron a los hispanoportugueses las preciadas Molucas. El enérgico gobernador holandés en Oriente Jan Pieterszoon Coen impuso su criterio belicista contra los competidores ingleses, masacrados en Amboina. A lo largo del siglo XVII la OJC amplió sus dominios en Asia. Se encastillaron en el estratégico estrecho de Malaca. Ceilán (Sry Lanka) cayó en 1658. Entre 1624 y 1661 controlaron Formosa o Taiwán. Sus exploradores alcanzaron Japón y Tasmania.

    En la isla de Java fundaron una capital imperial, Batavia, cuyó río Tii-Liwong sería canalizado convenientemente. Sus astilleros alcanzaron justa fama. Los holandeses impusieron a los naturales un severo régimen tributario de entrega de especias. No toleraron ninguna competencia local, y cortaron con energía toda oposición, especialmente de los sultanatos musulmanes de la región. También hicieron gala de un acendrado racismo, obstaculizando la llegada de inmigrantes chinos por considerarlos amenazadores e impidiendo los matrimonios legales entre europeos y asiáticas, reducidas a la condición de concubinas.

    A partir de 1670 se alentó la llegada de colonizadores europeos a los dominios de la OJC, ofreciéndoles tierras y ciertas ventajas a cambio de su dedicación. De todos modos la situación no mejoró, atenta como estaba la Compañía más al lucro descarnado que a otra cosa. En 1741 Gustavo von Imhoff, más tarde gobernador en Oriente, censuró sus excesos.

    La competencia de británicos y franceses en el siglo XVIII mermó el poder de la Compañía considerablemente. El tiempo de las grandes compañías de comercio en régimen de monopolio periclitaba. El Estado británico supervisó cada vez más estrechamente la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, y el español no consiguió hacer despegar la de Filipinas. Las guerras de la Revolución dieron el golpe de gracia a la OJC, finiquitada en 1796 con la conquista francesa de los Países Bajos. Fue la señal para que los británicos se lanzaran al asalto de sus posesiones asiáticas y africanas como Ciudad del Cabo.

    Cuando los holandeses vuelvan a emprender acciones de colonización en Indonesia en el XIX ya no lo harían a través de una Compañía privada con peso en la vida social, sino del mismo Estado, el del reino de Holanda, que conservaría Indonesia hasta después de la II Guerra Mundial. Queda en el haber de la OJC su brío y su completa organización en los comienzos del capitalismo primigenio.