LA COMUNA DE PARÍS, LA REVOLUCIÓN Y ESPAÑA.

08.12.2018 11:34

                La actualidad nos trae importantes noticias e imágenes impactantes de Francia, una de las grandes naciones de Europa. Una parte importante de sus gentes protestan de forma clara contra la presidencia de Macron, cuyas últimas medidas han despertado una verdadera oleada de indignación. Los chalecos amarillos recuerdan la Historia de agitaciones de toda laya de Francia.

                Recientemente, la trayectoria política francesa ha despertado un vivo interés entre los demás pueblos europeos, algo que bien mirado no es una novedad. La buena salud de la Unión Europea se juega en Francia en este comienzo de siglo, atribulado con la salida de Gran Bretaña de la misma y los problemas políticos en Alemania, Italia y España, entre otros.

                En 1871, Europa miró también a Francia, cuando no se disponían de los medios de comunicación inmediatos del hoy, pero sí de las noticias periodísticas alimentadas por el telégrafo. A su modo, el mundo de 1871 era mucho más pequeño que el de un siglo antes, y todo lo que sucedía en la tierra de 1789 causaba el más vivo interés.

                En el ayuntamiento de París se hizo una icónica bandera roja en marzo de aquel año. El Manifiesto comunista ya tenía unos años, pero ahora las diferentes tendencias del pensamiento socialista se expresaban con voz clara en la Internacional, que clamaba contra los males de la nueva sociedad industrial. La Comuna de París se convirtió en un aldabonazo de la conciencia europea.

                En el año del Manifiesto se había proclamado la II República francesa, definida como social y democrática, pero desde 1850 el sobrino de Napoleón comenzó a socavarla. En 1852 la liquidó e instauró el II Imperio. Bajo el régimen de Napoleón III, el prefecto Haussmann impulsó la remodelación de París. Se abrieron los grandes bulevares entonces, que a veces han sido acusados de favorecer el despliegue de las fuerzas de represión armada. Los cambios comportaron que el bienestar no se distribuyera equitativamente entre todos los barrios parisinos, y que los alquileres subieran en el centro. De 1846 a 1872 la población de la capital pasó de 1.053.897 a los 1.851.792 habitantes, con todas sus ventajas e inconvenientes que presenta un crecimiento así.

                La elección de un candidato al trono español, tras el derrocamiento de Isabel II en 1868, envenenó las relaciones entre la Francia de Napoleón III y la Prusia de Bismarck, que se había alzado triunfadora frente a Austria en 1866. La formación de una nueva potencia alemana alarmó a los franceses, que llegaron a invocar el fantasma de la resurrección del imperio de Carlos V en un clima intelectual marcado por la propaganda con gusto historicista.

                Franceses y prusianos, vistos como los representantes de los dos pilares de Europa (los latinos y los germanos), se enzarzaron en una guerra que muchos creyeron de antemano perdida para los segundos. Tal fue el parecer de Víctor Manuel II, el flamante rey de Italia, que confiaba más en la tradición napoleónica que en la efectividad acreditada por los prusianos recientemente en el campo de batalla. En España, la opinión pública también se dividió entre francófilos y germanófilos con sus connotaciones políticas.

                Las expectativas del monarca italiano no se cumplieron en absoluto: Napoleón III y unos 100.000 soldados cayeron prisioneros el 2 de septiembre de 1870 en la batalla de Sedán. Dos días después, ante la magnitud del desastre, se proclamó la III República en Francia de la mano de no pocos monárquicos.

                Los prusianos prosiguieron su avance, y el 18 de septiembre comenzaron el asedio de París, donde la Guardia Nacional vertebró la resistencia al invasor. El recuerdo de las grandes jornadas de la Revolución permanecía vivo, y la exaltación nacionalista se daba la mano con el deseo de importantes cambios sociales entre muchos grupos del pueblo parisino. Su Comuna o ayuntamiento no les daría la espalda en aquella hora.

                En aquellas circunstancias, la rendición del general Bazaine (uno de los altos mandos del vapuleado II Imperio) en Metz fue vista con enorme desagrado. En enero de 1871 los prusianos comenzaron a bombardear París, que se mostró bien dispuesto a no seguir el destino de Metz.

                No todos los políticos franceses compartían semejantes entusiasmos, y el 27 de enero se firmó un armisticio con Prusia en duras condiciones. Se cedería Alsacia-Lorena, París sería ocupada, y se indemnizaría a los vencedores con 5.000 millones de francos.

                Las condiciones eran inaceptables para los más decididos a resistir. Sin embargo, la opinión parisina no era compartida por muchas localidades de provincias, que en su voto a la Asamblea republicana se inclinarían por los monárquicos. Los más revolucionarios temieron un retorno de los Borbones.

                La situación se agravó en el campo francés cuando el presidente Thiers ordenó la entrega de los cañones de Montmartre, sufragados por suscripción popular. La indignación se apoderó de muchos, y el Comité Central de la Guardia Republicana tomó el control en la ciudad. El gobierno francés marchó a Versalles en busca de refugio, creándose una dualidad que recordaba a la de otros tiempos.

                Se exigió por los revolucionarios la ejecución de los generales Lecomte y Clément Thomas entonces. El 28 de marzo el Comité convocó unas elecciones de las que salió el gobierno de la Comuna, con componentes políticos y generacionales asaz heterogéneos, desde veteranos de la II República a personas jóvenes. Desde La guerra civil en Francia de Marx ha recibido distintas valoraciones: ejemplo de ingenuidad para los defensores de una dictadura del proletariado, de buenas intenciones para ciertos ácratas, y de perversidad para sus detractores.

                En su ideario se ha señalado especialmente la influencia del principio federativo de Proudhon, que defendía la existencia de una federación de pequeños municipios o comunas gobernadas por pequeños propietarios y trabajadores, fundamento de la nueva Francia republicana.

                El Concejo Comunal no se incautó del dinero del Banco de Francia, que pasó a manos del gobierno de Versalles, pero en abril creó el Comité de Salud Pública, que endureció su postura contra los adversarios del movimiento.

                El 21 de mayo unos 7.000 soldados lograron irrumpir en París, y combatieron calle por calle en distintos barrios, donde encontraron una resistencia enconada. Los incendios se extendieron. Las mujeres, las famosas petroleras, fueron vistas como tigresas capaces de provocarlos. La prensa de la época se llenó de terribles noticias de excesos. El 28 de mayo de 1871 cayó la Comuna de París, iniciándose una durísima represión, ejemplo del miedo que había despertado en Francia y en otros países de Europa.

                En la España de la frágil monarquía de Amadeo I de Saboya se siguió con enorme interés su aventura. Ensalzada por los republicanos, y denostada por los conservadores, el gubernamental Sagasta la contempló con antipatía, temiendo la llegada de revolucionarios a suelo español. Poco después, en 1873, la I República española se tendría que enfrentar con el movimiento cantonalista, con sus puntos peculiares y comunes. Aquí no hubo una amenaza a la independencia nacional como en Francia, pero sí se dio un federalismo demócrata que se complacía en la autonomía municipal, la de los cantones. Los movimientos de las Juntas revolucionarias desde 1808 habían abonado su camino. Al fin y al cabo, la Comuna y las reacciones que suscitó demostraron que los Pirineos no separaban siempre distintas realidades.

                Fuentes.

                María Victoria López-Cordón, “La Comuna de París vista desde España”, El siglo XIX en España: doce estudios, Planeta, Barcelona, 1974, pp. 323-395.

                Antonio Parra García.