LA CONQUISTA ANGLO-NORMANDA DE IRLANDA. Por James Really.
La conquista anglo-normanda de Irlanda ha sido un tema recurrente en la historiografía de las islas Británicas (o Atlánticas si atendemos a los autores irlandeses), que recientemente ha merecido el calificativo de colonial. Al igual que otros episodios históricos, guarda importantes paralelismos con los de la Historia hispánica.
Irlanda se encontraba dividida en una serie de reinos y de jefaturas frecuentemente enfrentadas por la hegemonía a comienzos del siglo XII, aunque el dirigente de Connaught Turloch O´Connor llegaría a ostentar la realeza suprema de la isla a su muerte en 1156.
Un año antes el papa inglés Adriano IV había otorgado a Enrique II la bula Laudabiliter para que llevara la fe cristiana a los pueblos que la ignoraran, aunque los irlandeses ya se habían convertido al cristianismo mucho antes. En el fondo el Papa quiso afirmar su autoridad suprema sobre la iglesia irlandesa, de originales tradiciones monásticas, invocando la falsa Donación de Constantino y utilizando el poder temporal del rey de Inglaterra, en una maniobra que recuerda la de la conquista y cristianización de las Indias españolas. Adriano IV exigió el pago del tributo de un penique o un dinero al año por fuego u hogar irlandés y el mantenimiento de los derechos de la Iglesia en la isla por los reyes ingleses, que así también vieron reconocidas las pretensiones de superioridad del arzobispado de Canterbury, una reclamación que arrancaba del siglo VI.
Los historiadores irlandeses nacionalistas y católicos han puesto en duda la autenticidad de la bula, aunque los estudios más críticos no la han impugnado. Por otra parte, una cosa era tener un derecho de intervención respaldado por la Santa Sede y otra poder ejercerlo. Los reyes anglo-normandos eran señores de un vasto conglomerado de señoríos y Estados a ambos lados del Canal, que exigieron una constante atención militar frente a los monarcas de Francia u otros señores de menor título.
La iniciativa partió de una figura maldita de la historia irlandesa, una especie de don Julián de la isla esmeralda, el rey de Leinster Diarmuid MacMurrough, que fue desprovisto de su dominio por el sucesor de Turloch, su hijo Rory, que se proclamó rey supremo en 1166. Atizó con éxito la insurrección de los potentados locales de Leinster contra Diarmuid, que acudió a pedir ayuda a Enrique II, al que encontró en tierras francesas.
El rey anglo-normando le dio permiso para enrolar para su empresa a los caballeros de la inquieta frontera o marca del País de Gales. El conde de Pembroke lo siguió, para reforzar su poder, a cambio de la mano de su hija. En Bristol se recabó la ayuda de comerciantes, financieros y navegantes. Grupos de caballeros y hombres de armas de Flandes también participaron en una empresa de conquista con perfiles sub-imperialistas.
El primero de mayo de 1169 desembarcaron los primeros conquistadores en la bahía de Bannow. Diarmuid alineaba por el momento 90 caballeros y 300 arqueros, pero el rey supremo de Irlanda Rory movilizó una fuerza mucho más numerosa, que infundió temor a los recién llegados. Los hombres de armas de Diarmuid cambiaron de bando y rindieron pleitesía a su enemigo. El antiguo rey de Leinster no se dio por vencido y recabó nuevos refuerzos de sus seguidores, que fueron capaces de imponerse en el campo de batalla hacia septiembre de 1170. Los historiadores británicos han tendido a destacar la acción de las unidades de arqueros frente a las acometidas de los irlandeses, gustando de presentarlo como un avance de las grandes victorias en la guerra de los Cien Años.
Quien al principio no se mostró nada eufórico con la victoria de los caballeros de la Marca Galesa y sus fieles irlandeses fue Enrique II, temeroso del acrecentamiento de su poder. En Aragón Jaime I también se mostraría más tarde desconfiado y prevenido ante los avances de Blasco de Alagón frente a los musulmanes valencianos y en la España de Carlos I se intentaría atar corto a los conquistadores del Nuevo Mundo. Enrique vedó su aprovisionamiento desde los puertos ingleses.
Los conquistadores perdieron terreno y se vieron reducidos a ciudades como Dublín, salvada gracias a la perseverante defensa del conde de Pembroke. En 1171 murió el inquieto Diarmuid sin ver cumplidas sus esperanzas de restauración.
Fue el momento esperado por Enrique II para hacer efectivos sus planes sobre Irlanda, de la que se tituló señor. Desembarcó con 500 caballeros, 3.500 arqueros y muchos hombres más, imponiéndose a los irlandeses. El rey Rory fue derrotado y no tuvo más alternativa que jurarle lealtad en Inglaterra por el tratado de Windsor de 1175. Todas estas batallas e intrigas determinarían decisivamente la Historia de Irlanda y de todas las Islas.