LA DIFÍCIL SANTA LIGA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.12.2020 11:32

                El imperio otomano planteó un formidable desafío a la Europa cristiana, en la que se concibieron y trazaron planes de alianza contra el mismo, de alcance y fortuna variable. Los intereses entre los distintos gobiernos cristianos eran dispares, incluso cuando no guerreaban entre sí.

                El 25 de mayo de 1571 el rey de España, la república de Venecia y el Papa firmaron la Santa Liga, a la que dejaron abierta la posible incorporación del rey de Portugal, del emperador y del rey de Polonia, fundamentalmente. Del rey de Francia nada se dijo, así como tampoco de la protestante reina de Inglaterra.

                Alcanzar aquella Liga no resultó nada sencillo, pues los tres coaligados tenían sus propias prioridades. Se ha destacado la acción diplomática de Pío V, empeñado en destacar la superioridad de la Santa Sede sobre los poderes civiles. El aliento papal permitió a Felipe II acercar posiciones con Venecia, atacada en Chipre por los otomanos cuando aquél se enfrentaba a la guerra morisca de Granada.

                En la primavera de 1570, los consejeros del rey le recomendaron la alianza, pues ni españoles ni venecianos podían hacer frente por sí solos a la poderosa armada otomana. Con menores costes, ambos podían reunir hasta 250 galeras.

                Con semejante fuerza, los cristianos de los Balcanes serían inducidos a levantarse contra el sultán, particularmente los griegos. También se evitaría la pérdida de Chipre y se refrenaría la ambición otomana.

                Su reputación, algo muy valioso para los estadistas del siglo XVI, también ganaría mucho, pues al retraimiento otomano se sumaría el prestigio alcanzado en la Cristiandad, asegurándose el dominio de Italia y la superioridad ante Francia.

                Que Felipe II, con todo su poder, siempre fue a vueltas con el dinero es bien conocido, pues sus cuantiosos recursos se encontraron más que comprometidos. Las contribuciones eclesiásticas lo animaron a concertar la alianza, así como la idea que invertir en galeras era igual en términos económicos que gastar en la defensa habitual de sus dominios, con sus fortalezas y guarniciones.

                La apurada situación de Venecia en el Mediterráneo oriental, junto a las garantías papales, la condujeron finalmente a suscribir la Santa Liga, que tuvo como punto de referencia el convenio de 1537, que concluyó en la derrota cristiana de Préveza del año siguiente.

                Los tres coaligados se comprometieron a levantar una fuerza de 200 galeras, 100 navíos de línea, 50.000 infantes españoles, italianos y alemanes y 4.500 jinetes ligeros. La Santa Sede prometió reforzarlos con doce galeras más, 3.000 infantes y 270 jinetes ligeros. Felipe II pagaría las tres sextas partes de su mantenimiento, Venecia dos sextas partes y el Papa lo restante, aunque Venecia se ofrecía a costeársela junto con las doce galeras, según el convenio de 1537. De hecho, la acción de Pío V ante Felipe II fue de gran importancia, tras el sinsabor veneciano de la fuerza reunida en Candia contra el avance turco en Chipre en octubre de 1570.

                 Felipe II logró que cualquier acción ofensiva contra Argel, Túnez y Trípoli, sus grandes enemigos en el Mediterráneo occidental, tuviera la colaboración veneciana, con el socorro de cincuenta galeras. El territorio papal sería asegurado defensivamente y Ragusa (enemiga de Venecia y amiga de España, en buenos tratos con los turcos) no sería inquietada.

                Se confió el mando de la fuerza a tres capitanes generales, recayendo el supremo en don Juan de Austria, el gobernador de la armada. Según el espíritu de 1537, los repartos de ganancias se harían en virtud de la aportación y todo trato de tregua y paz deberían de hacerse conjuntamente, sin fisuras, un ideal que distó de cumplirse al final.

                Se abrió la puerta a la posible incorporación de otros monarcas cristianos, los citados más arriba, con la idea de completar la ofensiva contra los turcos. El duque de Saboya y la orden de San Juan, establecida en la Malta que había resistido la embestida otomana, se unieron a la Liga, que experimentó las mieles de la victoria en Lepanto antes de dejar de ser papel mojado.

                Para saber más.

                Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols., México, 1953.