LA ENVIDIA DE NAPOLEÓN. Por Gabriel Peris Fernández.

07.09.2014 00:19

                

                Las leyendas son a veces de una deliciosa puerilidad, y nos dicen más del temperamento de nuestros antepasados que los sesudos historiadores que andan buscando papeles amarillentos. El gran estudioso de la cultura popular, de la que tanto habría que comentar, Joan Amades recogió la prenda L´enveja va matar Napoleó.

                Resulta que el dichoso Napoleón quería dominar toda la tierra sin excepción. Todos le obedecerían como Dios y como rey único. Ni corto ni perezoso emprendió la guerra contra el mundo entero, y la fortuna le sonrió con generosidad.

                Claro que Napoleón no era ningún genio militar, según se piensan demasiados ignorantes, pues sus victorias se debían a un anónimo catalán que lo aconsejaba con gran talento. No había cosa que le negara a Napoleón, excepto que atacara Cataluña.

                Napoleón desoyó a su consejero, que procuró disuadir a su amo con un ejemplo. Hizo caminar a Napoleón por un cuero que se levantaba por todos los puntos que no eran pisados, haciéndole ver que sólo dominaría donde estuviera presente. El resto se alzaría en armas y nunca lo aceptaría como señor.

                El consejo no fue aceptado por Napoleón, y el consejero se puso al servicio de los rusos, que consiguieron derrotarlo gracias a la asesoría del catalán.

                Como el imperio napoleónico tuvo muchos servidores belgas, holandeses, suizos, alemanes, italianos, polacos y españoles, es muy posible que esta rondalla tenga paralelismos con otras de Europa. Más que de la envidia del propio Napoleón, nos habla en el fondo de la envidia que Bonaparte suscitó en legiones de personas. Muchos hombres públicos han querido seguir sus pasos. Otra cosa es que lo hayan conseguido.

                La leyenda parece invención de sacerdotes que atribuían a Napoleón propósitos de divinización, quizá a raíz de su coronación imperial ante Pío VII. En todo caso atribuye el mérito del éxito y el del fracaso napoleónico a un catalán anónimo, distorsión que encubre una Historia muchísimo más compleja y trágica.

                Entre 1808 y 1814 los napoleónicos fueron ocupando Cataluña tras librar intensos combates en el Bruch, Gerona o Tarragona. Desde el comienzo de la guerra dominaron Barcelona, y llegaron a incorporar oficialmente las tierras catalanas al imperio francés. Tuvieron seguidores como el abogado Tomás Puig y feroces opositores por motivos que fueron de la discrepancia política a la mera supervivencia, que a veces dictó la resignación ante el nuevo dominio. Como en otros territorios españoles la guerra de la Independencia (o del Francès) supuso enormes destrucciones y sufrimientos, que en 1814 la restauración absolutista de Fernando VII no recompensaría precisamente.

                Bajo el franquismo la guerra se glorificó como la aportación catalana a la defensa de la libertad y la unidad españolas, y hoy en día el independentismo la minimiza como si nunca hubiera existido. El gran volumen de documentación conservada y la labor de historiadores de la talla de Mercader, Recasens o Remisa nos transmite la complejidad de la Historia, poniendo de relieve la estupidez de los mitos incubados a la sombra de los grandes héroes y de las grandes fechas a la medida de la pequeñez pigmea de los políticos que las parasitan. Apa, nois!