LA EPIDEMIA GOLPEA LA ROMA ORIENTAL.

04.04.2019 16:15

                La Humanidad se ha visto azotada a lo largo de la Historia por distintas epidemias, que han ocasionado mucho dolor y no menor inquietud. Algunas han marcado con brutalidad más de una época. La peste negra tiene este dudoso honor. Antes de la gran epidemia que asoló Europa en 1348, ya había castigado a las personas de manera inmisericorde. Entre el 541 y el 543 atacó el poderoso Imperio romano de Oriente, que había sido capaz de sobrevivir a las dificultades que lo habían liquidado en Occidente. Su rival, el también fuerte Imperio persa, tampoco se libró de sus zarpazos.

                Gracias a autores como Procopio de Cesárea, sabemos varias cosas de la epidemia. Los romanos orientales conservaban el espíritu inquisitivo de los griegos y trataron de buscar las causas del mal en la medida de sus posibilidades. El citado autor no se abstuvo de describirnos con detalle los síntomas y efectos de la enfermedad, con realismo contenido. Sin embargo, sus causas resultaban todo un misterio, al extenderse la enfermedad por distintas estaciones y afectar a personas de toda condición, incluido el emperador Justiniano. En tal tesitura, se atribuyó a un castigo divino, al modo de cómo se haría posteriormente. La interpretación de la epidemia se inscribió en un tiempo de cambio de mentalidad.

                Además de con su ciencia, los romanos de Oriente también intentaron detenerla con sus recursos asistenciales. La distribución de dinero imperial entre los afectados no la contuvo. La cantidad de fallecimientos fue tan grande que se llegaron a obviar los ritos funerarios, con escenas muy similares a las descritas por Tucídides para la Atenas de la guerra del Peloponeso.

                El mundo civilizado parecía derrumbarse, aunque en lo peor de la epidemia las facciones de Constantinopla depusieron temporalmente sus hostilidades. En la capital del Imperio se dieron escenas horrorosas. Las embarazadas daban penosamente a luz en medio de la peste. Las tumbas estaban tan atestadas de cadáveres que se arrojaron dentro de la torre de Gálata los cuerpos de los fallecidos. El hedor era insoportable. Procopio sostiene que en el momento más crítico murieron en la ciudad de cinco a diez mil personas a diario.

                Antes de atacar la magna Constantinopla, la peste había azotado otras áreas. Se declaró en principio en la egipcia Pelusio y después en Alejandría, otra de las grandes metrópolis del Imperio. La enfermedad atacó el resto de Egipto y Palestina, prosiguiendo su camino desde allí. Procopio señala que se extendió desde la costa al interior. Las modernas investigaciones han apuntado el posible origen de la epidemia en el África Oriental, la han relacionado con los ciclos solares y han diferenciado entre las dos variantes de peste que se dieron.

                Muchas de las certidumbres cotidianas de las personas se derrumbaron. No pocos creyentes descubrieron lo poco que servía refugiarse en santuarios. El suministro de alimentos se vio desarticulado temporalmente. Algunos en Constantinopla dijeron haber tenido visiones antes de declararse la epidemia en la ciudad.

                Aunque la epidemia del 541-3 causó despoblación y fue un serio contratiempo para la política expansionista del Imperio de Justiniano, la historiografía no le ha reconocido la misma trascendencia que la de 1348, que se presenta cómo la clave de un giro histórico. Con independencia de ciertas apreciaciones, hemos de tener en cuenta que la enfermedad ha formado, forma y formará parte de la dinámica social. El mundo urbano de la Antigüedad Tardía también padeció los contratiempos de la concentración humana. Sus gentes, al igual que las personas de otros tiempos, se enfrentaron a la enfermedad con sus creencias y sus medios, siempre con la esperanza de ganarle la partida a la muerte.

                Fuentes.

                Procopio de Césarea, Historia de las guerras, Cambridge, 1914, vol. I, pp. 451-473.

                Víctor Manuel Galán Tendero.