LA FIGURA BAJOMEDIEVAL DEL SALVAJE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los bosques siempre han deparado notables recursos a las comunidades humanas, pero al mismo tiempo han albergado serios peligros, como en la Edad Media el de los salvajes. Se trataban de tipos velludos que vivían al margen de la sociedad establecida, según distintas tradiciones, acogiéndose a lugares de marginados como los bosques. En el Libro de Alexandre, datado en el primer tercio del siglo XIII, se atribuyó el vello que cubría sus cuerpos al errar precisamente por bosques, durmiendo en la dura tierra al modo de las bestias.
Precisamente, ya constan en la Vida de Merlín de mediados del siglo XIII, aunque se han propuesto como antecedentes de su figura a los cíclopes y centauros de la mitología greco-romana. Más cercana, sin embargo, es la representación de la locura de Nabucodonosor de la Biblia del rey Sancho VII de Navarra. Dios castigó al monarca por su soberbia, apartándolo de la comunidad humana y haciéndole crecer el pelo como un animal.
Los eclesiásticos emplearon su figura para moralizar e imponer sus puntos de vista, aunque también sirvió a los reyes para disciplinar en la medida de lo posible a los caballeros más díscolos. En el siglo XIV se censuró a los caballeros salvajes en el Libro de las confesiones de Martín Pérez, a los retadores que confiaban más en sus fuerzas que en las de Dios, cuya voluntad violentaban. Sus acciones fueron calificadas posteriormente por fray Iñigo de Mendoza de maldito deporte.
A pesar de su carácter negativo, la figura del salvaje se generalizó en los reinos hispánicos del siglo XIV, como en el resto de la Europa cristiana, a través de su representación en cajitas de marfil, piezas de orfebrería, orlas de manuscritos y tapices. Si en el siglo XIII encontramos una figura de salvaje en un capitel del claustro de la catedral de Pamplona, en los siglos XIV y XV apareció en los capiteles de las catedrales de Toledo y Barcelona, y en los coros de las de Sevilla, Plasencia, Zamora, León, Palma de Mallorca y Yuste.
Curiosamente, el velludo habitante de los bosques fue adoptado como elemento decorativo de los palacios de más de un noble para resaltar sus virtudes caballerescas frente a las fuerzas del mal. No en vano, el salvaje apareció a veces como el lujurioso secuestrador de doncellas, según el Enyas salvaje. Así se le representó en la bóveda sur de la sala de los reyes del palacio de los leones de la Alhambra.
De todos modos, al ser representado como portador de un escudo nobiliario, al modo del tímpano de la puerta de entrada del castillo de Escalona en 1440, su figura se redimió en cierta medida. No pocas de las ideas asociadas con él viajarían a las Indias con los españoles.
Para saber más.
José Miguel Gámez Salas, “La iconografía del salvaje. Ejemplos plásticos en la arquitectura ubetense del siglo XVI”, Boletín. Instituto de Estudios Giennenses, número 203, 2021, pp. 53-70.
Santiago López-Ríos. “El hombre salvaje entre la Edad Media y el Renacimiento: leyenda oral, iconográfica y literaria”, Cuadernos del CEMYR, número 14, 2006, pp. 233-249.