LA FORZADA COLABORACIÓN ENTRE MUDÉJARES Y CRISTIANOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

31.08.2023 11:31

 

                El hundimiento del imperio almohade obligó a muchos poderes locales andalusíes a alcanzar algún tipo de acuerdo con los conquistadores hispano-cristianos. En la primavera de 1244 Jaime I todavía asediaba Játiva. Alcanzaría con el infante don Alfonso de Castilla un acuerdo, el del tratado de Almizra. Es probable que poco después del tratado y de la toma de Játiva, Cocentaina pasara a manos de Jaime I, antes del estallido del enconado enfrentamiento con Al-Azraq (1245-58). Sus nuevos tiempos distaron de ser fáciles: los 2.000 sueldos de la pecha de 1255 cayeron a 1.000 en 1262. Sin embargo, a diferencia de la vecina Alcoy, en la Cocentaina de la Baja Edad Media se consolidaría una importante comunidad mudéjar, quizá porque se entregara por pleitesía o con condiciones. Los musulmanes conservaron su fe, sus leyes, sus autoridades judiciales y aceptarían pagar al rey los impuestos de época almohade, como el almagram o la sofra, todavía tributados en el siglo XV.

                        

               No obstante, en la conquistada Cocentaina se organizó un importante municipio cristiano, con su justicia, cuyos registros se conservan desde 1269. Entre 1244 y 1249 unos sesenta y dos cristianos recibieron donaciones en sus términos. Las relaciones entre la comunidad cristiana y la musulmana no siempre fueron cordiales, precisamente. En 1269 Abd ar-Rahmán fue acusado de maleficio y se le aprehendieron cinco alfombras de paja, un cobertor viejo, dos colchones, cinco almohadas de pluma y otros elementos del escueto mobiliario andalusí, además de una ballesta, un arma muy difundida entre los musulmanes coetáneos. La paz del rey no aseguró la tranquilidad de muchos islamitas: Ibrahim ibn Ubaid ibn Faray denunció a Miguel de Moya por intentarlo degollar en la mezquita de Callosa.

                Sin la colaboración interesada entre musulmanes y cristianos nada hubiera funcionado. El justicia respaldaba las sentencias del cadí, los prohombres cristianos arrendaban las rentas de origen islámico, algunos musulmanes trasladaban el dinero de las rentas del baile y a veces los cristianos representaban ante la justicia a islamitas. La marcha de los musulmanes hubiera sido dramática para la viabilidad económica del nuevo municipio. En 1275 el derecho de molienda de los musulmanes del arrabal de Cocentaina se arrendó por cincuenta fanegas, un poco menos que las sesenta y seis de la villa cristiana. Además, el horno de la morería se arrendó a Pons Guillem por 210 sueldos, la carnicería a Pascual de Calatayud por 105, el derecho de prostitución de las musulmanas del arrabal al mismo Pons Guillem por 200, la alcaidía de los musulmanes al judío Salomón Alazarán por 80, el obrador de la tintorería a Ahmet Al-Qayna por 50, la almazara de la cera del arrabal también a Pons Guillem por 80, la almazara del aceite del arrabal a Miguel Pérez de Moriones por 40, y el obrador del jabón a García López por 10.

                Aquella Cocentaina mudéjar tenía su epicentro en el arrabal y se extendía por una serie de alquerías como Muro, Turballos, Gayanes o La Alcudia. El núcleo artesanal musulmán se consolidó en los siguientes cien años, a despecho de los problemas políticos, de escasez y epidémicos. En 1381, el horno de la morería devengó unos 204 sueldos, la carnicería del arrabal unos 632, la tintorería unos 90, la gabela del aceite unos 429 en 1385, y los veinte obradores unos 387 en 1385. Su arrendamiento por cristianos, junto a musulmanes, contribuyó a tal resultado.

                La sociedad mudéjar no era uniforme, distando mucho de ser un bloque homogéneo. La presencia de prostitutas en el arrabal resulta elocuente de la existencia de grupos marginados. Algunos musulmanes caían en situaciones de cautividad: una tal doña María reclamó en nombre de su marido Guillem Pons a Bernat de Valls dos moros blancos, tejedores, de treinta años. Joan Alegre fue acusado en 1275 de apresar a un musulmán y a una musulmana de Seta. Los grupos dirigentes, los que encabezaban la aljama, disponían de mayores recursos y de otros resortes. Cuando el alamín y su hijo fueron investigados por la muerte del musulmán negro Cordomen, ofrecieron fianzas por ellos hasta seis islamitas. Las redes clientelares y familiares fueron esenciales para ejercer el poder y evitar serios problemas.

                Entre la minoría dirigente y los grupos marginados se situarían los artesanos y los labradores, algunos con terrazgos y bueyes propios. Ahmet ibn Yahya recibió en herencia de su familiar Alí ibn Yahya de Turballos un buey y tres besantes en 1269. Sin embargo, al no quedar claro si vivía otro familiar más próximo a Alí, Ahmet tuvo que recurrir a la protección de Roí Martínez de Azagra. Los labradores mudéjares, al igual que los cristianos, no debían introducir sus yuntas de bueyes en la huerta ni en las acequias. Los de uno y otro credo estuvieron pendientes de las inclemencias meteorológicas y de los problemas de crédito, pero los musulmanes a veces se convirtieron en aparceros o exaricos de propietarios cristianos.

                Uno que lo lamentó amargamente fue Alí Al-Badi, que pleiteó en 1275 con Ramón de Canet. Había arrendado una labor de secano y de regadío en La Alcudia, con gran importancia de los olivos, y el propietario le reclamó importantes pagos. La representación de Pere de Tudela no le sirvió de mucho. Ramón de Canet presentó en el juicio testigos musulmanes, le acusó de dañar sus olivos y se le reprochó que bebiera vino en la taberna. El cadí lo condenó y se le embargó su ballesta ante la falta de dinero. Poco más tarde, se le acusó de robar abejas, saliendo como fiador su hermano Muhámmad. El colaboracionismo mudéjar resultó útil a los propietarios cristianos.

                Las disputas entre propietarios cristianos y aparceros musulmanes no fueron infrecuentes. Abd al-Malik denunció a Joan de Vitoria por un cahíz y dos barchillas valencianas, correspondientes a la tercera parte de la labranza, junto a otros pagos. También recurrió a la justicia Emeric Ferrer, más tarde acusado de agresión, contra dos musulmanes por la quema de su heredad de Alfarrasí. Aquéllos se la habían arrendado por tres años, y disponía de 140 árboles, 70 pies de higueras y 3 olivos, todo por valor de 213 sueldos.

                La carencia de medios también golpeó a los mudéjares de Cocentaina, y los de la cercana Fraga tuvieron que contraer deudas con cristianos. Entre 1276 y 1277 varias comunidades mudéjares del reino de Valencia se levantaron en armas, pero la de Cocentaina no se sumó a la rebelión. Los acuerdos y los intereses mutuos entre prohombres mudéjares y cristianos contribuyeron a mantener el statu quo.

                Fuentes.

                Joan J. Ponsoda, El català i l´aragonés en els inicis del Regne de València segons el Llibre de Cort de Justícia de Cocentaina (1269-1295), Alcoy, 1996.