LA GUERRA DE CRIMEA NO FUE PARA ESPAÑA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.12.2014 07:54

                

                El imperio ruso se enfrentó con el Reino Unido y Francia, aliadas del imperio turco, en la guerra de Crimea (1853-56). Se combatió por el dominio de las esenciales rutas del Mediterráneo Oriental. Rusia salió derrotada y malparada, no haciendo honor Austria a su alianza con ella.

                Los británicos movilizaron sus fuerzas navales y terrestres, encajando muchas bajas por culpa de las deficiencias de sus servicios sanitarios, y tantearon a otros países a intervenir a su favor, como España. Los piamonteses, interesados en ganar apoyos frente a Austria, sí que entraron en la guerra, pero los españoles no.

                Los británicos no eran de fiar, pues en Madrid se creía que utilizaran el conflicto para recuperar Mahón y reforzar su posición de Gibraltar. Oponerse de todos modos al Reino Unido no era realista, menos todavía si Francia estaba de su lado.

                España vivía una de sus características etapas de inestabilidad política, previa al pronunciamiento militar de la Vicalvarada, y se temían los manejos y las intrigas del embajador de Estados Unidos Pierre Soulé, interesado en debilitar su precario poder.

                Las Antillas españolas ya eran vivamente codiciadas por los Estados Unidos, especialmente por los grandes esclavistas del Sur, y con fundamento los políticos españoles más avisados creían que toda intervención militar en la cuestión de Oriente terminara debilitándonos gravemente en el frente americano.

                La prensa de Nueva York era leída con inquietud por nuestros diplomáticos, y desde Puerto Rico se consideraba que todo refuerzo de La Habana facilitara la conquista de la isla, especialmente tras la llegada del escuadrón estadounidense del mar del Japón. Las fuerzas de filibusteros, oficialmente no comprometidas con ningún gobierno, serían la punta de lanza anexionista.

                Vistas así las cosas España se declaró oficialmente neutral. Gracias a la guerra de Sebastopol pudo reducir un poco su déficit comercial, aprovechando la comprometida situación de las grandes potencias europeas. Gran Bretaña no dejó de mostrarse quisquillosa, y exigió que cumpliera a rajatabla su neutralidad no auxiliando en lo más mínimo a la escuadra rusa pacífica en Manila.

                La guerra de Crimea fue para España un cierto avance de lo que acontecería más de medio siglo después, cuando estallara la I Guerra Mundial, escogiendo la neutralidad con tino por sus problemas internos y su carencia de fuerza exterior efectiva. No obstante se mandaron a observadores militares tan cualificados como Juan Prim, que pudo comprobar los horrores de las trincheras. No siempre la España de Isabel II observó una conducta tan prudente en el escenario internacional.