LA HABANA BRITÁNICA (1762-63). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

18.08.2015 22:30

     Las relaciones entre los poderes asentados en Cuba y en la América del Norte han estado marcadas por la hostilidad desde el siglo XVIII, antes de la existencia de Estados Unidos y la república cubana.

    En 1761 los gabinetes de Carlos III de España se encontraban muy descontentos ante las actividades de los británicos en las Indias. La neutralidad española en la guerra de los Siete Años no mereció la benevolencia de varios círculos británicos. El primer ministro William Pitt era partidario de declarar la guerra a los españoles y aprovechar la racha de victorias en Europa y Ultramar.

    El embajador británico en Madrid anotó cuidadosamente en noviembre de aquel año la llegada de metales preciosos a la Península, capaces de sufragar el inicio de las hostilidades. En enero de 1762 España entró en guerra junto a una Francia ya vencida, a destiempo.

    En mayo de 1762 el almirante George Pocock condujo una armada de 19 navíos de línea y numerosas embarcaciones menores por el canal de las Bahamas en lugar de costear Cuba por el Sur, desafiando los accidentes meteorológicos. A los siete días de su partida avistaron La Habana, a la que se sometió a asedio durante sesenta y siete intensas jornadas, en las que sobresalió el burgalés capitán de navío Luis Vicente de Velasco.

                            

    La Habana cayó en manos británicas a costa de la pérdida de 10.000 soldados regulares, 4.000 macheteros negros de Jamaica, 3.000 coloniales norteamericanos y 15.000 marineros. Las fiebres los habían diezmado, pero Lord Albemarle consideró heroica la defensa habanera.

    Los términos de rendición fueron benévolos y se permitió la salida de 28 embarcaciones con 900 soldados españoles. Los británicos se hicieron con un botín de 736.000 libras. Pocock y Albemarle lograron 120.000 cada uno y los sacrificados soldados se tuvieron que conformar con solo tres.

    Las damas habaneras protestaron ante la Corte de Carlos III por falta de bravura, pese a todo. Hasta el 6 de julio de 1763 los británicos dominaron La Habana. Se toleró el libre comercio, lo que supuso un importante cambio en relación a las prácticas mercantiles habituales españolas. Distintos historiadores lo han valorado como un gran cambio que abrió nuevas perspectivas económicas en la isla.

                    

    Los plantadores y los comerciantes de Barbados y Jamaica frustraron la incorporación de Cuba al imperio británico, temerosos de la competencia de su azúcar, con la oposición en el parlamento del beligerante William Pitt. Al final Gran Bretaña se decantó por el dominio de la Florida, frente a La Habana. La relación entre ambos lados ya se mostró tan estrecha como difícil.