LA HISPANIZACIÓN DEL REINO DE CERDEÑA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

17.08.2022 11:54

               

                En 1297, el Papa Bonifacio VIII concedió a Jaime II de Aragón la investidura del reino de Cerdeña y Córcega. Los aragoneses no lograron dominar Córcega, pero sí someter Cerdeña entre 1323 y 1420, en duras pugnas que los enfrentaron con Pisa, Génova y los jueces de Arborea. Los monarcas de Aragón gastaron ingentes sumas de dinero en ello, pues consideraron Cerdeña esencial para sus pretensiones de dominio en el Mediterráneo Occidental. Los puertos occidentales de la isla, como el Alger y Cagliari, sirvieron como puntos de su dominio. Allí gozaron de gran influencia los comerciantes de Barcelona y sus costumbres.

                Con el tiempo, los vínculos se fueron fortaleciendo, y en 1460 Juan II declaró en las Cortes de Fraga el reino de Cerdeña, junto al de Sicilia, perpetuamente unido a su corona. Su hijo Fernando el Católico emprendió reformas en Cerdeña. Incorporó en 1479 al real patrimonio el marquesado de Oristán. A nivel local, introdujo la insaculación en las elecciones de responsables municipales. La eliminación de los señores feudales y sus administradores de las candidaturas de la bolsa mayor de Sassari desató fuertes protestas en la década de 1480. Retomó en 1494 (año de la creación del Consejo de Aragón) la costumbre de celebrar Cortes al modo de las aragonesas, como hizo por vez primera Pedro IV en 1355 y su tío Alfonso el Magnánimo entre 1421 y 1452. La Inquisición de la monarquía española fue introducida en la isla en 1493, con la misión de vigilar estrechamente a los conversos del judaísmo.

                En 1520, con motivo de las Cortes de La Coruña, los representantes sardos pidieron al nuevo rey Carlos I permanecer bajo la jurisdicción del Consejo de Aragón. Precisamente, las relaciones comerciales con España se intensificaron desde la década de 1520. No pocos mercaderes catalanes y valencianos se afincaron en sus ciudades, donde los señores practicaron un lucrativo comercio. La llegada de burócratas de España sirvió también para reforzar los lazos. Por aquellos tiempos, la ciudad de Cagliari (la capital del reino) prosperó: atrajo a muchos trabajadores y consumió bastantes y variados productos de España, Nápoles y Génova.

                Entonces se escogieron a los virreyes de Cerdeña entre los linajes de la nobleza catalana y valenciana. Uno de ellos, Antón Folc de Cardona, sostuvo en 1547 que el reino no era parte de Italia, tanto por la enfeudación papal como por acatar las leyes de Cataluña y Aragón. De hecho, en Cagliari no pudieron ejercer oficios quienes no fueran naturales de la Corona de Aragón. En sintonía con todo ello, en las Cortes de 1553-4, presididas por el virrey Fernández de Heredia, los tres estamentos solicitaron que los sardos fueran considerados españoles. Sin embargo, los sardos sin vinculaciones ibéricas fueron excluidos de los cargos públicos, alegando una supuesta carencia de formación y cultura, en una discriminación muy similar a la de los mallorquines.

                En 1554, el entonces príncipe don Felipe se mostró preocupado por el comportamiento de los señores hacia sus vasallos, algo que ponía en entredicho la autoridad real. Por ello, creó en 1562 la Real Audiencia. La aplicación de las disposiciones del Concilio de Trento a partir de 1563 también sirvió para fortalecerla. Obras como una Vida de San Mauro, escrita en catalán, se difundieron incluso por la montaña sarda.

                No en vano, Felipe II recordó en 1573 al gobernador de Milán que Cerdeña no podía ser desmembrada de la Corona, ante las insinuaciones del duque de Saboya, que la pretendía a cambio de ceder dominios que facilitaran el Camino Español a Flandes. Hasta la Guerra de Sucesión, el reino de Cerdeña formó parte de la Monarquía hispana, prolongándose las relaciones humanas mucho después.

                Para saber más.

                Francesco Manconi (coordinador), “El regne de Sardenya a l´època moderna”, Afers, 59, vol. XXIII, Catarroja, 2008.