LA HUMANIDAD DE SÉNECA. Por Carmen Pastor Sirvent.

17.04.2015 07:50

 

                El filósofo Lucio Anneo Séneca, el Joven, fue un cordobés universal, nacido en el año 4 antes de Jesucristo cuando la romanización ya daba magníficos frutos en las tierras béticas de antiquísima cultura. Entre los romanos Séneca demostró con creces su grandeza y su enorme talla intelectual. Se ilusionó con ofrecer al mundo romano un orden más justo y ecuánime a través de un príncipe consciente de sus altos deberes, respetuoso con las instituciones que en teoría proclamaba proteger y benévolo con sus gentes. Séneca se hubiera sentido complacido con una personalidad como Adriano, Antonino Pío o Marco Aurelio, pero tuvo ante sí a Nerón, el discípulo que haría caso omiso de sus enseñanzas y que le conduciría a la muerte en 65 de nuestra Era.

                                            

                De joven Séneca había estudiado con gran interés al estoico Atalo y al pitagórico Sotión, decantándose su pensamiento en consecuencia hacia el estoicismo, que algunos críticos han considerado como un precedente cívico del cristianismo no sin harto idealismo.

                Séneca dio gran importancia al dominio sobre las pasiones, algo que intentó inculcar sin éxito final a Nerón entre el 54 y el 59, pues así se conseguía el equilibrio interior, fundamental para una ética individual sólida.

                Para preservar la compostura era necesario y oportuno alejarse de las multitudes, juzgadas perjudiciales por su afición a espectáculos tan cuestionables como los juegos circenses, que llegaban a durar todo el día para solazar a los más desfavorecidos. Los que no acudían a su casa ni a la hora de comer eran “deleitados” con degollaciones entre criminales públicos carentes de armas defensivas.

                        

                Tal ocio estúpido carecía en opinión de Séneca de compasión al obligar a matar nuevamente a alguien que ya había cometido un homicidio, empleándose medios de presión tan indignos como amenazar con antorchas.

                Al participar de este espectáculo de masas la persona terminaba perdiendo la piedad, quedando anegado por un grupo sin corazón y sin pensamiento racional, nutriendo una sociedad en la que los esclavos recogían día tras día las muestras más repulsivas de la indignidad.

                Séneca, como otros coetáneos, se negó a ver a los esclavos simples instrumentos, pues el habla los singularizaba como personas, abogando por la conquista del gorro frigio o su manumisión, propia de toda persona virtuosa amante de la virtud. Séneca tuvo muy claro que una sociedad libre nos convierte en libres, pues todos formamos la Humanidad, ya valorada por el estoicismo con agudeza.