LA IGLESIA Y SU INSERCIÓN EN EL ORDEN ROMANO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

21.12.2025 12:25

              

               Se considera con bastante razón a la Iglesia católica una de las primeras herederas históricas del imperio romano. Con su mensaje de salvación, el cristianismo ha deseado a lo largo del tiempo transformar moralmente al ser humano, con importantes repercusiones sociales. El fundamento inicial de tal mensaje pasó por la adhesión a la figura de Jesús. Si al comienzo se criticó a la sociedad romana existente, también se elaboró una alternativa en forma de nueva doctrina, en la que se insistía en que el reino de Jesús no era de este mundo. Sin embargo, tanto la teología bíblica como los modos de expresarse adoptaron formas e ideas de la filosofía de griegos y romanos. La moral estoica hizo más aceptable el monoteísmo cristiano a más de un romano.

               Con el tiempo, las comunidades cristianas conformaron una institución capaz de conservar y difundir el mensaje de salvación, que se nutrió de instituciones romanas. Con la aceptación del cristianismo por el imperio romano, se planteó el problema de la relación de la Iglesia con el poder civil, que San Pablo había entendido como realidades separadas y autónomas.

               Semejante cambio ocasionó dentro de la comunidad cristiana una serie de respuestas, que llegaron a veces en ser consideradas herejías o apartadas de la verdad oficial. La gnóstica no consideró necesaria la mediación eclesiástica para establecer la comunicación con la divinidad. Por otra parte, los donatistas negaron toda autoridad a los eclesiásticos que colaboraron con los antiguos perseguidores, arraigando especialmente en el África romana tras la persecución de Diocleciano.

               Mientras en el Occidente romano se hizo mayor hincapié en las conductas, en el Oriente lo dogmático suscitó mayor atención. Junto al arrianismo, que tanta difusión tuvo entre los germanos occidentales, se desarrollaron el nestorianismo y el monofisismo. El primero insistió en que la divinidad había ido a morar en el cuerpo de Jesús, un ser humano hijo de simples personas, lo que no dejó de arrojar dudas sobre la validez y universalidad del acto de la redención. De todos modos, los nestorianos se difundieron por tierras del imperio persa, llegando a los límites de China. Los monofisitas, que insistieron en la divinidad de Jesús, se mostraron especialmente activos en Alejandría, alentando la contestación a las autoridades de Constantinopla, la sede de la Roma de Oriente.

               Además de enfrentarse a cuestiones doctrinales, la Iglesia tuvo que dar respuesta al cesaropapismo o superioridad del poder civil sobre el suyo, resultante de su inserción en el orden imperial romano. También se vio forzada a interpretar las desgracias que afligieron al orbe de los romanos y a tratar con los recién llegados germanos, tachados en numerosas ocasiones de bárbaros. Precisamente en este tiempo se consolidaron los patriarcados de Constantinopla, Antioquía y Alejandría, mientras que las preferencias donatistas de Cartago favorecieron la influencia de los obispos de Roma, llamados a tener un gran destino.

               Para saber más.

               Diarmaid MacCulloch, A History of Christianity. The First Three Thousand Years, Londres, 2009.