LA IMPERIAL NUEVA ESPAÑA (1578-1601). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.10.2019 16:06

                El imperio español a menudo se considera desde un punto de vista europeo, relegando a sus reinos indianos a meros apéndices dispensadores de dinero contante y sonante. La importancia de la Nueva España, por ejemplo, fue más allá de tal función y su virreinato impulsó su propia política de expansión, a su modo, además de ser esencial frente a los rivales de la Monarquía. Extendida desde el corazón de la América del Norte a la Central, mantuvo una cuidadosa vigilancia del Caribe a las Filipinas, comprometiéndose con importantes iniciativas de expansión de todo género en una parte considerable del planeta. Careció de unas Cortes propias, al modo de los Estados de la Corona de Aragón, pero sus gentes de origen europeo alcanzaron una riqueza e incluso relevancia nada menospreciables. Para embridarlos, les envió el celoso Felipe II experimentados virreyes, sometidos a su autoridad.

                En la segunda mitad del siglo XVI, arraigaron definitivamente las instituciones y costumbres legales hispánicas. Se concedieron en 1578 a la Inquisición de México unos 24.359 pesos en las minas para pagar los 30.000 del precio de las casas de Juan Vázquez de Salazar, pretendiendo posteriormente el Santo Oficio que el rey terminara costeando el resto de la cantidad. Alcanzó terrible fama el auto de fe de 1597 en la Ciudad de México, donde se hizo ver la necesidad de contar con un inquisidor más maduro al lado de otro más joven. Los inquisidores nunca fueron ajenos a los negocios novohispanos y los de la muy comercial Sevilla pretendieron vender sin pagar el impuesto de la avería unas veinte piezas de hierro colado en 1586. En aquel mundo de honores y prebendas importado de Europa, alcanzó gran importancia la concesión para bulas de 300 ducados de cámara a la Universidad de México, que además pidió cuatro canonjías de oposición en la propia urbe de México y en Puebla en 1596. Se hizo hincapié al año siguiente en la obligación de los prebendados de recibir al virrey y a los miembros de la Audiencia a la puerta de las iglesias. La preocupación por extender la cultura letrada del Renacimiento fue un hecho, asignándosele en 1586 al preceptor de gramática de Guatemala por seis años 200 pesos en tributos indios.

                El impacto de la conquista incidió pesadamente sobre las comunidades amerindias, que sufrieron una fuerte hemorragia demográfica y fueron sometidas a tributo. Los españoles promovieron una oligarquía amerindia para afirmar su dominio. En 1592 el nieto del señor amerindio de Michoacán, Constantino Guitztemangari, obtuvo 500 pesos de renta perpetua al modo de los llamados Moctezumas. En la política de expansión del poder español en América, se llegó a ofrecer al cacique de la Florida don Juan en 1596 ración y plaza de soldado por aceptar la fe para él y sus gentes. La evangelización funcionó, entre otras cosas, como un medio de extensión de la autoridad imperial hispana, insistiéndose en 1594 en la reducción de los amerindios de la extensa Nueva España en pueblos para ser doctrinados.

                Desde sus núcleos novohispanos, los españoles prosiguieron su expansión continental de distintas formas. En 1586 se socorrió a la Florida con gentes, armas y municiones. Se mandaron, con su matalotaje, 300 labradores a Santo Domingo en 1598 para poblar y explotar sus minas. A los vecinos de La Habana se les otorgaron, con fianzas, 40.000 ducados para fabricar ingenios de azúcar. Muchos pretendieron alcanzar posición y fortuna con tales empresas, en la estela de los conquistadores iniciales. La gobernación de la cotizada isla Margarita se concedió en 1592 por dos vidas al licenciado Marcelo de Villalobos, con el deber de levantar un fuerte para proteger las canoas de la pesca de las perlas. Juana Castellanos, esposa del que fuera gobernador de Margarita Juan Sarmiento Villandrando (hijo, nieto y biznieto de conquistadores) obtuvo mercedes reales en 1598. Por sus servicios en aquella isla, recibió carta de naturaleza aquel mismo año el portugués Antonio Díaz, también súbdito de Felipe II, e incluso un francés propuso junto a Simón Bolívar proveer un ingenio para la pesquería de perlas allí. A veces se honraron a europeos no castellanos, como el griego Alejandro Chefalo por sus servicios en la Carrera de Indias y en los combates de Filipinas, agraciado en 1594 con un escudo de armas con espada y un navío, aunque en 1600 se dejó bien claro que en las tres o cuatro naves extranjeras aceptadas en la flota del rey solo se admitirían marineros y soldados naturales.

                Las Indias, y la Nueva España en particular, atrajeron a muchos por sus jugosas retribuciones, donde se hizo patente lo lucrativo de servir al rey. A Cristóbal Gudiel se le concedieron en 1596 como armero y artillero novohispano unos mil pesos, con la potestad de nombrar su ayudante. Al sargento mayor de La Habana se le subió en 1597 su sueldo de cuarenta a unos sesenta escudos, al modo de los de Cartagena de Indias y Panamá. En cambio, Diego de Ibarra, que pedía mercedes por sus servicios en la Nueva Vizcaya, no se consideró satisfecho en 1596 con 2.000 pesos y el título de adelantado.

                Los españoles, por mucho que satisficieran sus expectativas vitales allí, no dejaron de estar sometidos al poder de una monarquía autoritaria, por mucho que las distancias y las circunstancias la difuminaran. Se privó al fiscal Aliaga de la Audiencia de Santo Domingo en 1598 de su plaza tras una visita o inspección. Bartolomé de Narváez fue desterrado de Indias en general y en particular de México por la muerte de su mujer, aunque en 1592 se le alzó la pena. También se indultó en 1598 a Cristóbal de Ontiveros por matar a otro en un duelo, a cambio del servicio de 100 ducados. No se podía prescindir de españoles en un momento de amenazas exteriores. La Armadilla o Armada de Barlovento debía castigar a piratas y otros enemigos. Actuó en 1601 contra las naos flamencas u holandesas que iban a la cotizada Cumaná. No obstante, el rey recriminó en 1601 a su virrey que le enviara relación de enemigos sin habérsele solicitado, perdiendo el tiempo a su parecer.

                La defensa de la flota de la Nueva España, comandada por un general y almirante experimentado, era esencial, ya que trasladaba grandes cantidades de metales preciosos y de valiosos productos, de gran importancia para el crédito financiero de la Monarquía. En 1586 su general y almirante Juan de Guzmán fue intimado por el castellano o responsable de la habanera fortaleza del Morro a que no saliera hasta que llegaran los galeones de protección, pero sus maestres le obligaron a abandonar el puerto. Sin embargo, la flota tuvo que dejar en La Habana plata, cochinilla y añil en 1600 hasta la llegada de los galeones.

                Los responsables de la flota no siempre tuvieron relaciones fáciles con los comerciantes que participaban en la misma. Contradijeron el nombramiento de Gonzalo Fernández de Lago como veedor de la flota, venciéndose su oposición en 1594. En tal año, aquéllos dificultaron su carga como queja contra los comerciantes sevillanos que empleaban como querían el dinero confiado. Comerciantes, terratenientes y mineros conformaron el núcleo dirigente de los españoles novohispanos, para el que era vital el azogue. Tres navíos de unas 300 toneladas deberían traerlo de la Península en 1598, con la condición de no retornar allí con plata y oro, sino con otras mercaderías. Con razón se le retribuyó al cabo del navío de azogues don Francisco del Corral con un salario anual de 1.500 ducados en 1600.

                No todo era opulencia en el extenso virreinato de Nueva España, precisamente. La estratégica isla de Puerto Rico recibió importantes asignaciones o situados para su defensa, como el de 1586. Se mandó guardar en 1594 la forma de la moneda de vellón, no reducida precisamente a la sufrida Castilla metropolitana, en Santo Domingo. Se encareció en 1601 ensayar o verificar la ley de la plata novohispana, al modo del Perú, por su falta de valor. Con todo, la Nueva España asumió un papel indiscutible en el escenario internacional de la Monarquía hispana, tratando el envío de socorro militar a Chile en 1600 y en 1601 abordando el cese de la contratación o comercio con la China Ming, gran importadora de su plata por distintos medios, reduciéndose a las Filipinas que habían ayudado a conquistar y colonizar. De Acapulco a Veracruz, pasando por Ciudad de México y otras ciudades no menos importantes, su radio de acción era tan extenso como importante, hasta tal punto que el imperio español hubiera sido muy distinto sin su vivaz aportación.

                Fuentes.                             

                Archivo Histórico Nacional.

                Consejo de Indias, Códices, L. 752.