LA INFLUENCIA DE LA ORDENACIÓN DEL SACRO IMPERIO EN EL PENSAMIENTO DE LUTERO. Por Carmen Pastor Sirvent.

29.12.2017 12:02

 

                El 12 de agosto de 1520 Martín Lutero, el fraile agustino que tanta relevancia llegaría a alcanzar, publicó A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca de la reforma de la condición cristiana. En apenas una semana se agotaron los 4.000 ejemplares de su primera edición. Denunció Lutero las tres murallas que la Roma pontificia oponía a la reforma de la comunidad cristiana: la superioridad del poder eclesiástico por encima del civil, el monopolio de la interpretación de las Sagradas Escrituras y la superioridad papal sobre los concilios.

                Se defendía que todos los miembros de la comunidad cristiana, de la verdadera Iglesia, tenían capacidad sacerdotal una vez recibido el bautismo. Todos los cristianos tenían que cumplir su función para el resto de la comunidad de la mejor manera posible, y tenían el deber de corregir a aquellos que no la ejercieran correctamente, incluidos los pontífices, obispos, curas y monjes. El pensamiento religioso de Lutero se dirigía a todos los cristianos, pero su pensamiento político traslucía la peculiar ordenación del Sacro Imperio a comienzos del siglo XVI, de una comunidad ordenada con un dirigente tan prestigioso como carente de autoridad efectiva.

                El emperador era elegido por los tres arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, y por el conde palatino del Rin, el duque de Sajonia, el margrave de Brandemburgo y el rey de Bohemia. Tal elección lo facultaba para ejercer poderes reales, pero necesitaba de la coronación imperial para emplear el título imperial. Una cancillería y una tesorería le ayudaban fundamentalmente a administrar su principado o dominios estrictos.

                Su canciller acostumbraba a representarlo ante la Dieta Imperial, integrada por los príncipes, nobles y representantes de las ciudades. Las ordenanzas generales emanadas de la cancillería se discutían con frecuencia en la Dieta, que ha sido considerada por algunos autores un verdadero foro político. El declive del tribunal de justicia imperial desde el siglo XIV fue muy parcialmente compensado por la emergencia del tribunal del tesoro.

                Desde 1438, con el duque de Austria Alberto II, los Habsburgo ocuparon el solio imperial, sustituyendo a la dinastía de los Luxemburgo, también reyes de Bohemia. De los Habsburgo, solo Federico III (1440-93) fue coronado por el Papa, convirtiéndose oficialmente en algo más que en rey de romanos. El abuelo de Carlos V, Maximiliano, tuvo más éxito imponiendo su autoridad en el ducado de Austria que en el resto del Imperio.

                La nobleza, por ende, alcanzó una gran relevancia en el espacio germano de la Baja Edad Media. Los principados acostumbraron a ser más extensos al Sur y al Este. Desde un punto de vista funcional, los encabezados por eclesiásticos no difirieron apenas. Los grandes señores también se aplicaron a someter a su autoridad a los caballeros de su territorio. En el Suroeste abundaron los caballeros independientes, señores de uno o dos castillos. En muchas ciudades, los patricios y los gremios se encararon contra los elementos caballerescos.

                En este mundo de autoridades contrapuestas, bajo la tutela de un emperador muy mediatizado, floreció la semilla del mensaje de Lutero, que supo halagar el orgullo alemán, que en el pasado intentó someter Italia al Imperio. En 1519, el príncipe borgoñón Carlos, rey junto a su madre doña Juana de Castilla y Aragón, se convirtió en el nuevo emperador, que terminó combatiendo el luteranismo, lo que no le ahorró encontronazos muy fuertes con la Santa Sede. Su hermano Fernando, nacido en Castilla, terminaría por hacerse cargo del gobierno del Sacro Imperio, en plena efervescencia religiosa. Muchos alemanes se identificaron con el luteranismo, y queda en pie la cuestión de cuál hubiera sido el destino de la Iglesia Católica si Carlos V también lo hubiera abrazado.