LA INFRUCTUOSA OBRA DE FORTIFICACIÓN DE CORAZÓN DE LEÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.09.2015 12:19

                En la segunda mitad del siglo XII los musulmanes cobraron nuevos bríos en el Oriente Próximo contra los poderes cruzados, especialmente a la desaparición de los fatimíes en Egipto, lo que abriría las puertas de la ascensión de Saladino, de origen kurdo.

                Los cristianos reforzaron sus defensas y emprendieron la construcción de nuevos castillos en los puntos más estratégicos, lo que en ocasiones no resultó nada fácil ni económico. Los modelos de fortificación más acabados entrañaron cortinas de muralla, con torres en los ángulos, que albergaron un patio cuadrangular en su núcleo. Encabalgados sobre una eminencia, tenían capacidad para resistir una embestida de los enemigos mientras aguardaban la llegada de las fuerzas de socorro.

                

                El reino de Jerusalén, el principal de los Estados cruzados en dignidad honorífica, realizó un considerable esfuerzo de fortificación, máxime en un tiempo en el que los derechos comerciales se veían amenazados por la inseguridad militar de varias rutas. Disponía ciertamente de una población acostumbrada a obedecer y atraía la ambición de los caballeros de Europa prestos a ganar posición, pero sus recursos humanos y económicos se encontraron expuestos a la fuerte presión de un renacido poder islámico que le rodeaba desde el valle del Nilo a Siria. Las luchas internas y la torpeza militar le dieron el golpe de gracia en el 1187. Saladino entró victorioso en Jerusalén y la Cristiandad proclamó una nueva Cruzada, la tercera.

                

                La ruina del poder jerosolimitano y la constancia de las incursiones musulmanas quebrantaron no pocas estructuras defensivas. Tiro se mantuvo con no escasa dificultad y desde allí los cruzados emprendieron el costoso asedio de Acre, que cayó el 12 de julio de 1191.

                Saladino se encontró ante un temible ataque, pero la división pronto se apoderó del campo de los cruzados. Con el emperador Federico I fallecido y la marcha del rey Felipe Augusto de Francia, Ricardo Corazón de León cargó con el peso de la expedición.

                El bravo rey también asumió la tarea de fortificar las posiciones fuertes, lo que no era poco dados sus contados recursos. En muchas ocasiones los musulmanes lanzaron incursiones de devastación que le privaban de valiosos recursos para financiarse.

                

                Ricardo ordenó fortalecer las defensas de Ascalón y Darum, pero la tregua de 1192 menoscabó sus posibilidades. Las obras habían costado demasiado para nada. Una suerte similar corrió la reconstrucción de Jaffa, que caería en manos musulmanas en 1197.

                El 2 de septiembre de 1192 Corazón de León accedió a una tregua con Saladino, que junto al permiso de entrada de los peregrinos cristianos para visitar los santos lugares de Jerusalén incluía la promesa de derruir las murallas de Ascalón. La caballerosa acción del intrépido monarca también se derrumbó en los terrenos de la arquitectura militar.