LA INQUIETUD ESPAÑOLA ANTE LAS MANIOBRAS BRITÁNICAS EN CHINA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

06.10.2019 16:21

                Las guerras de la Revolución y del Imperio dirimieron el destino del continente europeo y el de la hegemonía ultramarina entre las grandes potencias internacionales. España y Gran Bretaña, grandes imperios por aquel entonces, disputaban una porfiada lucha.

                Establecidos en el archipiélago filipino y con importantes lazos comerciales con China y otros puntos de Asia, los españoles contemplaron con preocupación el fortalecimiento de la posición británica en la India, capaz de proyectarse hacia otros territorios.

                Las victorias británicas frente a los holandeses en la actual Indonesia podían ser los prolegómenos de una ofensiva contra las estratégicas Filipinas. En 1797 se propuso fortalecer el poder naval español aquí para perturbar la navegación británica hacia China, cuyo suculento mercado tentaba a muchos.

                La española Compañía de Filipinas seguía con preocupación e interés las maniobras de la británica Compañía de las Indias Orientales. Con gusto apuntó los fracasos británicos de conseguir en 1803 de los gobernantes de Conchinchina un trato preferencial frente a los buques españoles y portugueses, así como de mejorar sus relaciones con Japón.

                Con el imperio chino las cosas no habían ido mejor, pues no gustó a su emperador la familiaridad con la que el rey de Inglaterra se le dirigió por carta. Sus barcos de guerra no tuvieron permiso de pasar de Boca de Tigre.

                Los factores de la compañía española en Cantón sabían también que las cosas no iban bien en el imperio chino. En 1802 la rebelión de la Sociedad del Cielo y de la Tierra, definida como francmasonería de jornaleros y arrendatarios pobres frente a los propietarios, había movilizado unas 300.000 personas, antes de ser vencida.

                El intento fallido de asesinar al emperador anunciaba, según aquellos factores, el fin de la dinastía tártara o manchú, algo que no se daría hasta comienzos del siglo XX. Sin embargo, el descontento hacia los mandarines era claro y abría oportunidades e incertidumbres a las potencias europeas.

                España en 1805 contempló con optimismo el declive de la colonia británica en el Norte de Borneo y la conservación de sus posesiones filipinas, pero la terrible crisis por la que pasó en los años siguientes la apartó de la competición por China y el Extremo Oriente, en la que tomó ventaja su competidora Gran Bretaña.

                Fuentes.

                Archivo General de Indias.

                Estado, 47, N. 44.