LA MAESTRÍA DE LAS LETRAS EGIPCIAS. Por María Berenguer Planas.

05.04.2015 10:38

                

                Los egipcios escribieron una de las literaturas más antiguas e interesantes de la Historia, que no siempre es accesible al lector contemporáneo. A la pérdida de parte de sus creaciones se añaden las dificultades de interpretación para los mismos egiptólogos, como bien recuerda Marta Puvill Doñate, que se enfrentan a una escritura consonántica de unos textos literarios que no separaban palabras ni oraciones. No obstante, hoy en día podemos disfrutar de una espléndida representación de las letras egipcias gracias al trabajo y al buen gusto de generaciones de meritorios investigadores.

                De sus primigenias muestras carecemos de datos definitivos y bajo la quinta y la sexta dinastía se recopilaron los Textos de las Pirámides, atribuidos a la labor de los grupos sacerdotales de Heliópolis. Es muy probable que se pusieran por escrito y embellecieran creaciones de la literatura oral anterior. También de aquel tiempo datan las primeras muestras de la literatura sapiencial. Se observan algunas de las características fundamentales de la literatura egipcia: el pautado de la cadencia a través de una frase clave a modo de estribillo, la confianza más en el pautado que en la rima estricta, las simetrías de la construcción literaria y el gusto por las imágenes metafóricas.

                                

                La desestructuración del Imperio Antiguo conllevó notables males sociales, aunque no literarios, acentuándose el carácter pesimista de las Enseñanzas, que alcanzaron su cénit bajo el Imperio Medio, como la de Amenemes I a su vástago, en las que se recomienda al heredero al trono de los faraones no confiar en los servidores ni en otros que no fueran uno mismo. Las Lamentaciones de Ipuur abundaron en la censura de la carencia de energías a la hora de afrontar los negocios públicos, un cáncer para toda la sociedad. A veces esta literatura adoptó la forma de profecía, como la de Neferti, en la que interesadamente se presentaron hechos ya acontecidos como venideros para ensalzar la imagen del faraón Amenemes I. Ingenio propagandístico no faltó a los literatos egipcios cercanos al poder precisamente.

                El pensamiento pesimista y desconfiado de esta época quedó perfectamente reflejado en las elegías, como la del Desesperado, en la que un funcionario amargado dialoga con su propia alma abordando cuestiones existenciales como las de la vida y la muerte. Las grandes preguntas y el sentido trágico de la existencia de las que han hablado los pensadores contemporáneos ya se dieron cita en el Egipto de los faraones.

                Justa fama ha alcanzado otra muestra de esta época clásica de las letras egipcias, la de los apólogos, diferenciando la crítica entre las muestras más populares de los Cuentos maravillosos y las destinadas a un público más culto como el Cuento del náufrago y la Historia de Sinuhé, el funcionario de palacio que tuvo que huir a tierras lejanas, donde rehízo su vida lo mejor que pudo, para ser llamado al final por el faraón a retornar a su Egipto natal. Toda una metáfora de la existencia humana.

                Evidentemente las creaciones religiosas derivadas de los Textos de las pirámides alumbraron no sin ciertas complejidades los Textos de los sarcófagos, emocionantes himnos del sentir religioso egipcio.

                

                Superada la invasión hicsa, auténtico trauma para los orgullosos egipcios, el Imperio Nuevo cultivó a nivel oficial una mentalidad vitalista, deportiva y guerrera, que bajo la XIX Dinastía animaría las primeras creaciones de su épica, muy vinculada a los grandes hechos de armas faraónicos, que después no tuvo continuidad en Egipto. Lo más interesante de este período, no obstante, fue la humanización creciente de sus composiciones.

                El estilo literario perdió ampulosidad y progresó en simplicidad formal, ganando las tramas en complejidad compositiva, según se aprecia en el Cuento de los dos hermanos, punto de referencia para ciertas composiciones del Antiguo Testamento.

                Los sentimientos afectuosos más íntimos se convirtieron en literatura amatoria, en la que hombres y mujeres expresaban las inclinaciones de su corazón hacia el ser amado en entornos como jardines, dando comienzo a unos usos corteses llamados a tener una prolongada continuidad en las letras universales.

                Los sentimientos más individuales e íntimos también se expresaron con delicadeza en las composiciones, dentro del Libro de los Muertos, alentadas por Akhenatón, el faraón hereje que intentó yugular el poder de la casta sacerdotal de Amón. En la literatura sapiencial vemos aparecer a personajes más modestos hacer recomendaciones a los demás, punto de arranque según algunos estudiosos de los proverbios salomónicos.

                Tras el Imperio Nuevo entró en declinación Egipto, pero sin renunciar a su personalidad. El Libro de los Muertos fue valorado y acrecentado, ganando en sentido del humor la literatura sapiencial. El Viaje de Unamon, el ajetreado relato del sacerdote del mismo nombre, trasluce ironía y realismo social.

                Con la conversión al cristianismo los egipcios vertieron gran parte de su arte literario a través de la escritura copta, uno de los receptáculos de una brillante tradición cultural que ha irradiado a las siguientes épocas históricas.