LA MECHA DEL MOTÍN DE ESQUILACHE QUE NO PRENDIÓ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La España de Carlos III fue sacudida en 1766 por la protesta. El motín de Esquilache no sólo afectó a la villa y corte de Madrid, sino también otros puntos. Comparado con la guerra de las harinas, que conmocionó Francia en 1773-74, algunos autores han visto en el motín rasgos que anunciaron la revolución de 1789.
El descontento de ciertos grupos por las políticas reformistas explicaría, en parte, tal movimiento de protesta, aunque también deben de atenderse a los factores locales. Tanto los lugares que terminaron secundando como dándole la espalda lo hicieron por razones muy propias. En Cataluña, la contestación a la autoridad no fue infrecuente en el siglo XVIII. La administración borbónica se mostró habitualmente puntillosa, y el 10 de enero de 1766 el intendente general del Principado quiso que cada localidad le diera noticia exacta de todos los molinos harineros, papeleros, batanes, de aceite, así como de trullos, forjas, martinetes, hornos de puja, carnicerías, mesones, panaderías, tabernas, pozos de nieve, cisternas, puentes, barcas y demás regalías menores.
Tal deseo de conocer mejor las regalías obedecía igualmente al de aquilatar mejor la base productiva, de gran importancia para la contribución catastral. Las autoridades de Tarragona respondieron el 15 de enero, haciendo constar el molino harinero municipal en las inmediaciones del puerto, el de la huerta (empleado cuando el anterior carecía de agua), el molino papelero cercano al puerto de la viuda residente en Barcelona doña Manuela de Borrás, la prensa de aceite del tarraconense don Francisco Piñol (sita en su propia casa), la de los jesuitas en una heredad del término, trece hornos como el del cabildo catedralicio o el de la marquesa de Tamarit en el puerto para cocer pan de munición, la taberna municipal del puerto, tres mesones de particulares y dos pozos de nieve, el municipal y el del cabildo en común en el partido de Montblanc. Asimismo, se hizo constar el puente de la ciudad sobre el río Francolí, conducente a la huerta, y el empleo de las aguas públicas del Francolí para el molino harinero municipal y el riego vecinal de la huerta, tanto para seglares como para eclesiásticos.
Precisamente, al comenzar la primavera se hizo sentir la falta de agua. El 17 de marzo los labradores de Tarragona pidieron que se hicieran rogativas para que lloviera. Los maíces de la huerta no pudieron obrar el milagro de la adecuada alimentación de toda la población. La situación llegó a ser tan angustiosa que el 11 de abril el caballero alcalde de Tarragona advirtió que el paisanaje no se resistiera al pago de los derechos de la ciudad. Los caballeros regidores don José de Claver y don José de Vidal sostuvieron que algunos no quisieron pagar los derechos de mercadurías y arbitrio de cuartera (ocho dineros por cuartera de trigo o de otro cereal del término).
Adujeron que en el Reglamento de Dotación de 1763 sólo se exigía un sueldo por la cuartera de grano forastero. Al parecer, algunos matriculados no lo hicieron por recibir el apoyo del ministro de Marina. En vista de ello, el alcalde no tuvo más remedio que dejarlo pasar. Ese mismo día se solicitó al Cabildo sacar en procesión al Santo Cristo de la Sangre para serenar los ánimos. Los labradores y los menestrales podían hacer causa común contra el gobierno oligárquico de la ciudad, por lo que el 16 de abril el corregidor ordenó recomponer el tablado y el banco del cuerpo de guardia de San Francisco. Sin embargo, las puertas de la torre del Arzobispo no merecieron mayores consideraciones.
Los grupos dirigentes tarraconenses, a diferencia de otros, no alentaron ni se pusieron al frente de ningún motín, al valorar su alianza con la monarquía. Para alivio de muchos, el 23 de mayo llovió en el Campo de Tarragona, y la Virgen de la Misericordia pudo retornar a su capilla. Ese mismo día se ultimó la celebración del Corpus y se hicieron las visuras del trigo de los navíos. La confianza en el mantenimiento del orden público se hizo evidente cuando el 29 de mayo se celebró el Corpus según lo acostumbrado. Los caballeros tarraconenses fueron convidados con el refresco al uso y desfilaron los gigantes, los timbales, la mula y las demás figuras sin desviarse de lo tasado en el Reglamento de Dotación de 1763.
La esterilidad de aguas pasada había descubierto demasiados desperdicios arrojados en la acequia mayor. Los pozos internos y externos de las fortificaciones también necesitaron ser limpiados, pero el 14 de septiembre importantes lluvias volvieron a caer sobre el Campo de Tarragona. Ahora fue el exceso el que impidió la labranza y la siembra, además de entorpecer los caminos. Los hoyos del camino del puente del Francolí resultaron tan profundos del 7 al 8 de octubre que no pudieron entrar en la ciudad víveres. La escasez volvió a ser amenazante, con el correspondiente riesgo de protesta.
El 22 de octubre de 1766 se advirtió contra los excesos de los revendedores de pan en Tarragona, que deberían circunscribirse a la plaza de las Coles y de las Pescaderías. Transcribimos al castellano un interesante pregón público:
“Por mandato de la Señoría se hace saber a todas las personas que desde el día 25 del corriente mes que en adelante venderán el pan, tanto el blanco como el moreno, en la presente ciudad de Tarragona, deberán conformarse en todo; a saber, tanto en el peso como en el precio según lo contenido y expresado en la tarifa fijada en los parajes públicos de esta ciudad, debiendo dichas personas presentar certificado de quince en quince días al caballero regidor diputado. Además, con el fin de saber los precios del trigo que a dicho efecto se compren, no les será lícito comprarlo en El Pallol de la presente ciudad para arreglarse en peso y precio de esta tarifa bajo pena de diez libras exigibles a aquellos que por sí o por medio de otros compraran trigo por este efecto en el dicho Pallol y la de cinco libras por cada onza que en cada pan de real se encontrara a faltar y lo perdiera el tal pan.”
Las lluvias a finales de noviembre resultaron tan intensas que se hicieron rogativas para que cesaran, pero al final el remedio no vino de los cielos. Los agentes reales se mostraron muy interesados en mantener la paz social.
Cuando el 5 de noviembre el ministro de Marina Antonio Celdrán designó los agentes para medir y pesar los géneros del puerto y playa tarraconense, el labrador Rafael Gisbert fue nombrado medidor y el también labrador Pedro Pablo Corbella pesador contra la antiquísima costumbre de designarlos la Ciudad, según el regidor almotacén don Carlos Boní. A la sazón, el gremio de labradores de Tarragona presentó dos días después un alegato para no pagar el derecho de la cuartera de los granos de las haciendas del término.
En suma, el motín no prendería en Tarragona por la división entre sus oligárquicos regidores y los labradores, de la que obtuvo provecho la autoridad real. A diferencia de lo que acontecería en Francia en 1789, el descontento de los distintos grupos sociales no se dirigió contra el gobierno real.
Fuentes.
ARXIU HISTÒRIC PROVINCIAL DE TARRAGONA.
Acords municipals.