LA NAVIDAD QUE NO QUISIERON CELEBRAR LOS PURITANOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

24.12.2020 11:18

               

                El tiempo de Navidad, alrededor del solsticio de invierno, siempre ha sido muy especial  para las comunidades cristianas, herederas de tradiciones y usos anteriores, que fueron adaptando a lo largo del tiempo.

                Cuando en el siglo XVI la reforma protestante planteara un sinfín de cuestiones acerca del sentido y la orientación del cristianismo, la Navidad no escaparía de las controversias, particularmente en las islas Británicas.

                Los reformadores no vieron con complacencia las expansiones populares de tales fechas, asociándolas a la perversión del verdadero espíritu navideño, algo que a veces continuamos escuchando en los actuales tiempos con otros enfoques. Grandes historiadores de la cultura, como Jean Delumeau, advirtieron que en el Renacimiento la cultura de las minorías dirigentes y letradas se apartó conscientemente de la más popular, tanto en los países católicos como en los protestantes.

                La reacción “antinavideña” fue especialmente notoria entre los calvinistas escoceses, como fue el caso de su figura señera John Knox. El panfletista inglés Philip Stubbs también cargó en 1583 contra los “excesos” navideños (bailes, bebida, comida), de tal manera que entre los reformistas religiosos de las Islas estaba calando un mensaje de austeridad y purismo en la celebración de la Navidad.

                Con la entronización en 1603 de los Estuardo en Inglaterra, a la par que en Escocia, la corte real y sus satélites se mostraron complacientes con las alegrías festivas, algo que disgustó profundamente a los severos puritanos, que llegaron a acusarlos de papismo. En una atmósfera de creciente hostilidad entre el Parlamento y la corona, la Navidad se encontró en el corazón del debate de la identidad cultural y religiosa de Inglaterra y Escocia.

                William Prynne censuró en 1632 los bailes paganos navideños. Fue el prolegómeno de una serie de medidas contrarias a las expansiones de Navidad, pues en 1642 se prohibió en Londres las representaciones teatrales del 25 de diciembre.

                Con la primera guerra civil en marcha, los representantes de Escocia se sentaron en 1644 junto a los de Inglaterra en el Parlamento. Aquel año, la Navidad cayó en miércoles, el día de ayuno de los puritanos, que a partir de entonces adoptaron una actitud más resuelta.

                En junio de 1647, en el intervalo entre la primera y la segunda guerra civil, el Parlamento abolió los festejos navideños, junto a las alegrías de Pascua y Pentecostés. Llegado el momento, los soldados evitarían toda celebración pública y llegarían a decomisar las delicias gastronómicas navideñas, como los pastelillos de carne o las galletas de jengibre.

                La respuesta popular fue iracunda y estallaron rebeliones en Ipswich, Oxford, Ealing, Kent y Canterbury. Algunos historiadores han considerado que sirvieron para animar al rey Carlos I a volver a la carga contra sus oponentes parlamentarios.

                Aquel monarca terminó decapitado en 1649 y el 15 de diciembre de 1650 sir Henry Mildmay (uno de los regicidas) informó al Consejo de Estado de:

                “que hubo una observación muy deliberada y estricta del día comúnmente llamado Día de Navidad en las ciudades de Londres y Westminster por un mantenimiento general de las tiendas cerradas y que hubo discursos despectivos por algunos a su favor, que el Consejo concibe que se basan en los viejos motivos de superstición  y malignidad, y que tienden a declarar lo mismo, el desprecio de las leyes y el gobierno actuales, y por lo tanto se solicita al Parlamento que considere nuevas disposiciones  y sanciones…”

                En 1653 Cromwell fue nombrado Lord Protector. Los puritanos podían aplicar sus ideas acerca del gobierno y de las costumbres. El 25 de diciembre de 1656 se autorizó la apertura de los mercados y de los comercios, con más de un disgusto de más de uno. Los árboles tradicionales serían quemados sin ninguna indulgencia. Aquel día, además, se convocó una sesión parlamentaria. De esta manera, se pensaba asegurar una conmemoración más espiritual.

                Sin embargo, las celebraciones prosiguieron en la clandestinidad y los mismos parlamentarios pudieron dormir poco por la algazara vecinal en la Nochebuena de 1656. Al morir Cromwell el 3 de septiembre de 1658, volvió a celebrarse la Navidad. Con la Restauración de los Estuardo volvieron con júbilo las alegrías públicas navideñas.

                Para saber más.

                Barry Coward, The Cromwelliam Protectorate, Manchester, 2002.