LA OFERTA INGLESA DE PIMIENTA A LA ESPAÑA DE FELIPE IV (1646). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.08.2015 19:18

                La separación de Portugal del resto de la Monarquía hispánica no dejó de ser la crónica de una muerte anunciada. A la altura de 1640 castellanos y portugueses se cruzaban mutuamente reproches con frecuencia. Los sucesos de la Península de aquel año inclinaron la fidelidad de los portugueses de Asia hacia la casa de Braganza, despidiéndose de la de Austria.

                Considerados desde Madrid como súbditos rebeldes del rey, los portugueses se añadieron generalmente a los enemigos de Felipe IV, aunque no hicieran causa común con los aborrecidos holandeses (combatiéndolos en el Norte del Brasil) ni por el momento tampoco con los ingleses, que desde la paz de 1604 introdujeron muchos textiles en Portugal en detrimento de la pañería castellana.

                Inglaterra sufrió una primera guerra civil entre 1642 y 1646, en la que el rey Carlos I se vio obligado a dar su brazo a torcer a las fuerzas parlamentarias, lo que conduciría a nuevos enfrentamientos. En abril de 1646 las espadas se envainaron circunstancialmente y los más avispados comerciantes ingleses intentaron aprovechar los resquicios que la ruptura ibérica les podía proporcionar.

                

                La ruptura portuguesa había perturbado en los otros reinos hispánicos la provisión de pimienta, un monopolio o estanco real valorado en 32.000 ducados a comienzos del siglo XVII, cuya gestión se encomendó a compañías de financieros que no lograron acabar con los fraudes. Los ingleses efectuaron contrabando de especias en puertos como el de Alicante con la complicidad de las autoridades locales desde 1623 al menos. En mayo de 1646 la Compañía Inglesa de las Indias Orientales se ofreció, a través del embajador español en Londres, a proporcionarle la cotizada pimienta a Felipe IV.

                

                Las naves de la Compañía gozarían de acceso al mercado de Manila y a las Filipinas, donde pagarían a través de su factor o agente los correspondientes derechos de aduana, que los españoles del archipiélago acusaban de quebrantar a los portugueses desde 1634 al menos.

                Los mercaderes ingleses tendrían permiso para embarcar los reales de a ocho, parte de la valorada plata novohispana llegada a través del Pacífico, o bien cantidades de pimienta en su lugar a fin de evitar los inconvenientes del traslado de dinero en metálico del Asia Oriental al Occidente de Europa.

                Los ingleses propusieron que cada libra de pimienta se valorara en dos reales de a ocho con dos tercios. Se desembarcaría en la bahía de Cádiz o en Sanlúcar de Barrameda, fuera de la vigilancia de las autoridades sevillanas, lo que ya anunciaba de forma diáfana los futuros cambios en la estructura mercantil hispana. La pimienta se vendería en España a 8 reales de a ocho la libra, lo que proporcionaría a la muy comprometida hacienda de Felipe IV unos beneficios de medio millón de los susodichos reales al año.

                

                La Compañía intentaba rehacerse de los malos años anteriores y proclamaba la intención de los ingleses de ser considerados entre los grandes pueblos mercantiles y colonizadores de Europa, lo que más tarde les llevó a declarar la guerra a España y a las Provincias Unidas, así como a pactar con Portugal.

                Para un Felipe IV en guerra en demasiados frentes la proposición no dejaba de ser atractiva. Al fin y al cabo era una manera de ganarse la alianza de la aún insegura Inglaterra en su lucha contra Francia. De todos modos, las autoridades metropolitanas la descartaron asesoradas por las de Filipinas, que temieron que los ingleses terminaran colonizando el archipiélago y tomando Manila. También se anunciaba la hostilidad hispano-británica en el Extremo Oriente del siglo XVIII.