LA PATRIA EN LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.12.2022 12:11

               

                Toda revolución impone sus principios aniquilando los anteriores. Los revolucionarios franceses reafirmaron la idea de la soberanía nacional con la detención y ejecución del depositario de la antigua soberanía, en teoría emanada de Dios: el rey Luis XVI, un político torpe que se vio desbordado por los acontecimientos y que entró en contactos con los enemigos de la nueva Francia.

                En un panfleto de julio de 1791, François Robert lo acusó de tiranía o de incumplimiento de las leyes que debía proteger. En estos términos se dirigió a la opinión pública francesa:

                “Mis conciudadanos: la Asamblea Nacional no necesita seguir deliberando. La huida del antiguo rey, la detención de este canalla, el complot que ha fraguado con los demás tiranos, todos estos acontecimientos nos han abierto los ojos: en el curso de dos semanas nos hemos hecho dos siglos más viejos.”

                La trascendencia histórica de tomar cartas contra el rey resultaba bastante clara para personas como él, pues se estaba sentando cátedra en la Historia. El mundo de Luis XI o Francisco I quedaba muy atrás. Había llegado el turno de la ciudadanía.

                El alcance de la misma y sus implicaciones no resultó sencillo de establecer. Al contrario. Entre 1789 y 1799, chocaron los distintos partidos y facciones revolucionarios, mientras combatían a los seguidores del Antiguo Régimen. Sin embargo, la idea de una comunidad fraternal, la de la patria, se ensalzó:

                “Hermanos y amigos: la patria está en peligro. Por doquier corren torrentes de sangre. Somos nosotros los que con nuestro sudor y nuestro trabajo alimentamos a las ciudades. Por gratitud y por humanidad deben las ciudades consultar con nosotros y apoyar nuestros intereses (…) No queremos derramar sangre; pedimos únicamente unidad y paz.”

                La reclamación de los campesinos del pueblo de Houdan, un 13 de marzo de 1793, al municipio de Ancenis era muy clara. Casi recuerda a la de un cuaderno de quejas a los Estados Generales, y podemos sospechar que detrás de su redacción había una mano letrada, que sabía emplear bien el lenguaje de los ilustrados.

                Aquí salen a relucir las tensiones entre los campesinos y los hombres de negocios urbanos, propietarios de tierras y prestamistas, gobernantes de municipios que imponían cargas fiscales y militares a conveniencia. Ahora ya no se apela a la función de cada orden o estamento en la comunidad, sino al deber humano de la fraternidad, capaz de cimentar la soberanía nacional.

                Emergía de este modo la Francia patriótica, con sus alegorías juveniles, y la nueva idea de nación. Sin embargo, los ideales tenían sus límites, y los mismos campesinos advertían del posible derramamiento de sangre, algo que no fue nada ilusorio en aquel trascendental tiempo de cambio.

                Para saber más.

                Michel Vovelle, Introducción a la historia de la Revolución Francesa, Barcelona, 2000.