LA PRUDENCIA MILITAR DEL GRAN CAPITÁN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.01.2021 11:44

               

 

                La lucha por el dominio de la Italia del Renacimiento fue muy enconada. Carlos VIII de Francia había irrumpido allí en agosto de 1494 con un ejército de 30.000 soldados, pero no logró sus objetivos. Los Reyes Católicos maniobraron diplomática y militarmente contra él, pues los intereses de la casa de Aragón eran muy importantes: a la posesión de Sicilia y Cerdeña se sumaba la presencia en el trono de Nápoles de una rama colateral. Los intereses comerciales hispanos aquí también eran muy valiosos, especialmente en materia de suministro de trigo.

                Gonzalo Fernández de Córdoba, que sería conocido como el Gran Capitán, era un veterano de la guerra de Granada, que en tierras napolitanas acabaría forjando la infantería hispana que lograría gran fama en los campos de batalla de Europa, más tarde llamada de los tercios.

                Las huestes municipales habían proporcionado desde hacía siglos una buena infantería a los reyes de Castilla. En las formaciones hispanas de fines del siglo XV, la tercera parte de los infantes portaban picas y el resto esgrimían espadas y rodelas, de gran utilidad frente a las formaciones de piqueros suizos, que fueron acometidos por esta infantería ligera en Barletta en 1502. Unidades de escaramuzadores con ballestas y arcabuces se mostraron particularmente efectivas. Ordenadas inicialmente todas estas fuerzas en compañías o columnas de unos 500 soldados, don Gonzalo supo reorganizarlas.

                La agrupación de doce compañías formó la coronelía, integrada por diez compañías con 200 piqueros, 200 rodeleros y 100 arcabuceros, y dos compañías de piqueros. Dos coronelías formaron una división, con su caballería pesada, jinetes ligeros y piezas de artillería. Supo forjar un sistema flexible de combate, en el que la prudente defensa permitía un oportuno ataque, capaz de despertar el orgullo de sus soldados.

                Tras la quiebra de la paz de Granada, los Reyes Católicos y Luis XII de Francia volvieron a enfrentarse por el control del reino de Nápoles. El Gran Capitán se mostró entonces prudente. En Ceriñola, fortificó su campamento y dispuso sus fuerzas en defensa. Deseaba atraer al impetuoso duque de Nemours a su terreno, protegido por una empalizada y un foso. Puso mil arcabuceros al frente y a los extremos de su formación en cuadro, y a sus 2.500 piqueros alemanes en el centro y detrás. En cada flanco ubicó 2.000 coseleteros y ballesteros. A la izquierda, desplegó 400 caballeros y otros 400 a la derecha. Para evitar ser envuelto, emplazó en un promontorio de detrás 850 caballeros más junto a su artillería. Don Gonzalo había encomendado el mando de la caballería pesada a Próspero Colonna y Pedro de Mendoza, y el de la ligera a Fabrizio Colonna y Pedro de Pas.

                El de Nemours aceptó el desafío, como si de un comandante tradicional de la guerra de los Cien Años se tratara. Formó sus tropas diagonalmente hacia la derecha. En vanguardia, se puso él mismo junto a los 2.000 caballeros pesados, los gendarmes. Se desplegaron en el centro 3.000 piqueros suizos y otros 3.000 gascones, con la artillería al frente. En la tercera línea, se aprestaron 1.500 jinetes ligeros.

                El 28 de abril de 1503, en una hora, se libró la batalla de Ceriñola. La acometida francesa chocó contra el foso y la empalizada. La artillería española abrió fuego, pero la pólvora estalló. El Gran Capitán dio entonces palabras de ánimo ante el grave percance, las de las luminarias de la victoria.

                El duque intentó ganar un paso, pero expuso el flanco de su caballería peligrosamente a los arcabuceros. Aquél mismo cayó en el combate. Avanzaron los piqueros, que se vieron frenados por los obstáculos y el fuego de arcabuz.

                El Gran Capitán ordenó retroceder a sus arcabuceros y avanzar a sus piqueros. Los piqueros contrarios fueron derrotados. A continuación, mandó avanzar don Gonzalo, por un flanco la caballería y la infantería por el otro.

                En vista de ello, la caballería ligera francesa abandonó la batalla. Se estima que cayeron 3.000 del campo francés y trece piezas de su artillería fueron abandonadas.

                El Gran Capitán avanzó hacia la ciudad de Nápoles, en la que entró en mayo. Los vestigios del ejército francés se hicieron fuertes en Gaeta, que fue asediada. Luis XII no se resignó ante la derrota y mandó desde Génova una escuadra y por tierra un ejército de unos 25.000 hombres al mando del mariscal De La  Trémouille. Al morir, el duque de Mantua Francisco Gonzaga lo comandaría.

                En octubre, don Gonzalo se vio obligado a alzar el costoso asedio de Gaeta y emplazó sus fuerzas al Sur del río Garellano. Contaba con 12.000 infantes, 1.700 jinetes y 20 cañones frente a los 12.000 infantes, 5.000 piqueros suizos, 7.100 jinetes y 50 cañones del enemigo.

                Prudentemente, se mantuvo otra vez a la defensiva. Gonzaga intentó vadear el río por la desembocadura, pero se lo impidieron. Su paso del puente de barcas fue combatido por la arcabucería y enconados combates singulares.

                En noviembre, los duelos fueron frecuentes. Las lluvias hicieron difícil la estancia en ambos campos. El Gran Capitán tuvo que combatir el desánimo. Gonzaga tuvo que resignar el mando en el más popular marqués de Saluzzo.

                En diciembre, llegaron al campo hispano los refuerzos de los Ursinos, unos 3.000 hombres. El ingenioso Pedro Navarro construyó un puente de piezas ensamblables para cruzar el río. Tras la tregua de Navidad, se tendió ocho kilómetros al Norte del campamento francés, en territorio de la aldea de Sujo.

                El cruce se hizo con sigilo en la madrugada del 29 de diciembre. Al mando de Andrade, parte de los españoles simuló un ataque cruzando por el puente de barcas de los franceses.

                Los del Gran Capitán cayeron sobre unas fuerzas contrarias dispersas por las aldeas cercanas. La caballería ligera impidió el repliegue francés hacia Gaeta, que terminó rindiéndose el 1 de enero de 1504. La victoria era completa y por el tratado de Lyon del 11 de febrero se reconoció el dominio hispano del reino de Nápoles. La prudencia militar del Gran Capitán había resultado fundamental.

                Para saber más.

                José Antonio Vaca de Osma, El Gran Capitán, Madrid, 1998.