LA RECONSIDERACIÓN DE LOS IBEROS. Por José Hernández Zúñiga.

19.08.2014 17:00

 

                Los más mayores recordarán que en sus tiempos juveniles se les enseñaba en la escuela que los iberos vinieron a la Península desde el Norte de África, uniéndose con los celtas llegados del Septentrión europeo. De los matrimonios entre ambos pueblos vendrían los celtíberos, ejemplo de lo español. Los iberos eran individualistas, valientes y amantes de su libertad, incapaces de formar un reino y una tropa unida, pero incansables luchadores que resistieron bravamente a los romanos.

                Este bonito cuento no es defendido hoy en día por ningún investigador que se precie. Aunque todavía no hemos conseguido descifrar su idioma, la arqueología nos ha descubierto un panorama ciertamente complejo y sugerente del mundo ibero.

                Los iberos no conformaron un pueblo, sino una civilización que se forjó paulatinamente a partir del siglo VII a. C. Las poblaciones de finales de la Edad del Bronce situadas al Sur de la Península, las del horizonte orientalizante de Tartessos, fueron asimilando la influencia de los fenicios, presente en el yacimiento de los Saladares de Orihuela.

                A comienzos de la Edad del Hierro surgieron en la Europa Occidental varias civilizaciones, y la ibera ha sido comparada con la etrusca por algunos autores. Los objetos aportados por el comercio fenicio y griego fueron extraordinariamente valorados por los aristócratas iberos, que han sido definidos como guerreros-comerciantes, ya que resaltaban su posición dentro de la comunidad.

                Los iberos perfilaron con claridad la jerarquización de las sociedades peninsulares, ya anterior. Lugares como la jienense Plaza de Armas de Puente de Tablas disponían de complejos sistemas de fortificación, extendiendo su poder al territorio circundante, ocupado en ocasiones por pequeños puntos de laboreo y de vigilancia. Una serie de Estados y principados de características aún no del todo claras se repartieron el territorio ibero en vísperas de la conquista cartaginesa.

                La religión legitimó la dominación social como en otras civilizaciones de la Antigüedad. En la Isleta de los Baños del alicantino pueblo del Campello se descubrió un posible templo. En el Pozo Moro de Chinchilla se localizó un monumento funerario en honor a una relevante personalidad.

                La escultura ibera, al igual que su cerámica, brilla con luz propia desde hace muchas décadas en la consideración de los estudiosos. Su perfección ha llevado a algunos a considerar apócrifa la propia Dama de Elche, impropia de tan “bárbaras” gentes. Las figuras de Porcuna y las de otras damas nos ilustran sobre el mundo del poder de los guerreros y de las posibles sacerdotisas (o señoras). Del siglo III a. C. datan las destrucciones de las piezas escultóricas de varias damas, que algunos han asociado con las campañas púnicas, otros con incursiones celtas e incluso con una gran rebelión social contra la autoridad de la aristocracia. Son debates que recuerdan a los del posible final de los micénicos, y que devuelven a los iberos a la Historia Universal con toda la normalidad.