LA REFINADA POESÍA DEL MÉXICO ANTIGUO. Por Remedios Sala Galcerán.

09.01.2017 09:06

                

                Antes de la llegada de Cortés y sus hombres al México central, floreció el imperio azteca, que llegó a subordinar una serie de núcleos políticos de gran relevancia económica y cultural, donde florecieron las artes literarias.

                En Tezcoco se elaboró una poesía de metáforas refinadas, de gran sutileza, que en Chalco alcanzó una notable complejidad de detalles compositivos. El colorido fue nota distintiva de la literatura de Tlaxcala, así como la imaginación en la septentrional Huasteca. La capital imperial de Tenochtitlan se hizo célebre por sus cantos tristes relacionados con el más allá.

                Los especialistas han diferenciado dentro de la poesía (el cuicatl) varios tipos de composiciones. El xochicuicatl corresponde al canto florido de primavera, mientras el de desolación al icnocuicatl. Muy curioso es el canto travieso o cuecuechcuicatl. La composición principesca de guerra recibe el nombre de yaocuicatl y la relacionada con los dioses el de teocuicatl. El melahuacuicatl era una composición épica cercana a la prosa.

                La prosa de la historia o de la exhortación (tlahtolli) también presenta varias líneas: el huehuetlahtolli o discurso de ancianos, el divino o teotlahtolli y el relato de historias antiguas o yeinuecauhtlahtolli.

                De la belleza de aquella literatura nos podemos hacer una leve idea a través de traducciones al español hechas con gran pericia. De la magna obra de Ángel María Garibay entresacamos estos versos dedicados al gran Quetzalcoatl en su caída en desgracia:

                Entonces fija la vista en Tula y al momento se pone a llorar.

Como sollozando, llora, dos torrentes de granizo escurren:

su llanto que en su faz se desliza; su llanto con que

gota a gota viene a perforar las piedras…

                Cuando llegó a la orilla del mar divino,

al borde del luminoso océano, se detuvo y lloró.

Tomó sus aderezos y se los fue revistiendo:

su atavío de plumas de quetzal, su máscara de turquesas.

                Y cuando estuvo aderezado, él, por sí mismo, se prendió fuego,

y se encendió en llamas. Por esta razón se llama

el Quemadero, donde fue a arder Quetzalcoatl.

                Entre los antiguos mexicanos, los dioses también tuvieron mucho de humanos.