LA SITUACIÓN EUROPEA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIII. Por Javier Ramos Beltrán.

24.10.2015 09:56

    Después de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), Europa cambió radicalmente su panorama político y económico.

    

    España y Francia, tradicionalmente enemigas, se dieron una tregua debido a que en España empezó a reinar la dinastía de los Borbones, de origen francés, y todo ello debido a su victoria en la Guerra. Inglaterra se unió en 1707 con Escocia y formó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, todo ello bajo la reina Ana I, y el Sacro Imperio Romano Germánico iba descerrajándose poco a poco con algunos ducados y condados que eran protestantes.

    La situación fue que España, que empezó con la dinastía de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) su declive como la gran dominadora del mundo, se encontró a partir del Tratado de Utrecht, que no quería que Francia y España se unieran para no quebrantar el equilibrio continental, con la pérdida de numerosas posesiones en Europa como Nápoles, Sicilia o la conocida Gibraltar. Sin embargo, para España no fue todo tan malo. Su economía aunque quebrantada por numerosas guerras y conflictos internos, supo reponerse y mantenerse al alza, debido a las posesiones intercontinentales. Y además contaba con la ventaja de una alianza con su país vecino Francia, la cual gracias a Luis XIV, aún con todo, pudo ampliar territorio en Europa en la segunda mitad del siglo XVII.

    

    Y lo de España fue un gran mérito, porque su Armada (la que antaño era el temor de los mares estaba de capa caída) y la influencia francesa que fue buena en algunos aspectos, fue mala en las embarcaciones que habían de usar los españoles en el siglo siguiente. Aquella Armada que resultó costosa y muy pomposa, parecía más un juguete de porcelana que una máquina efectiva, y no fue de extrañar que los británicos le llevasen la ventaja, aun siendo ellos más austeros en los medios económicos de las embarcaciones.

    Fueron precisamente los británicos los que se valieron de su poderío en los mares con sus embarcaciones austeras, pero efectivas y artilladas, para establecer un Imperio en el Este de Norteamérica de manera más completa. Y además la unión de Inglaterra con Escocia hizo de este Imperio algo más férreo y temible. Por lo tanto el Reino Unido avanzaba a paso firme.

    Otras potencias como la Rusia de Pedro I el Grande, la Prusia protestante y la Austria católica crecían debido a su consolidación en el centro de Europa en el caso de las dos últimas, y en el caso de la primera al derrotar y desplazar a las potencias bálticas como Suecia y Dinamarca respectivamente. Fueron estas tres potencias las que se repartieron al desheredado territorio polaco en el siglo XVIII y se consolidaron como potencias fuertes de Europa.

    

    Suecia, ya anteriormente mencionada, fue casi fagocitada por los rusos en el Mar Báltico. San Petersburgo, una ciudad que se fundó en el Báltico, fue una posesión que se tomó a los suecos, en la desembocadura del Nevá. Y lo de Suecia fue especialmente llamativo, ya que tenían de rey a un especialista táctico como lo era Carlos XII, quién no supo aguantar la ventaja que tenía en el Báltico.

    Las Provincias Unidas, que empezaron siendo una potencia económica moderna e independiente, pronto empezaron a sufrir numerosas pérdidas. Ellos eran casi tan influyentes como Portugal (que también decayó), un país pequeño que estaba cerca del mar y vivía de lo que le daban las aguas. Los portugueses, que en 1640 se habían independizado de España, declinaron. Probablemente, su separación de España influyó a que fueran a peor, subordinándose a Gran Bretaña. Su comercio durante los siglos XV y XVI les dieron buenos réditos económicos. Aunque seguían manteniendo su Imperio, los portugueses seguían acusando su falta de medios en comparación con el pasado. Hoy en día, hay portugueses que siguen lamentando su separación de España debido al declive que empezaron a sufrir.