LA ÚLTIMA CARGA DE CUSTER. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.12.2014 13:46

 

                Del 25 al 16 de junio de 1876 se libró la batalla más famosa del Lejano Oeste, la del valle del río Little Big Horn, en Montana. Allí cayó abatido el Séptimo Regimiento de Caballería de los Estados Unidos a manos de las fuerzas de sioux y cheyennes. Encontró la muerte el teniente coronel George Amstrong Custer, cuya polémica figura tanto diera que hablar. Muchos de sus soldados también cayeron y fueron atrozmente mutilados. Fue una gran victoria para los pueblos de las Grandes Praderas.

                La guerra de Secesión había enconado el enfrentamiento entre blancos y pieles rojas. Los dragones de caballería tuvieron que marchar de muchos fuertes en dirección a los frentes del Este, y al Oeste llegaron gran número de colonizadores que buscaban una vida mejor lejos de los campos de batalla. Las tribus nativas contemplaron con vivacidad tales desplazamientos, esperando encontrar la deseada oportunidad de triunfo.

                Al terminar la guerra la situación distó de calmarse. Llegaron más colonos y oficiales con deseos de promoción. De comportamiento destacado en el campo de batalla, George Amstrong Custer deseó reverdecer en el Oeste los laureles ganados en el Este. No era el único militar de temperamento determinado, y el comandante (o mayor) Reno del Séptimo de Caballería también compartió semejantes afanes.

                Los combates en las Grandes Praderas implicaban largas marchas en pos del enemigo, no dudando la caballería estadounidense en atacar por sorpresa los poblados de sus antagonistas, sin respetar a los más débiles en muchas ocasiones. La osadía piel roja en no pocos lances terminó estrellándose contra la superioridad numérica y material blanca.

                La búsqueda de oro en el santuario amerindio de las Colinas Negras en 1874 levantó gran revuelo no sólo en la política de Washington, con graves acusaciones de corrupción a cargo de Custer, sino también entre los amerindios, que reforzaron la coalición acaudillada por Caballo Loco, Toro Sentado y Nube Roja, especialmente efectiva en batalla.

                Conscientes del peligro al que se enfrentaban, las autoridades estadounidenses enviaron una fuerza de tres mil hombres contra la coalición de las Grandes Praderas. El general Alfred H. Terry la dirigía, desplegándose en tres grandes columnas: la primera mandada directamente por él y las dos restantes por el general Crook y el coronel Gibbon respectivamente. El regimiento de caballería de Custer tenía la misión de reconocer el terreno en busca de enemigos, evitando sorpresas desagradables.

                En el Little Big Horn, punto particularmente apto para la caza, los exploradores indígenas del regimiento encontraron una gran concentración de caballos, que daban idea de la magnitud de las fuerzas amerindias allí situadas. Sobrepasaban con mucho a las de los hombres de Custer.

                El teniente coronel creyó exageradas las apreciaciones de los rastreadores, y emprendió la batalla con su propio regimiento. Lo dividió en tres grupos para lanzarse a una maniobra envolvente que conduciría a la muerte.

                Desde el Sur el mayor Reno avanzaría hacia el campamento enemigo, impidiendo toda escapatoria. Custer se posicionaría en el Oeste para lanzar un ataque. El capitán Benteen se mantendría a la expectativa. Todo parecía un simple ataque a una posición desprevenida.

                Muy pronto Reno comprobó por sí mismo las dimensiones de la equivocación. Al cargar se encontró con una cerrada resistencia que le obligó a descabalgar a sus tropas y a retroceder hacia unos riscos donde poder ofrecer oposición. Los soldados carecían de palas para cavar posiciones defensivas, y su aniquilamiento parecía inevitable.

                Reno pudo avisar a Custer del peligro y pedirle auxilio. El socorro no le llegó del impetuoso teniente coronel, sino del más modesto capitán Benteen, que fue capaz de salvar a muchos de sus compañeros enriscados a riesgo de abandonar su tren de municiones. En el campo de batalla maldijo a Custer…

                El teniente coronel, al conocer la magnitud del peligro, giró hacia el Este, pero los pieles rojas lo alcanzaron. Las tropas directamente bajo su mando cayeron masacradas progresivamente, participando en la matanza incluso las mujeres de los guerreros. Los supervivientes del Séptimo siempre recordaron horrorizados una experiencia que se erigiría en uno de los hechos más simbólicos de la colonización del Oeste.

                 La última gran victoria de los pueblos de las Grandes Praderas fue una de las peores derrotas de la república norteamericana, ocasionada por el arrojo de un militar, presentado por el cine de Hollywood durante la II Guerra Mundial como ejemplo de valiente intrepidez (el de Murieron con las botas puestas), y años después como un engreído en Fort Apache bajo otro nombre o un sanguinario con afán de gloria en Pequeño gran hombre. La derrota de 1876 todavía dolió a los estadounidenses del siguiente siglo.