LA VIDA DE LA FAMA DE UN GUERRERO DE CASTILLA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.07.2015 00:21

                Don Rodrigo Manrique fue un hombre singular del que hablaron con elogio en sus relatos Pedro Carrillo de Huete, Hernando del Pulgar y Francisco Rades de Andrada, sin olvidarnos que inspiró las famosas Coplas de su hijo Jorge.

                

                Todos coinciden en presentarlo como un caballero esforzado y entendido en las cuestiones de la guerra, capaz de combinar la audacia con la prudencia. Tuvo el acierto de rodearse de servidores leales y valerosos en un tiempo de traiciones. Vivió entre 1406 y 1476 en una Castilla agitada por los enfrentamientos entre las cambiantes facciones nobiliarias, en una Castilla que reconocía en teoría la autoridad real y que se enriquecía con la trashumancia, pero que no acertaba todavía en traducirlo en algo efectivo. Aún conservaba la frontera con los musulmanes de Granada, donde haría armas nuestro protagonista.

                El segundogénito del adelantado mayor del reino de León don Pedro Manrique tomó joven el hábito de la orden de Santiago. Como comendador de Segura protagonizó en 1434 la sonada toma de Huéscar en territorio granadino, aguantando con firmeza el cerco de sus enemigos. La plaza se perdería nuevamente en 1447, pero su fama se extendió. Por sus esfuerzos el comendador de Segura alcanzaría de su padre el mayorazgo de la villa de Paredes, convertida en 1452 por el rey en condado.

                En 1445 la división era más que evidente en Castilla y el favorito del rey Juan II, don Álvaro de Luna, se erigió en maestre de la orden de Santiago. Al año siguiente el rey de Aragón don Alfonso invocó el favor papal para quedarse con el maestrazgo. Ni corto ni perezoso don Rodrigo tomó la administración de la orden con el favor del príncipe don Enrique y su favorito don Juan Pacheco. Se encaró con bravura a los embates de los partidarios de Juan II, pero perdería la administración. Años más tarde, en 1474, sería escogido maestre en la provincia de Castilla por los caballeros santiaguistas, mientras don Alonso de Cárdenas lo era en la de León.

                Partidario de doña Isabel y don Fernando, recuperó Alcaraz para la corona y Uclés para la orden de Santiago frente a los seguidores del marqués de Villena.

                Todos estos lances han quedado eclipsados ante las impactantes Coplas, el sentido homenaje de su hijo en el que aborda con enorme vigor la fugacidad y la caducidad de la vida humana, algo verdaderamente universal. Las glorias mundanas carecen de sentido ante la muerte.

                    

                Jorge Manrique no deja de ser hijo de su tiempo cuando reconoce el poder de la Fortuna, tantas veces representada en el imaginario medieval, e individualiza en su padre una auténtica danza de la muerte, en la que todo fenece.

                

                En las Coplas vemos un atisbo de la Ley Natural bajo las referencias de los ríos y de las edades del hombre. Su moralismo es más que evidente cuando carga contra los deleites de enorme placer y corta duración, pues al fin y al cabo el mundo terrenal puede ser bueno si el comportamiento personal lo es.  Su modelo humano es el del caballero cristiano, muy del estilo del infante don Juan Manuel, encarnado por don Rodrigo, cuya fama nada tiene que envidiar la de los capitanes romanos. Moría el hombre, pero no el nombre de un varón batallador que acreditó la confianza de los castellanos en sí mismos en un tiempo de confusión, anunciando nuevas empresas de la aventura humana.

                A la memoria de mi padre don Manuel Galán Sala (1939-2015).